Jorge Luis Navarro Campos [1]
Peregrinos en camino hacia 2031 – 2033
El hombre es peregrino (viator), ser en camino. Como Juan Diego, caminamos en búsqueda de las “cosas de Dios”[2] de aquello que responda al significado de la vida y que vibra en los anhelos de nuestro corazón. Una búsqueda que enciende el corazón de cada uno, da tensión y calor a cada palabra y a cada paso del viaje de la vida: un recorrido que no se puede hacer en solitario sino en compañía de otros y bajo una guía.
El año de 2018, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), que reúne a todos los obispos mexicanos, publicó un programa pastoral, como auxilio para caminar como pueblo de Dios en estos tiempos: el llamado Proyecto Global de Pastoral 2031-2033; el PGP, en modo abreviado. La frase que sirve de título o motivo central de este proyecto dice: Hacia el Encuentro con Jesucristo bajo la mirada amorosa de Santa María de Guadalupe. (CEM, 2018)
El PGP es una invitación a iniciar un itinerario de preparación del Acontecimiento guadalupano en su V centenario como camino al encuentro con Cristo. En efecto, dicen los obispos, “El acontecimiento guadalupano nos lleva, hoy, a la memoria de la Redención, a Jesucristo vivo y resucitado, cercano, compañero de camino que amplia horizontes y nos da confianza…” (CEM, 2018b)
María lleva a Cristo. María porta a Cristo. Ella está aquí para mostrar, su amor personal.
En efecto, en 2031 se cumplen cinco siglos del aquel acontecimiento: el encuentro de María de Guadalupe con el indio Juan Diego en el Tepeyac; y en 2033, dos mil años del gran Acontecimiento de nuestra redención. Un acontecimiento dentro del gran Acontecimiento.
Acontecimiento y encuentro
Las palabras “acontecimiento” y encuentro” presentes en el PGP, son esenciales, para comprender el significado de ambas celebraciones a las cuales se han referido los obispos mexicanos. Las fechas respectivas, 2031 y 2033, no se agotan en su valor conmemorativo, como recordamos tantas fechas memorables por diversos motivos del calendario civil y religioso. Ambos términos remiten al centro de la experiencia cristiana, es decir, la experiencia de un gran amor: “hemos conocido el amor y hemos creído en él” (1 Juan. 4, 16); tal experiencia fundamental fue recogida en aquella preciosa formulación de Benedicto XVI, en Deus Caritas est. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” (Benedicto XVI, 2005)
Son estas las mismas categorías de comprensión en las que Giussani ha centrado su propuesta de educación cristiana. “Para hacerse reconocer Dios entró en la vida del hombre como un hombre, en forma humana (…) El acontecimiento cristiano tiene la forma de un ‹‹encuentro››: un encuentro humano que tienen lugar dentro da la banalidad de la realidad cotidiana”. (Giussani, Alberto y Prades, 1999, p. 31) Esta es la misma forma del método guadalupano, el “acontecimiento” narrado en el Nican mopohua. El encuentro de la Virgen con el indio Juan Diego, vemos un hecho imprevisible que establece una nueva forma de evangelización y de proponer a Cristo, en el dramático encuentro de los españoles y los indígenas.
“Quiso venir…”
Por eso, al contemplar la imagen plasmada en el Ayate y al escuchar las palabras que Ella ha expresado a Juan Diego en el Nican Mopohua hacemos memoria, del hecho fundamental que da inicio a un pueblo nuevo, formado en el abrazo maternal de María. Así, de esta manera, inopinada, quiso venir Cristo al encuentro de este pueblo.
Hemos leído, no hace mucho tiempo, unas palabras de San Bernardo que nos ayudan a ver con ojos maravillados, el acontecimiento de Cristo: “Quiso venir, escribió el santo- Aquel que pudo contentarse con ayudarnos”. Él quiso venir; no envió algo que nos salvara o nos confiriera la redención, sino venir Él mismo. A América, quiso venir en la forma de una presencia llena de ternura, a través de su Madre, mostrándose en primer lugar a Juan Diego.
Guadalupe, un cambio de método: recuperar la bondad y novedad del anuncio cristiano
En su programa pastoral, los obispos señalan que: “en el año de 1531, Santa María de Guadalupe hizo resonar en sus palabras, la bondad y novedad del anuncio cristiano, que tristemente había sido lastimada por la espada de la conquista”. (CEM, 2018b, n. 7) En el misterio de aquel encuentro, entre Guadalupe y Juan Diego, se renueva la bondad y la belleza del anuncio cristiano, oscurecido por la amenaza de la espada, la violencia y la negación del otro.
Un acontecimiento, un encuentro, que se da en el tiempo, por eso recordamos unos hechos y una fecha: los días entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531. Un momento en el tiempo que, sin embargo, da sentido al tiempo. Porque estos hechos introdujeron una novedad históricamente reconocible: el nacimiento de un pueblo nuevo, en medio del dramático y doloroso choque de dos culturas.
