Guadalupe, raíz de un Pueblo: Misión de Concordia y Paz

Guadalupe, raiz de un Pueblo

Guadalupe, raíz de un Pueblo: Misión de Concordia y Paz [i]

Por el P. Pedro Alarcon Méndez [ii]

 

Una reflexión sobre los signos presentes en Guadalupe nos permite interpretar mejor el Mensaje del Tepeyac y sentirnos parte del texto, reconociendo el protagonismo de Juan Diego, fuente de nuestro protagonismo.

Quisiera proponerles que veamos en la Virgen de Guadalupe un gran signo, una gran fuerza, fuente de esperanza para la concordia en un mundo tan herido.

Ciertamente es un gran desafío construir la paz en un mundo herido. Me siento feliz hoy de afirmar que la Virgen de Guadalupe es una fuerza fundamental para la construcción de la paz, fuente de concordia, en una sociedad que se está resquebrajando, destruyendo.

Todo diálogo por la paz es un gran esfuerzo que genera alivio en el sufrimiento de nuestros barrios, pueblos, de nuestras comunidades, de nuestro país. Todo esfuerzo como el del ejercicio presente es un signo de esperanza. Hemos de despertar más y más. La Virgen nos ayuda a despertar más y más.

Desde nuestra esencia humana y de nuestra vocación de ser discípulos de Jesús reconocemos el imperativo de ser misioneros para generar una convivencia desde la paz.

 

¿Quiénes somos los latinoamericanos?

¿Sabemos quiénes somos como latinoamericanos? No somos una sociedad homogénea porque provenimos del choque de civilizaciones que tuvo lugar entre europeos y naturales de Mesoamérica, America central y el Caribe y Sudamérica prehispánica. Este encuentro que se precipitó como conquista, fracasa como reconocimiento de la igual dignidad del otro aunque sea diferente, porque la conquista sometió y exterminó a los naturales de este continente. Las culturas y cosmovisiones antiguas fueron marginadas, perseguidas y suprimidas. El indígena pierde gravemente la relación con lo sagrado. “Todo quedó tan destruído”.[iii]

La sociedad que resulta es una mezcla sin integración consolidada sin equilibrio ni reconocimiento pleno de culturas, lenguas, conceptos, costumbres; sin la plena integración de los indígenas, a quienes vemos como descendientes de las antiguas culturas prehispánicas. Se instaura como característica predominante en la forma de ser y de pensar los mesoamericanos, mexicanos y latinoamericanos la falta de reconocimiento por el otro y la incapacidad de reconocerse delante del Otro. Heredamos el fracaso del reconocimiento de la dignidad de cada persona.

El proceso de construcción de la sociedad mexicana y latinoamericana a lo largo de la historia ha generado diferentes grados de integración; los cambios económicos, políticos y demográficos han ocasionado sucesivos ajustes y desajustes en la configuración de la nación mexicana y de los países latinoamericanos cada uno con sus deudas y olvidos. La identidad latinoamericana es algo que se intuye, no se define fácilmente. Se esboza desde el dolor de nuestros orígenes, los rezagos en nuestro desarrollo, los logros en nuestra convivencia, la maduración de nuestras instituciones, la debilidad de las mismas, las contradicciones de nuestros gobiernos, el respaldo de nuestras riquezas económicas y ecológicas, la fragilidad de nuestra administración económica, la deshonestidad de nuestros políticos, la grandeza de nuestra gente, la alegría de nuestro carácter, la calidad de nuestra culinaria, los valores de nuestra forma de ser, pensar y actuar, nuestra apertura para la relación, y de manera esencial la importancia significativa de nuestra fe y de nuestras raíces religiosas profundas que se manifiestan en la lucha y esperanza ante las adversidades.

Nuestra conciencia es múltiple. Porque somos parte de la realidad cultural en la que nos encontramos y estamos contaminados por la mentalidad individualista material que se fue gestando desde las ideologías del siglo XVIII que se extendieron en el siglo XX.

La perspectiva de reconocernos ante el misterio de Dios es el único camino para salir de la superficialidad de una sociedad basada en la autosuficiencia, en la discriminación, en el racismo, en las diferencias socioeconómicas, en el control político, en la corrupción, en la violencia excesiva, en el olvido del otro y en el olvido del Otro -con mayúsculas- que lleva al olvido de nosotros mismos.

