Por Mons. Roberto Yenny García [1]
A pesar de la rampante secularización de los últimos años, sólo el 8.1% de los mexicanos manifestó en el Censo 2020, no tener religión (INEGI, 2021). Lo que significa, entre otras cosas, que la religión es parte del sistema de creencias de 9 de cada 10 mexicanos, aunque paradójicamente, la práctica religiosa es muchísimo menor.
¿De qué va la religión? ¿Qué características tendría una religión para que, además de ser profesada, sea vivida y contribuya adecuadamente a la plena realización del hombre?
Espiritualidad y religión
La espiritualidad se refiere a la capacidad y anhelo del hombre a la trascendencia, a la vida interior, a la búsqueda de respuestas a las últimas preguntas sobre la vida y su significado, a la relación con lo sagrado o con una entidad superior a la que eventualmente llama “Dios”.
La espiritualidad es “innata” en el hombre y busca desarrollarse de diversas formas. La vemos muchas veces expresada dentro de una religión, y otras veces en formas menos afortunadas: sustituyendo a Dios con cosas o “ídolos” como el dinero, el poder, amuletos, cuarzos, ideologías, etc. Bien lo decía la abuelita: “el que no cree en Dios, donde quiera se anda hincando” .
Por su parte, la religión es una manera concreta de vivir esa espiritualidad de manera comunitaria, con un credo común, con un sistema moral y un culto organizado, en base a un concepto de Dios que condiciona la manera de relacionarse con él y con los demás. Cuando la espiritualidad se vive en una religión, el aspecto comunitario y el reconocimiento de un Dios Personal permiten que dicha espiritualidad (como capacidad y anhelo innatos) se desarrollen más adecuadamente y garanticen una mayor integración de la persona con sus semejantes y con Dios, reduciendo además los riesgos del individualismo, el error, el autoengaño. La religión es es de naturaleza esencialmente social: hace las veces de contenedor de lo espiritual, de protector o soporte socio-cultural.
La espiritualidad como anhelo de infinito es una necesidad humana. Si la silenciamos o no la fomentamos conscientemente comprometemos nuestra plenitud seres humanos. Vivirla en solitario es una posibilidad, pero comporta un grave riesgo: perdernos en el camino, ignorar a un Dios personal que nos ama y se nos ha revelado, aislarnos y hasta auto engañarnos.
Pero vivir la religión de manera superficial o mecánica también comporta un riesgo, pues dejaría de ser un instrumento eficaz para re-ligarnos con Dios y con nuestros semejantes, un medio que nos da vida, que nos ayuda a dar significado y plenitud a nuestra existencia.
Las creencias y prácticas religiosas que dan vida.
Son muchas las denominaciones y grupos religiosos que existen en nuestra sociedad plural. No todos ofrecen los mismos recursos, ni siempre son aprovechados de la misma manera por sus miembros. A continuación, proponemos para la reflexión, algunas características de las creencias y prácticas religiosas que, bien aprovechadas, dan vida:
- Promoviendo el crecimiento personal. Al facilitar en las personas el desarrollo de su espiritualidad, su búsqueda de sentido le lleva a un mayor autoconocimiento, a la proyección y despliegue de todas sus capacidades y potencialidades. Es el caso de tantas personas que, al conocer las enseñanzas en su religión sobre el valor y la dignidad de todo ser humano, logran valorarse a sí mismos, “darse el permiso” de no ser perfectos y de equivocarse, de volver a intentar ser más felices aprendiendo, innovando, aspirarando a metas más altas y comprometiéndose con ellas.
- Invitando a las relaciones interpersonales constructivas. En la vivencia de las prácticas religiosas, su aspecto comunitario permite interactuar con personas de diferentes estratos y roles sociales, profesiones, costumbres, formas de pensar. Los rituales religiosos congregan personas muy diferentes entre sí y pueden ayudarles a conocerse, a contrastar fraternalemente formas de pensar y de vivir, a encontrar puntos de encuentro en la diversidad, a tejer redes de apoyo mutuo, etc.