El P. Prisciliano Hernández nos invita a trasladar a un plano irreal, a no eludir la dimensión histórica de este hecho, porque: “Si queremos apreciar en su justa medida el hondo significado del Acontecimiento Guadalupano, será necesario involucrarse en el contexto histórico y en la situación vital de esas dos culturas, de esos dos pueblos profundamente diferentes entre sí: el pueblo mexica y el pueblo español…” (Hernández, 2023)
Los conquistadores y los misioneros y, en general, los europeos ante el descubrimiento del Nuevo mundo y de sus pobladores, se hallaban ante un desafío nada fácil de afrontar: este descubrimiento los obligaba replantearse su concepción de lo humano, a cambiar su medida, para poder incluir en ella al indígena… o bien excluirlo. “La realidad del indígena desafió la capacidad de los europeos para relacionarse con otro diferente”, apunta el p. Alarcón. (2013, p. 48) En el contacto real con el Nuevo mundo se ponen a prueba sus límites para reconocer al otro en su igual dignidad de creatura de Dios y, al mismo tiempo, aceptarlo como diferente, como otro; distinto pero no inferior.
Aquí no se trata de señalar a buenos o malos, ni de repetir “leyendas negras” o “leyendas rosas”. No se trata de juzgar, sino de comprender una situación histórica, que a principios del siglo XVI, estaba a punto convertirse en una tragedia.
Del “choque de culturas” a la formación de un pueblo nuevo
El proceso de evangelización y colonización que corrían parejo en los primeros años después de la caída de Tenochtitlan (1521), estaba afectado, como es natural, por la visión que tenían los europeos-españoles respecto del mundo indígena; visión que oscilaba entre dos posturas en apariencia opuestas, pero en sus consecuencias igualmente negativas y demoledoras: el indígena (con su cultura), se consideraba inferior a los europeos; incluso, se los tenía simplemente por no humanos, y en esa condición, se les podrá hacer esclavos; en la otra postura, se tenía a los indios como iguales, “con alma racional”, con la misma dignidad y por ello mismo, capaces de dejar su cultura “bárbara” y adaptarse a la cultura europea. es decir, españolizarse. En algún momento, los misioneros franciscanos, que llegaron a conocer mejor y a amar a los indígenas, intentaron salvar la cultura indígena, valorar sus costumbres, que -dicho sea de paso- en algunas de sus expresiones eran mejores que las españolas; como el respeto a sus tradiciones, su sabiduría social y educativa, su limpieza y el esmero en la educación moral de los hijos; en cambio no ocurre lo mismo en lo que respecta a la religiosidad indígena que les resultaba inaceptable por la multiplicidad de dioses y porque les parecían sometidas al poder del maligno, (sacrificios humanos, guerras para alimentar la voracidad de los dioses, etc.).
No es este el lugar para revisar en su complejidad esa situación histórica, ni para mostrar a detalle la casi nula posibilidad de un verdadero encuentro, generador de unidad entre dos pueblos, ambos tan profundamente religiosos y tan tremendamente diferentes.
Para los indígenas, la Conquista significa su desaparición; su mundo, con sus dioses, sus veneradas tradiciones ancestrales, su entrega fiel a los dioses que les han dado el ser, el alimento, el agua, las cosechas acaban en la nada.
Así el p. Alarcón al presentarnos el contexto histórico previo al encuentro del Tepeyac señala que, tras los hechos de la Conquista el indígena vive en el sin sentido: percibe que, aunque el mundo parece permanecer y sigue vigente su curso inalterable, “la cosmovisión y la teogonía indígena, se desestructuran”. ¡Queda el absurdo!, ¡Queda la muerte de los dioses!, queda el fin! (…) los trágicos acontecimientos llevan a pensar que es el fin del mundo” (Alarcón, 2013, p. 240) ¿Como seguir existiendo en el vacío de sentido? “Para el vencedor había un horizonte de dominación. Para los vencidos había desolación y llanto” (p. 241)
Pero… para un pueblo tan profundamente religioso como el mexica, arrancarlo de sus raíces religiosas era anularlo, despojarlo no sólo de ciertas costumbres, sino del sentido de su existencia. “Todo un pueblo parecía perder las ganas de vivir y se preparaba en silencio para la muerte (…) La identidad cultural de los pueblos había sido aniquilada y estos habían perdido la convicción de la positividad del ser” (Butiglione, 2023, p. 211)
El acontecimiento guadalupano, una novedad de vida
El acontecimiento del Tepeyac significa un cambio profundo en el proceso histórico cultural de la conquista y de la evangelización de Amerindia: algo imprevisto para los indígenas y, tanto o más, para los españoles. La novedad de vida derivada de este encuentro es el nacimiento de un pueblo. Poco a poco, de manera imprevisible, y no sin conflicto ni dificultades, españoles e indígenas llegarán a reconocerse hijos de una Madre presente en el Tepeyac.