Desde la experiencia mística que se deriva del saberse amado por el Padre en el Hijo por el Espíritu, el creyente puede adquirir un profundo sentido de la unidad entre Dios y el alma, entre tú alma y mi alma, entre este género y aquel género, entre esta raza y aquella raza, entre blancos y morenos, entre pobres y ricos, entre mexicanos y guatemaltecos, entre Israelíes y palestinos, aunque se perciban las diferencias, entre migrantes y residentes. El místico ve un mundo universal, no un mundo reducido y parcial. Ve un mundo con Dios. La unidad es una riqueza que se vive en la fragilidad de nuestras divisiones y fracturas. La conciencia latinoamericana requiere constantemente leerse a la luz del misterio de Dios, y la Virgen de Guadalupe es parte de nuestra vocación a la unidad, y a ser Iglesia y acompaña nuestra vida de fe.

Desde la humildad podremos ver los desafíos, de la inspiración y esperanza que nos ofrece el evangelio. En el mensaje de la Virgen de Guadalupe podemos ver una ventana hacia nuestra verdadera identidad y construir un futuro para América Latina desde la fe. Gracias a la Virgen de Guadalupe contamos con una puerta al misterio de Dios y a la experiencia de contemplación que nos conduce a descubrir la riqueza de lo que somos: seres habitados por Dios.

“Sentarnos a los pies de la Virgen Madre alienta la esperanza de ser un solo pueblo.” (Conferencia del Episcopado Mexicano, 2018, n. 12)

La contemplación del misterio de Dios es indispensable en nuestra vida y es la principal invitación que recibimos en el Acontecimiento del Tepeyac, dónde la contemplación es un intercambio de miradas, a través del cual se reactiva la fuerza del Evangelio en nosotros. En el amor materno de la Virgen nos hace vivir en el amor profundo y radical materno de Dios que nos sustenta, nos acompaña, porque Dios nos habita.

El ambiente epifánico que preparó a Juan Diego y que vivimos en el Tepeyac, especialmente en la Casita Sagrada, en la Basílica, nos recuerda nuestras raíces en el misterio divino, porque nos lleva a percibir una presencia que nos aguarda, nos invita, nos ve, nos expresa su maternal solicitud que nos hace desconfiar de los caminos de desolación de nuestra civilización occidental, con todas sus grandes seducciones. No se puede ser contemplativo desde la superficie, el individualismo, el olvido de Dios, el olvido de prójimo, el olvido de nosotros mismos es asfixiante.

El acontecimiento en el Tepeyac nos ofrece caminos. Los ofreció en una situación de homicidio estratégico infringido contra los indígenas por los españoles. La Virgen de Guadalupe nos enseña cómo enfrentar nuestras principales dificultades de estar inmersos en una civilización que oscurece nuestra mirada, nos intoxica sin darnos cuenta, llevándonos a vivir en desiertos y soledades que nos alejan de las fuentes de la vida. “Ella nos onvita a contemplar, creer, vivir y anunciar el misterio de la Redención realizado por Jesus” (Conferencia del Episcopado Mexicano, 2018, n. 12)

La Virgen de Guadalupe nos ayuda a ver cómo construir puentes en lugar de muros, nos acompaña para que no permanezcamos encerrados en nosotros mismos, nos ayuda a recuperar la sintonía con nuestros deseos verdaderos, nos propone la riqueza de un lenguaje que construye comunión y diálogo, nos enseña a prevenir nuestro propio ego y nuestro ego colectivo, nos muestra cómo salir del miedo hacia nosotros mismos, hacia los demás, hacia el futuro, hacia la vida, nos lleva a buscar la seguridad en las cosas profundas, desafía nuestro falso ser y nos hace vivir en una espiritualidad que nos permite ver, vivir, amar. En una palabra, la Virgen de Guadalupe nos ayuda a encontrar a Cristo de quien viene toda salvación.

