In relationship to intimate bonds most men were more willing to embrace feminist changes in female sexuality, which led women to be more sexually active than those changes which demanded of men a change in their sexual behavior.
Bell Hooks
El fenómeno persistente – históricamente hablando – de la dominación masculina sobre el otro “sexo débil”, se ha convertido en la actualidad en un problema tan evidente que se vuelve poco menos que irrefutable. Incluso organizaciones internacionales como la ONU o la OCDE reconocen la importancia de combatir los efectos sociales y políticos que dicha práctica material acarrea, sobre todo en el aspecto de su inserción dentro de los vínculos más íntimos de la cultura global contemporánea. Y sin embargo, en el seno mismo de este legado que continuamos acarreando, surgen tendencias que a partir de una primera y elemental aproximación parecen entrar en franca contradicción con la dominación masculina. Estas se dan de manera primordial, en el campo cultural y sus correlativas prácticas, como el consumo o la producción de imaginarios identitarios. En otros términos, en el imperio de lo efímero.
Dicha característica define en su sentido más profundo la realidad de lo que quiero denominar dominación femenina. Bajo tal noción, se aglutinan las diferentes o variadas prácticas que, pretenden encarnar una afirmatividad cultural destinada a resaltar el estatus específico de la mujer en el cuerpo social. Su antecedente directo es claramente la liberación sexual de los años 60. Pero al movimiento feminista de este tiempo no se le puede atribuir directamente el resultado final, puesto que se trata de una disposición histórica marcada por la reapropiación por parte de agentes que se manifiestan explícitamente en la cultura popular de hoy. Este punto es sumamente importante, ya que nos permite comparar con precisión el significado de la dominación femenina de cara a su contraparte.
Mientras que la clásica dominación masculina se instaura a partir de la histeria del amo que busca reafirmar su autoridad una y otra vez, la dominación femenina se compone por una histeria que se articula a partir de la producción de significados identitarios específicos. La violencia, la sumisión, el daño psicológico y moral constituyen los pilares fundamentales de la dominación masculina; la culpabilización simbólica, la manipulación sentimental y la subversión del rol dominante son, claro está, los fundamentos de la dominación femenina. Este tipo de actitudes, alegorizadas bajo distintas formas, son el tema que más se privilegia, por ejemplo, tanto en la industria musical del pop como en el cine comercial, sobre todo, si nos referimos a los filmes del género denominado romántico. Se trata, en última instancia, de un fenómeno de dominación afectiva, en la que la decisión sobre la construcción de lazos significativos entre hombres y mujeres recae completamente en la voluntad de estas últimas para su producción discrecional.
Sin embargo, la dominación femenina no se revela como una práctica hegemónica transversal y consensual, a diferencia de la masculina. Es más bien una especie de apéndice de esta última, con márgenes relativos y maleables de autonomía, pero que se constituye finalmente a partir de las tensiones que se generan en sus choques con la dominación masculina, producto de distintos experimentos emancipatorios. El sexismo predominante, así pues, le provee su rostro “acabado” a la dominación femenina al intentar refuncionalizar dichos experimentos para poder concatenarlos con la lógica estructural del patriarcado. Aquí está la clave esencial de lectura que nos permite detectar la sutileza específica del feminismo y sus avatares, que no ocupan – no podrían hacerlo – un lugar simple en la vida social, política y cultural.
A la memoria de Mauricio.