Panorama del Siglo XXI para la filosofía producida por hispanoparlantes en la América Católica[1]
Tercera parte. El horizonte de la filosofía católica: universalidad más allá de los nacionalismos, el latinoamericanismo y las filosofías y teologías de la liberación (conclusión)
José Miguel Ángeles de León[2]
A la memoria de Carmen Rovira Gaspar y de Juan Carlos Scannone
El horizonte de la filosofía católica: universalidad más allá de los nacionalismos, el latinoamericanismo y las filosofías y teologías de la liberación (conclusión)
América –por circunstancias históricas—puede mirarse de dos formas: como el Nuevo Mundo, que potenciará a la cultura occidental mediante el mestizaje con su «maravilloso» pasado prehispánico, por ejemplo, las posturas de Vasconcelos o de Bolívar Echeverría. Misma idea se puede ver, por ejemplo, en la postura de SS. Francisco cuando dice que los latinoamericanos somos la vida del Evangelio y que es nuestra labor católica es contagiar tal manera de vivir la fe al resto de la catolicidad, sobre todo a los «viejos» europeos: América –sobre todo la latina—es una esperanza cristiana. La otra forma –la más común en Filosofía– es ver al Nuevo Mundo como un marginal tugurio cultural, una región con eternos problemas políticos, subdesarrollado carente de cultura propia, pues depende de otras: América –sobre todo la latina—es el suburbio de Occidente, incluso. Me parece que el latinoamericanismo y gran parte de las “posturas liberadoras” –Dussel— parten de esto, y acusan de ello a los latinoamericanos que siempre «miran» a Europa, cuando ellos intentan «liberar» a América desde ideas ilustradas, importadas del otro lado del Atlántico. De ahí, por ejemplo, que la etiqueta más común para denigrar en tales entornos sea «eurocentrista». Aquí valdría la pena que los defensores de estas posturas aclararan qué entienden por «europeo», pues no existe como tal algo como la «europeidad», cuando parece ser que los detractores americanos de tal idea si pregonan una posible «americanidad».
Me parece que así como Europas hay varias Américas, y por eso el término «americano» o el cliché «nuestra América» me parece impreciso. Hay muchas Américas, pero hay dos que resultan más evidentes que las otras: la división americana más clara es entre América Católica y América Protestante. La primera incluye a la comunidad francófona de Canadá –Quebec–, el noreste y el suroeste de Estados Unidos –la primera región asentamiento de irlandeses e italianos; la segunda de católicos americanos que migraron desde el sur del continente, con una abrumadora mayoría mexicana, sin olvidar que tal región originalmente perteneció al Reino de la Nueva España— y de ahí todos los países hispanoparlantes más Brasil; en tales países –la mayoría con importantes comunidades indígenas—abundan los sincretismos religiosos entre lo prehispánico y lo hispano, haciendo una identidad mestiza –barroca en palabras de Bolívar Echeverría—que se funde en aquello que podríamos llamar catolicidad en su sentido etimológico: universalidad. No está de más recordar que la mayoría de estos países encuentran su identidad cultural y su tradición humanística en la Colonia; que poco a poco fue desapareciendo por los vilipendios ilustrados liberales, no importados –principalmente– de Europa, sino de la América protestante.
La América protestante comprende la comunidad anglófona de Canadá, la mayor parte de Estados Unidos, Belice, todas las islas del Caribe de habla no latina, Guyana y Surinam (antes Guyana Holandesa), en los países de América latina las denominaciones protestantes poco a poco crecen. Hay países de tradición católica –como Panamá y Guatemala—en ya casi dos cuartas partes de su población son protestantes. No es cosa menor hablar de la influencia protestante en América Latina, si el país que más influencia ha tenido en los países –tras su independencia de la Corona Española– de la América católica ha sido los Estados Unidos de América[3].