La Virgen nos propone una constante reforma de nuestra vida, que de suyo, parece muy difícil, se trata de un movimiento a partir del amor. Nos propone vivir a partir del amor de Cristo. Es más fácil formar algún movimiento a partir del tribalismo, de la exclusión, de las barreras, del racismo, de los nacionalismos, del elitismo, de las ideologías, que lograr un movimiento a partir del amor. El único movimiento que nos mueve es el movimiento del amor. Hay causas ideológicas que reúnen miles de seres humanos, hay pocas manifestaciones que nos hacen vivir a partir del amor. Pero solo el movimiento a partir del amor cambia la conciencia. Sin un cambio y transformación de la conciencia estamos a merced de los impulsos más primarios. Aceptar vivir un camino de libertad pesa. La Virgen nos acompaña, nos impulsa, nos unifica, nos lleva al misterio de Dios, nos lleva al misterio de Cristo, desde el que podemos aceptar la vocación a ser Iglesia, y podemos aceptar la vocación que América Latina tiene de ser, según la providencia, un espacio común que comparta la gran herencia espiritual con todos los pueblos, como tanto quería Pio XI.

 

Tomemos esta pregunta formulada por los Obispos mexicanos.

“¿Cómo es que la Iglesia que peregrina en México vive y actualiza la redención de Cristo?, ¿cómo ella edifica una comunidad en la que los creyentes viven más plenamente (divinamente) su humanidad?” (Conferencia del Episcopado Mexicano, 2018, n. 6)

Para responder quiénes somos y cómo vivimos la Redención y cómo construimos divina y humanamente una comunidad, es necesaria la apertura al misterio divino, ante el que descubrimos que somos amados por el Padre. Sabemos que recibimos el amor divino de la Trinidad santa que nos sustenta y que se nos transmite en el Hijo, en Jesús, por el don del Espíritu Santo.

La Virgen María de Guadalupe ofrece gracias a su amor maternal, una vía profunda hacia el misterio del amor divino, en la medida en que la maternidad divina de María, Madre de Dios, comunica el amor maternal divino y nos vemos a nosotros mismos en su regazo, en su vientre, en su amor fecundo, nos reconocemos como pueblo.

Reconocernos habitados por Dios y, por tanto, con acceso al misterio de su bondad y de su santidad, nos pone en grado de vivir un desarrollo humano-espiritual profundo.

La Virgen de Guadalupe nos brinda esta posibilidad, acceder al misterio que somos en el misterio de Dios. Nos permite el acceso a la contemplación. Ella ha estado desde los orígenes reestructurando la conciencia que resurge de la confusión, de la falta de seguridad, de la discriminación, como fue la conciencia indígena, para rescatar sucesivamente, la conciencia mestiza, criolla, española y la conciencia latinoamericana:

“Después de medio milenio del Acontecimiento Guadalupano, su celabración eclesial significa docilidad

de espíritu para dejarse confrontar por el llamado de Santa María, ante el que nosotros, como el humilde Juan Diego, debemos preguntarnos, si por ventura nos hemos hecho dignos del mensaje del cielo, si hemos hecho de nuestra nación aquel espacio de bonanza que anhelaron nuestros ancestros. En otras palabras, nos preguntamos si el Tepeyac y sus moradores, México (y América Latina) y sus habitantes, ¿gozan del consuelo de una sociedad más justa y pacífica? Más aún, podemos cuestionarnos si, como Iglesia ¡somos esa “casita sagrada”, construída conn dinámicas sociales y alternativas económicas humanizadoras, ajenas al sistema liberal de corrupción y explotación de los más empobrecidos?” (Conferencia del Episcopado Mexicano, 2018, n. 11)

Una sociedad que se construye a partir del sufrimiento de millones de excluidos vive un olvido profundo de lo sagrado que es todavía más preocupante. La falta de reconocimiento de la dignidad de los seres humanos, provocada por la globalización de la idolatría de los bienes materiales y económicos, constituye un grave escándalo que la Palabra de Dios denuncia (1 Jn 3, 14 b), porque lleva a la desfiguración del otro.

América Latina vive el riesgo constante de perder el sentido de la trascendencia de la vida humana, en un mundo que olvida el otro, en aras de una economía basada en las relaciones de mercado y del capital que genera exclusión e injusticia. Los gobiernos de izquierda no han sido respetuosos del bien común y de la dignidad de la persona.

La Imagen del Tepeyac, como un icono, nos vincula a una persona, María, y ella, como puente, es señal de la misericordia divina, al tiempo que nos ayuda a “ver de nuevo” nuestra propia imagen, ya que establece una relación personal; esto es, nos deja ver a una persona que nos observa; por ser vistos, podemos ver nuevos ojos”, “con los ojos de María” nuestra propia imagen en maneras más profundas. La imagen conduce al reconocimiento de sí en el horizonte de la trascendencia divina. Esta dinámica sólo se torna clara aprendiendo a leer los signos, es decir, a través de la hermenéutica. Así, aparece un horizonte nuevo de refiguración y configuración.

