«El temor de las mujeres a transitar libremente por la ciudad produce una suerte de “extrañamiento” respecto del espacio en que circulan, al uso y disfrute del mismo. En tales circunstancias, algunas mujeres desarrollan estrategias individuales o colectivas que les permiten superar los obstáculos para usar las ciudades y participar de la vida social, laboral o política…En otros casos, simplemente se produce un proceso de retraimiento del espacio público, el cual se vive como amenazante, llegando incluso hasta el abandono del mismo, con el consiguiente empobrecimiento personal y social» (Falú 2009).
La mayoría de las mujeres temen caminar por ciertos lugares sin importar el horario, si van solas o acompañadas, si son jóvenes, niñas, adultas, si se encuentran embarazadas o poseen capacidades diferentes. El acoso sexual en vía publica o como se le conoce comúnmente “acoso sexual callejero”, es una de las experiencias más recurrentes y desagradables que han tenido que vivir la mayoría de las mujeres en el país; atenta contra la libertad y la dignidad.
Por un lado causa miedo, enfado, y por el otro es una practica que ha sido naturalizada porque son vistas como actividades cotidianas dentro de la sociedad. Y la cual se llega a defender confundiéndolo con el “piropo”, pero no es más que otro tipo de violencia verbal y en algunas ocasiones es violencia física contra la mujer; esto viene desde la cultura machista, en la que se cree que el hombre es “valeroso” y puede hacer lo que quiera y la mujer “deberá” de entender estas acciones y someterse a esos tratos, una creencia inconsciente en la sociedad.
En la actualidad las condiciones de las mujeres han mejorado: ingresando al mercado laboral, incrementando sus niveles educativos, han podido introducirse medianamente a espacios públicos y de autoridad, participación política, etc., pero de igual forma existen violencias invisibles y en este caso nos adentraremos en el espacio público: la calle.
A pesar de que se ha tratado de erradicar todo tipo de violencia hacia la mujer mediante leyes, el acoso sexual en lugares públicos sigue siendo una práctica cotidiana de hombres desconocidos hacia mujeres de cualquier edad, nivel educativo y social. Es tan frecuente que ha llegado a ser normalizada por ambos.
Definamos el acoso sexual callejero como actos de connotación sexual, ocurridos en lugares o acceso públicos, en contra una persona que no desea o rechaza este tipo de conductas, afectando sus derechos humanos y fundamentalmente su dignidad. Es una práctica no deseada que genera sensación de rechazo, miedo, enojo, frustración y vulnerabilidad. Este tipo de violencia adquiere expresiones similares aquellas que se cometen en el espacio privado, define estereotipos, discrimina y violenta la dignidad, limitando a la víctima el derecho a la libertad y pleno disfrute de los espacios públicos.
La diferencia entre un piropo y acoso sexual callejero, distingue en la interpretación de las frases hacia las mujeres, por lo que son contrarias, el acoso callejero producen efecto de inseguridad, indefensión y temor, aún estando en un ambiente público, y por lo general, se culpabiliza a la víctima por su ropa o actitud.
El revictimizar debe de terminar, se debe dejar de reproducir la cultura machista tanto en hombres y mujeres; con esto advierto que el acoso callejero es una de las violencias más aceptadas culturalmente, en usos y costumbres.
La invasión o intrusión del espacio personal también es acoso sexual callejero, como lo son los susurros al oído al pasar, acercamientos más de lo indebido, miradas lascivas y persistentes, seguir o llegar a tocar y rozar, silbidos, ruidos, que el victimario toque sus partes intimas, exhibicionismo y todo esto frente a otros. El acoso puede llegar a ser recurrente, es decir el victimario elige a la víctima y procede a realizar estas actividades cada vez que la encuentre, ya que los espacios llegan a ser tan comunes que el camino o el transporte al hogar, trabajo o escuela llegan a ser un martirio para las mujeres. El problema no solamente es el acoso sino lo que se puede provocar desde miedo hasta algo mayor; pasar de miradas a palabras, de palabras a seguimientos, de seguimientos a tocamientos y hasta terminaren violación o muerte de la víctima.
En América Latina, hay países que han avanzado más en este tema como lo son: Perú, Chile, Colombia, Argentina y Paraguay, en los cuentan con observatorios de violencia sexual callejera mientras que Paraguay, es el primer país que presentó el primer proyecto de ley contra el acoso sexual callejero. En México no existe un marco legislativo que proteja a las mujeres del acoso sexual en la vía pública. En 2011, se daba a conocer a través de la ENDIREH 2011, que 31.8% de las mujeres de 15 años y más han sido víctimas de alguna agresión pública. No hay cifras especificas para contemplar el número de mujeres que han sufrido acoso en la vía pública pero basta con preguntarle a las madres, hijas, amigas y hermanas, para poder enfocarse en la problemática que nos aqueja, la violencia arraigada con usos y costumbres.
Una herramienta para prevenir y proteger a las mujeres de este tipo de acoso, es asistir a las víctimas y victimarios con educación en equidad de género y con leyes donde se castigue al individuo o los individuos, ya que a veces este tipo de violencia la ejecutan en grupo. Por último me veo obligada a señalar que el acoso callejero lo sufren hombres y mujeres; el patriarcado y el machismo, en la actualidad, violentan también a homosexuales, aunque el acoso contenga otras interpretaciones.
Bibliografía:
FALÚ, Ana (editora). Mujeres en la ciudad. De violencias y derechos. Santiago de Chile. Red Mujer y Hábitat en América Latina. Ediciones Sur, 2009, 1ra edición.
ENDIREH (2011). Encuesta Ncional sobre la Dinámica de las relaciones en los hogares. Panorama de violencia contra las mujeres en México. INEGI