Por Daniele Semprini.
Sabemos que la Virgen envió a Juan Diego a pedir al Obispo Zumárraga que se construyera una “casita sagrada” en el Tepeyac, en donde Ella donaría su amor compasivo para sanar las miserias de sus hijos afligidos. Aquí intentaremos encontrar y aclarar cuál puede ser un significado de esta encomienda, adecuado al tiempo que estamos viviendo.
La lectura breve de Laudes del trece de febrero de 2025 dice:
“El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies: ¿Qué templo podrían construirme o qué lugar para mi descanso? Todo esto lo hicieron mis manos, todo es mío -oráculo del Señor-. En ese pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras”. (Is. 66, 1-2)
El profeta manifiesta la voluntad de Dios que toma la iniciativa de venir a habitar en medio de su pueblo, de un modo nuevo, distinto, respecto al pasado y a todas las costumbres de cualquier pueblo de entonces: no en un lugar físico, ni un templo construido por mano de hombres, sino un lugar especial, único: el corazón de una criatura humilde, abierta a escuchar y a recibir su palabra. La razón de esta preferencia divina es clara: Dios siendo el Creador de todo, es dueño de todo. Pero hay un punto, un espacio que Él ha dejado “vacío”, independiente de su omnipotencia: el corazón del hombre, por el cual su criatura humana se mueve según aquel rasgo que la hace única en todo el universo: ¡la libertad! Todo obedece a la voluntad del Creador automáticamente; en cambio, el ser humano puede corresponder o rechazar la invitación de su Creador.
Hay un segundo aspecto en el pasaje de Isaías: el Señor buscará entre todos los hombres, uno que sea “humilde y abierto, capaz de estremecerse con su palabra”, es decir, cuya libertad se realice según su forma original, como capacidad de “adhesión al Ser”; porqué solamente un hombre de tal modo libre, es el interlocutor verdadero de un diálogo de amor gratuito con Él.
La profecía se cumplirá plenamente en María, la llena de gracia, la predilecta: ella será el nuevo templo en el cual Dios pondrá su morada en el mundo, porqué “ha mirado a la humildad de su sierva” y la potencia del Altísimo obrará “grandes cosas” en Ella: la Encarnación del Verbo.
Así pues, la Virgen sabe muy bien a quién prefiere Dios, en dónde su Voluntad puede “descansar”; por eso, Ella ha venido a socorrer a los nativos de América e hizo lo mismo: buscó al “más pequeño” entre ellos, como llama siempre a Juan Diego. Lo buscó entre la muchedumbre y lo encontró. Del mismo modo hizo Dios con las mujeres de Israel: busco y encontró una quinceañera de Nazareth, al comienzo de la Nueva Alianza; asi también, Ella encontró a un hombre sencillo del pueblo para una nueva alianza en el “nuevo” continente.
¿Qué puede significar, entonces, la petición de la Virgen de Guadalupe al mensajero elegido? ¿Qué y cómo puede ser la “casita sagrada” que el Obispo tendría que construir sobre la colina de la aparición milagrosa? De hecho, se construirá un templo material de adobes, que en formas, materiales y momentos distintos permanece hasta nuestros días; pero el sentido del mensaje guadalupano puede y tiene que ser interpretado y profundizado una y otra vez, mas allá de su forma literal.
Para llegar a proponer la que me parece ser la interpretación más adecuada a nuestros tiempos, podemos tomar como referencia lo que le sucedió al santo más famoso y querido de la historia cristiana: san Francisco de Asís. Cuando Jesús le habló a través del crucifijo en San Damián le pidió reparar su Iglesia que se estaba derrumbando. Y Francisco tomó al pie de la letra esta solicitud; compró ladrillos y cal, empezó a trabajar en esta pequeña iglesia para reconstruirla materialmente. Rápidamente se dió cuenta que el Señor aludía a la Iglesia, que es el pueblo cristiano; la cristiandad de su tiempo que se estaba cayendo en ruinas, por causa de los graves pecados de sus miembros. Con su vida y su testimonio, Francisco llevó a cabo la misión que el Señor le confió, volviéndose el “hermano menor” de todos y rodeado de una multitud de jóvenes que quisieron seguirlo. También esta vez, la humildad fue escogida por el Señor para socorrer a los hombres en su extravío.
El caso de san Francisco confirma el “método de Dios” para salvar a sus criaturas: la elección de los más humildes y pequeños, como la Virgen lo hará, no solo con Juan Diego, sino en Lourdes, en Fátima y en muchas otras partes del mundo.
Volviendo a nuestro tema, es preciso subrayar otro aspecto de la iniciativa salvadora de Dios: ¿en qué consiste el contenido de la obra requerida por Él a través de la Sta. María de Guadalupe? Si la casa de Dios en medio de los hombres es Cristo en su cuerpo resucitado; es decir, su cuerpo misterioso que es la Iglesia, entonces construir una casita sagrada significa construir la Iglesia; dicho de otra manera: la comunión cristiana; la edificación de comunidades humanas concretas en medio del mundo. Sin la existencia, sin la vida de estas presencias humanas cualquier estructura material seria inútil, se volverían puros monumentos artísticos, para entretenimiento de turistas.
Impresiona la total coincidencia de la sustancia del mensaje guadalupano, interpretado según los criterios del Magisterio eclesial, particularmente desde el Concilio Vaticano II en adelante, y lo que en el Movimiento de Comunión y Liberación ultimamente, se viene subrayando a la luz de las reflexiones de don Giussani, en lá decadas de los años 60 y los años 70, la emblemática crisis del 68.[1]
En estas páginas, publicadas recientemente, se afirma claramente que lo esencial de la fe es una autoconciencia nueva consistente en el reconocer nuestra identidad de “nuevas criaturas”, que coincide con la pertenencia a la comunión eclesial, al Cuerpo místico de Cristo. Nuestra tarea consiste en el construir la Iglesia, la comunión cristiana en la sociedad, en todos los ambientes como contribución fundamental para la liberación del mundo. Todo esto puede acontecer según la dinámica del encuentro gratuito entre las exigencias humanas y Cristo, la respuesta viviente en la carne de hombres nuevos abiertos a las necesidades de todos. Una presencia que siempre ha engendrado la realidad de la comunidad eclesial en la historia.
Recordar y celebrar los quinientos años del Acontecimiento guadalupano de 1531, en la perspectiva arriba señalada me parece la única forma de comprender hoy la llamada a construir la “casita sagrada”, sin reducirla a una dimensión devocional o a una proyecto de acción unilateral motivado en el mensaje guadalupano. La solicitud de la Virgen hoy es edificar la Iglesia, la obra de Cristo. El gran poeta francés Charles Péguy, converso a la fe, expresó con claridad el origen, la fuerza y el sentido de esta obra en la historia: “vino Jesús, y no perdió sus años en gemir e interpelar a la maldad de la época; él zanjó la cuestión de manera muy sencilla, haciendo el cristianismo; Él salvó, no incriminó al mundo, lo salvó»[2]
Como la Virgen en el Tepeyac. Ella no perdió tiempo en denunciar los males de la conquista. Sembró la semilla de un nuevo inicio y de una humanidad convocada a edificar, aquella “casita sagrada” que es la Iglesia, hecha con ladrillos materiales y, sobre todo, con ladrillos humanos.
[1] Cfr. Giussani, L. Una revolución de nosotros mismos. Encuentro, Madrid. 2024. Algunas reflexiones de Don Giussani de aquellos años se han recogido en esta obra de reciente publicación.
[2] Peguy, Ch. Verónica. Diálogos de la historia y el alma carnal. Nuevo inicio. Granada, 2008