Como contempladores/lectores veremos que estamos incluidos en el mensaje de Guadalupe y en el cual podemos confirmar algo al respecto de nuestra identidad. La devoción guadalupana es expresión de nuestra posibilidad de habitar en el mundo de la imagen/texto de Guadalupe, mundo en el que somos interpretados. Esto significa, vivir con la fuerza para transformar nuestro mundo.

En el Tepeyac el mundo se ensancha y responde a los deseos más auténticos de nuestras aspiraciones, deseos de ser en libertad.

 

[i] Encuentro Coatza, Noviembre 17, 2024. Panel. Guadalupe, raíz de un pueblo: misión de concordia. Me siento muy honrado por haber sido invitado a participar en Encuentro Coatza 2024. Saludo a todos: a la ciudadanía de Coatzacoalcos, escuelas, autoridades civiles, al Sr. Obispo, Rutilo Muñoz Zamora, al Vicario episcopal; a los queridos miembros de nuestra iglesia. Mi reconocimiento al Movimiento, Comunión y Liberación, por testimoniar en la vida mexicana desde hace 34 años, cómo el acontecimiento cristiano responde de manera plena a las exigencias humanas, siguiendo la propuesta y la gran contribución de Luigi Giussani a la Iglesia universal. Un saludo a Oliverio González, responsable nacional del Movimiento de CL en México. Agradezco a Jorge Navarro por esta invitación. Saludo a Genner Augusto Peniche Castro, del Movimiento Nacional de Diálogos y Compromiso por la Paz. Me agrada estar en Veracruz, tierra pródiga.

[ii] Pedro Alarcon, sacerdote marianista. Teólogo, formador y experto en el Acontecimiento guadalupano, sobre el cual ha elaborado (tesis doctoral) una obra de gran alcance, con nuevas pautas de reflexión histórica, simbólica y teológica que lleva por título. El amor de Jesus vivo en la Virgen de Guadalupe. Edición del autor, Palibrio, 2013.

[iii] Colloquios y Doctrina Cristiana con que los Doze Frayles de San Francisco enbiados por el Papa Adriano Sesto y por el Emperador Carlos Quinto convertieron a los Indios de la Bueva España en Lengua Mexicana y Española 872-1070. Documento en náhuatl en el Archivo Se¡creto Vaticano.

Análisis de la iniciativa de decreto que reforma el Código Penal del Distrito Federal, mediante la cual se modifica el tercer párrafo del artículo 76, se reforma la fracción VII y se adiciona la fracción VIII del artículo 130, además de derogar el capítulo V, título primero, libro segundo, todos del Código Penal para el Distrito Federal, en materia de despenalización del aborto.
Presentada por varios grupos parlamentarios: Morena, Partido Verde, Partido del Trabajo, Movimiento Ciudadano, Partido Revolucionario Institucional, así como por la Asociación Progresista Parlamentaria de la Transformación y la Asociación Parlamentaria Mujeres para el Comercio Feminista e Incluyente de la III

Legislatura del Congreso de la Ciudad de México, el día 08/10/2024.

Análisis de la iniciativa de decreto que reforma el Código Penal del Distrito Federal, en materia de despenalización del aborto

Marcelo Bartolini Esparza, Patricia Raquel Mancilla Dávila, Jorge Luis Navarro Campos, Antonio Muñoz Torres, María Cristina Rodríguez García, José Enrique Gómez Álvarez y Jimena Hernández López

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Este documento busca hacer visibles las principales problemáticas sociales de la Diócesis de Querétaro, a fin de abrir caminos de acción para la construcción y vitalización de la paz social.
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En este trabajo se reúnen algunas facetas de la filosofía actual. Recientemente se han destacado algunas de sus corrientes, a las que conviene atender, para estar al día en nuestro conocimiento filosófico. Pues todo depende del diálogo que logremos sostener con esas escuelas o tradiciones. Dentro de ellas se encuentran: la filosofía analítica, la fenomenología, la hermenéutica, con especial énfasis en la hermenéutica analógica y el nuevo realismo.

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Mauricio Beuchot

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