El papel de los Estados Unidos es definitivo para la filosofía producida en la América Católica, pues de ahí se importaron los modelos democráticos, económicos, jurídicos, etc. que la rigen. Y si hay un enemigo común entre habitantes de la América Católica –sean o no católicos confesionales—es el desprecio a lo «gringo», pero sobre todo a los hispanos aduladores de los gringos, que desde el segundo tercio del siglo XIX es la clase gobernante de los países de la América Católica. Gran parte de la filosofía de la «liberación» evidencia y denuncia este papel, invitando a los países latinoamericanos a tomar por sí mismos las rindas bajo el imperativo: Liberare aude!
El panorama en el siglo XXI para la filosofía producida en América Católica no parece ser muy alentador, pues la filosofía sigue viéndose como algo innecesario; incluso para los latinoamericanistas parece ser que la única filosofía que vale es la política, omitiendo otro tipo de manifestaciones so pretexto de que son omisoras de la realidad común de los pueblos latinoamericanos. Cada vez se agudiza más la pérdida cultural propia –cuya existencia siempre será cuestionable—y se importan los modelos culturales de la América Protestante. Hasta las últimas décadas del siglo XX, la filosofía se importaba de Europa; últimamente, al menos en México, tenemos un gran despunte de los vástagos de la llamada «filosofía analítica» –filosofías de la ciencia, de la mente, epistemologías, teorías del conocimiento–, que se importa, sobre todo, de Estados Unidos.
Mi generación –la llamada «millenial»— ha sido adoctrinada por la televisión por cable y por la cultura pop estadounidense, que consumimos de miles de formas; incluso nuestro modelo educativo está inspirado en tal cultura. La ética y los valores que nos «inculcaron» en la educación básica están contaminados de tales modelos ajenos a nuestra tradición. Somos consumidores de comida rápida, de ropa maquilada por empresas estadounidenses con maquilas en México y en el sur de Asia, así como de tecnología. Si la filosofía quiere seguir diciendo algo, es menester de mi generación, hacer crítica de aquello e intentar recuperar lo propio-identitario: es una cuestión de vida o muerte.
¿Por qué recuperar nuestros valores en la tradición? Porque en ella está nuestra identidad, que sin lugar a dudas se forja en la familia. El primer objetivo de estos modelos importados desde el mundo anglosajón lo primero que intentan es romper la familia, que como sabemos, es la piedra angular del mundo católico. Las familias se encuentran destrozadas por los modelos que importamos, modelos hedonistas que nos han enseñado que «merecemos lo mejor», que «seremos exitosos», en los que no hay lugar para el sacrificio.
Considero que los modelos que se han importado –aunque digan que no—para intentar «liberarnos» de tales horrendos valores, poco se han arraigado en nuestros pueblos porque corresponden a realidades completamente distintas. Si bien, por ejemplo, el marxismo acierta en sus críticas al sistema de explotación del hombre por el hombre , no corresponde –aunque haya múltiples intentos de adaptación—a la idiosincrasia laboral, religiosa y política de los hombres de carne y hueso de la América católica. Para encontrar aquello debemos adentrarnos en las heridas abiertas de nuestro pueblo, que para nuestra desgracia –aunque a veces parece ser que sólo se ha visto así—no sólo corresponde a una lucha histórica por la lucha del pan: los pueblos de la América Católica están más necesitados de una dignidad identitaria, que de pan. Tal identidad se ha querido imponer desde los nacionalismos, desde la historia común, etc; pero todas esas formas se olvidan del hombre de carne y hueso. He ahí la impronta de la teología del pueblo, que recién comienzo a descubrir gracias a SS. Francisco y a Juan Carlos Scannone.
La filosofía de la América Católica que está más allá de los nacionalismos, los latinoamericanismos y las «liberaciones», tiene como base la estructura identitaria que es común, además del idioma, los valores de la Iglesia fundada por San Pedro. Seamos creyentes o no, es innegable que todos los valores comunes que compartimos tanto de este lado del Atlántico, como del otro, son los valores cristianos, nuestra cultura es completamente cristiana y nuestra idea de bien es completamente cristiana: amor, caridad, dignidad, justicia, honestidad, etc. Somos un pueblo.