- Ayudando a integrar la personalidad y la vida. En un mundo fragmentado y disperso, sobresaturado de información, líquido y volátil, las creencias y prácticas religiosas pueden convertirse en una brújula que ayude a la persona a reconocer dónde está y hacia donde se dirige. Sus creencias y prácticas religiosas puedes ayudarle a encontrar armonía entre sus pensamientos, emociones, afectos, palabras y comportamientos. A darle significado a los acontecimientos, a afrontar con sentido la enfermedad y la muerte, a orientar su existencia y sus opciones vitales.
- Moviendo a vivir valores universales como el amor, la justicia, la paz, la verdad (y sostiendo en ello). Aunque puedan algunos emitir juicios implacables respecto a la historia de las religiones, es innegable que la principal fuente de inspiración y el motor para la vivencia de valores universales han sido los grupos y comunidades religiosas. Las religiones van difundiendo mensajes de solidaridad, de respeto, de fraternidad y de perdón; y para quien quiere hacer vida esas enseñanzas, la misma vivencia religiosa se convierte en su sostén y permanente motivación.
- Proporcionando espacios y oportunidades de encuentro personal y comunitario con Dios. Relig-arse sanamente con el propio mundo interior, con los semejantes y con el entorno, es ya un gran beneficio. Pero sin duda, relig-arse con Dios, entrar en comunión con el Eterno, con el Creador, con el Amor, es lo que propicia, sostiene y plenifica todo lo anterior. Ya sea en la oración y meditación personal, o en ritos comunitarios de celebración y alabanza, la experiencia de encuentro con Dios transforma, dinamiza y orienta la existencia, y es capaz de dar vida plena, vida en abundancia. La vivencia religiosa puede poco a poco conducirnos a un auténtico conocimiento de Dios. No de un Dios abstracto y lejano, como el “gran relojero” de Voltaire o el “motor inmóvil” de Aristóteles. No con el Dios de una teología fría y cerebral, del imaginario social o de nuestras proyecciones psicológicas; sino un Dios personal, vivo y verdadero.
Jesucristo
Pensando “en cristiano”, Jesús de Nazareth es un modelo perfecto: es el hombre más pleno, con el equilibrio más deseable, con la armonía más perfecta. La integridad de su vida, su relación profunda con Dios Padre, su vida interior, su compromiso solidario en favor de todos los hombres, son el mejor ejemplo de la manera más plena en que un ser humano puede vivir su espiritualidad.
Y es importante resaltar que Jesús valoró y vivió la religión de su pueblo: visitaba el templo y la sinagoga (Lc 4,16), oraba con los salmos, se interesó por redescubrir el “espíritu” de las leyes religiosas y darles plenitud (Mt 5, 17-19), etc. Y además, desde el comienzo de su misión llamó a doce apóstoles, para hacer comunidad con ellos (Mc 3,14), para fundar su Iglesia, a la que enviaría a evangelizar y a dar vida plena a todos los hombres (Mt 28, 18-20). No es posible entender y vivir plenamente las enseñanzas de Jesús sin la comunidad, sin la religión, sin una Iglesia… Es ahí donde conocemos al Dios que se nos ha revelado, al Dios vivo y verdadero, a un Dios que nos ama profundamente, que nos quiere hermanos y que nos quiere felices.
Conclusión
¿De qué va la religión? Pues va de ayudar a crecer y madurar en nuestra espiritualidad; de facilitar nuestra experiencia de encuentro con Dios que nos permita religarnos con Él; de entrar en comunión con Él y desplegar todas nuestras capacidades y potencialidades como seres humanos llamados a la trascendencia.
La religión es un instrumento valiosísimo para el autoconocimiento, la integración y la orientación de la propia vida; para el encuentro fraterno con los semejantes y con la creación; para la construcción de un mundo más humano desde el cual vamos trascendiendo hacia la eternidad.
[1] Obispo de Ciudad Valles. Licenciado en Filosofía y en Teología Moral. Maestro en Terapia Familiar y en Relación de ayuda y Counselling. Doctor en Bioética.
Referencias
INEGI (2010). Censo población y vivienda. Disponible en https://www.inegi.org.mx/temas/religion/