El humor y la filosofía


Podría escribirse una obra filosófica buena y seria, compuesta enteramente de chistes.

Ludwig Wittgenstein

 

Cuenta el hagiógrafo de San Lorenzo que en su martirio, al ser quemado vivo en una parrilla, en medio del bullicio y de las llamas que carcomían su cuerpo, exclamó: “Dadme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho”. Imaginemos el rostro del verdugo y su reacción ante la extraña petición del loco que le pedía darle vuelta, como si de un pollo rostizado se tratara. Pienso en la víctima de tal pena, capaz, no obstante, de concebirse “cocinado” y de solicitar el amor de las llamas para todo su cuerpo por igual: no fuera el verdugo a errar la sazón.

¿Qué es lo que nos causa risa y, a la vez, asombro en esta anécdota? No es precisamente el hecho de su muerte, ni mucho menos el imaginarnos la cocción de su cuerpo al fuego. Es más bien la actitud nada habitual de este santo, que al encontrarse ante esta pena supo saltar fuera de la cotidianidad y colocarse por encima de las circunstancias.

Existe una saludable risa que nace de la crítica y de la conciencia de nuestras limitaciones y que hasta podríamos catalogar de “inteligente”. El chiste, el humor y la risa le aportan mucho a la sabiduría: la risa nos permite una cierta ruptura del orden lógico para alumbrar al entendimiento con una novedad que nos hace reír y que deja un sabor de perspicacia en nuestra mente.

Si analizamos la estructura de un chiste, una broma, una ironía o un acertijo podemos encontrar muchas similitudes entre estos géneros y los de la paradoja y la aporía, a las que nos enfrentamos en los problemas filosóficos. El recurso a la analogía supone una comprensión no unívoca de la realidad, y esto lo aprendemos muchas veces más en un chiste, una broma o una equivocación de la vida cotidiana. Se trata de un fenómeno, como dice Bergson, que se resiste a ser encerrado en una descripción porque, ante todo, se trata de algo vivo y específicamente humano.

¿Cuándo fue que asociamos al sabio con los atributos de la prudencia, la formalidad y la seriedad? La descripción de Baudelaire ilustra muy bien cómo, en algunas ocasiones, parece que el sabio tiembla por haber reído, porque éste teme a la risa como teme los espectáculos mundanos. Parece como si para el sabio existiera una cierta contradicción secreta entre su carácter de sabio y el carácter primordial de la risa: a los ojos de aquel que todo lo sabe y todo lo puede, lo cómico no existe.

La risa no es ajena a la filosofía. Recordemos que la historia de la filosofía occidental arranca con la risa de una esclava tracia de espíritu despierto y burlón, al ver precipitarse en un pozo al muy sabio Tales de Mileto, quien, considerando la constelaciones, atendió más bien el cielo que el suelo.

En otro de estos pasajes, Hipócrates es requerido para atender a Demócrito: los suyos creyeron que se había vuelto loco pues no dejaba de reírse a carcajadas. Tras conversar con este pensador y analizar sus planteamientos, Hipócrates concluyó de manera segura que Demócrito no estaba loco, sino que era el más sabio de todos. Reconoció que él mismo había aprendido tras conversar con él. Cuando Hipócrates explicó el motivo de la risa de Demócrito, señaló que éste había encontrado risibles nuestros humanos desatinos.

Cuando vemos una comedia, nos contemplamos a nosotros mismos para poder reírnos. Lo grandioso de la comedia es que podemos hacerlo a través de otros. El artista se convierte en espejo para hacernos ver las incongruencias y los desaciertos humanos.

La risa es una respuesta ante la incongruencia, como dice Paulina Rivero Weber, y esta respuesta puede ser de dos tipos: aquella que pretende resolver la incongruencia, a saber, la filosofía, y aquella que la festeja sin remediarla: la risa. Y es que la tragedia y la comedia, el llanto y la risa, tienen en el fondo un mismo origen, tanto como obras de arte, en la antigua Grecia, como en la vida humana: arrojar al individuo fuera de la mirada cotidiana y facilitar perspectivas diferentes sobre el mundo y la vida. En ese sentido, aprender a reír se vuelve una tarea fundamental: sólo desde una revaloración de la risa es factible proponer valores vitales, que no se asienten en una sobrevaloración del ámbito trágico, y que revaloricen el ámbito cómico.