Pero su secularización hemos olvidado su sabiduría, prudencia, templanza, y sobre todo, paciencia. Los habitantes de la América Católica somos el pueblo del Santo Job del mundo y esa debería ser nuestra lección: seguir luchando contra el mal –al que conocemos muy bien—y sentirnos orgullosos de esa calidad moral que nos caracteriza. Nosotros somos los vencidos, los pobres, los bárbaros, los que hemos sido marginados; en lo que algunos ven nuestra desgracia, yo veo nuestra salvación.
La filosofía del siglo XXI en la América Católica debe ahondar sobre aquello, para que no nos engañen: nuestra filosofía es la de los hombres sencillos, nuestra filosofía no siempre se escribe, pero por ello es menester del filósofo formal de la América católica recuperar y plasmar en libros esas ideas que casi nunca se escribe para que luego inspiren a hombres de praxis. Hablo de la sabiduría que pervive en nuestro inconsciente colectivo llamado tradición –en lo que Unamuno llamaría «Intrahistoria» (1984: 17-20): la sabiduría de nuestros pacientes abuelos que siguen esperando el progreso; de nuestros padres y madres que educan a sus hijos en el amor y en la honestidad con el ejemplo, aunque el mundo parezca gritar: ¡el mundo es de los crueles y de los deshonestos!; de nuestros intelectuales piadosos que jamás se han arrojado al camino que desde niños les dijeron que conducía al mal y que intentan que sus ideas puedan inspirar a terceros; de nuestros hombres de praxis que informada y prudentemente defienden al bien; de nuestros trabajadores crucificados que a pesar de los pesares y de los míseras ganancias que obtienen en la crueldad del Mercado capitalista siguen sembrando sus tierras, llevando el pan a sus casas dignamente; de nuestros pastores encarnados, que siguen guiando a su rebaño por la senda del justo, predicando la palabra de Aquél que es verdadero y salva; de nuestros empresarios humanos que entienden su papel en la sociedad y que retribuyen a la sociedad dando salarios, jornadas y condiciones laborales justas, que son conscientes de que el fin de más importante de las empresas no es el acaparamiento, sino la dignificación del hombre a través del trabajo.
El principal reto de la filosofía de la América Católica del Siglo XXI es terminar con sus leyendas negras y emerger como la expresión viva de un pueblo que piensa el mundo desde sí mismo. Y por ello no debemos recluirnos en nuestra América Católica, porque la sabiduría de nuestro es universal , además de que la vieja Europa y el mundo anglosajón-protestante aún nos tienen mucho que decir, también Asia y África, porque todos somos testigos de una Verdad eterna, que es irrefutable: ¿quién puede negar que no funciona o que sus valores no son verdaderos?
Finalizo este trabajo el 23 de mayo de 2015, hoy ha sido beatificado Mons Óscar Arnulfo Romero.
[1] Texto inédito. Este trabajo se escribió en 2015, durante mi formación en la licenciatura en Filosofía en la Universidad Autónoma de Querétaro. A la fecha de hoy, algunos de estos puntos de vista han cambiado, pero la mayoría de lo aquí escrito se conserva. Faltaría agregar la visión de Methol Ferré y mi profundización en el pensamiento de mi maestro y querido amigo, P. Juan Carlos Scannone SJ.
[2] Maestro en Filosofía por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Profesor-Investigador y Coordinador de la División de Filosofía del CISAV.
[3] Para esclarecer las diferencias católico-protestantes, me parecen imprescindibles los siguientes textos, siempre vigentes: El protestantismo comparado con el catolicismo de Jaime Balmes (1842), Ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber (1905) y Catolicismo y Protestantismo como formas de existencia de José Luis López Aranguren (1952).
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