Más que producto de un pacto social, entre los pueblos enfrentados, somos un pueblo nuevo, de identidad mestiza, que se irá formando y manifestando en el tiempo, en nuevas formas culturales, estéticas, sociales; en nuevas tradiciones y fiestas populares, gastronomía, música y artesanía. Esa mezcla de formas españolas e indígenas, en tensiones armonizadas y sin aplanamientos, se unen en el barroco americano.
Así, de este modo, Ella nos hizo ser un pueblo nuevo, con una misión entre los pueblos. “mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada” ”(Nican Mopohua, n. 26). En el Tepeyac está nuestro origen y nuestro destino, desde los cuales estamos llamados a ser “constructores de historia”.
Los Obispos de México nos recuerdan que nuestro origen está en el Tepeyac: “Sabemos que somos un pueblo bendecido por la primera evangelización y por la presencia de Santa María de Guadalupe. El origen de nuestra nación, de nuestro proceso de reconciliación social fundacional y del mestizaje que da lugar, no sólo a nuestra raza sino a nuestra identidad cultural profunda, es el Acontecimiento Guadalupano.” (CELAM, 2018b, n. 64)
Guadalupe, más que un símbolo nacional
Entre historiadores es común la alusión Guadalupe como símbolo de los mexicanos: el mito, el simbolismo o como quiera que considere la imagen y su presencia están ligadas al nacimiento de un pueblo y a ciertos momentos centrales de su historia. La aparición de los nacionalismos en el siglo XIX y el XX, ha creado un contexto de apropiación del símbolo, pero, también de exclusión: en la ideología nacionalista el símbolo representa un elemento de identidad excluyente de otras. El símbolo guadalupano, no admite enclaustramiento étnico, ni ser constreñido en categorías cerradas: el acontecimiento guadalupano irradia y se expande; es igualmente local la particularidad e intimidad de un caserío, de un poblado o una villa; como abraza la vida urbana, compleja y diversa; aglutinando barrios, y en comunidades étnicas o culturales o se vuelve referente común para pueblos enteros. Ya podemos advertir una cultura global, en la que la presencia de su imagen singular, ofrece un mensaje a todos los se aproximan a ella.
A la luz de este recordatorio de nuestro origen e identidad formados en el encuentro de dos pueblos, rescatados por la protección de María en el Tepeyac, es posible y conveniente, retomar algunas preguntas que los Obispos hoy se hacen y nos hacen sobre el hoy de la edificación de una “casita sagrada: ¿cuál es la calidad de las relaciones con las que hoy se convive y se construye toda sociedad?, ¿cómo ella edifica una comunidad en la que los creyentes viven más plenamente su humanidad?
La persistencia de una mentalidad pro “española” y anti-indigenista, o indigenista y anti-española es regresiva y antihistórica: nos coloca en la situación anterior al acontecimiento guadalupano; o bien, dentro de ese dualismo pernicioso que separa la fe y la vida.
Referencias
CEM. (2018a). Hacia el Encuentro de Cristo Redentor bajo la mirada amorosa de Santa María de Guadalupe. Proyecto Global de Pastoral 2031-2033.
CEM. (2018b). Carta circular de aprobación del Proyecto Global de Pastoral 2031-2033.
Benedicto XVI. Carta encíclica Deus caritas est.25 de diciembre de 2005. https://acortar.link/sMjUxJ
Giussani, L; Alberto, S y Prades, J. (1999) Crear huellas en la historia del mundo. Ediciones Encuentro. Madrid, p. 31.
PGP., n. 7
Hernández, Prisciliano. (2023) Hacia un manual de temas guadalupanos. 2ª. reimp. Edición del autor. Querétaro.
Alarcón Méndez, Pedro. (2013) El amor de Jesús vivo en la Virgen de Guadalupe. Edición del autor. EUA, P. 48; 240-241.
Alarcón Méndez, P. Pedro. (2013) El amor de Jesús vivo en la Virgen de Guadalupe. Edición del autor. EUA. Pp. 240-241
Butiglione, R. (2023). Caminos para una Teología del Pueblo. PUCV. Chile.p. 211
Nican Mopohua, n. 26
PGP. n. 64.
[1] Jorge Luis Navarro Campos es miembro del Consejo de Gobierno y colabora como Investigador en temas de Familia y Género.
1 Valeriano, Antonio. Nican Mopohua. Traducción del P. Mario Rojas Sánchez. El primer diálogo de la Virgen con Juan Diego: “n. 25. La dijo: ESCUCHA HIJO MIO EL MENOR JUANITO, ¿A DÓNDE TE DIRIGES?. 26. Y él le contestó: MI Señora Reina, muchachita mía, allá llegaré a tu casita en México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor…”