El papel co-creador del hombre: a propósito de un poemita de Maria Rilke

Por David Carranza Navarrete

Rainer Maria Rilke no es seguramente el más piadoso de los líricos de la lengua alemana. Hombre de una exquisita formación intelectual y de una atropellada vida personal, se cuenta que realizó 1400 traducciones del latín, italiano, portugués, entre otras lenguas, además de que fue un escritor competente de ruso y francés, lo que lo llevaría a trabar amistad con Tolstoi y Rodin. Rilke consagró absolutamente cada resquicio de su existencia a la experiencia poética, en su ansía por experimentar en carne propia lo divino que la religión de su tiempo no podía otorgarle. Las historias del buen Dios (1900) son una denuncian del acartonamiento y fariseísmo de los hombres de fe de su época y muestran cómo lo divino se hace presente, las más de las veces, en los espacios más alejados de las religiones institucionales.

El texto que nos ocupa se intitula La sospecha de Jesús y pertenece al ciclo de poemas sobre la Vida de María (Das Marien Leben, 1913), que Rilke escribió en Duino por encargo de su amigo, el pintor Heinrich Vogeler. La Vida de María es difícilmente un poemario litúrgico o devocional. Lejos se ubica del romanticismo de Novalis y Hölderlin, que ve en la naturaleza la prueba viva de la existencia de un creador. Los poemas de Rilke no son alabanzas a Dios, sino que de hecho se enfocan en una figura humana y su relación con lo divino. A continuación se presentan el poema original y la versión española de Pablo Soler Frost:

 

 

Argwohn Josephs                                                                                            La sospecha de José

 

1 Und der Engel sprach und gab sich Müh                                                               1 Y el ángel habló y, con diligencia,

2 an dem Mann, der seine Fäuste ballte:                                                                 2 se esforzó frente al hombre de puños apretados.

3 Aber siehst du nicht an jeder Falte,                                                                         3 Pero, ¿es que no puedes ver en cada detalle

4 daß sie kühl ist wie die Gottesfrüh.                                                                         4 que como la mañana de Dios, así es ella?,

 

5 Doch der andre sah ihn finster an,                                                                          5 Pero el otro tan sólo frunció el ceño

6 murmelnd nur: Was hat sie so verwandelt?                                                           6 murmurando: ¿qué la ha cambiado tanto?

7 Doch da schrie der Engel: Zimmermann,                                                               7 Y entonces el ángel gritó: ¡carpintero!,

8 merkst du’s noch nicht, daß der Herrgott handelt?                                               8 ¿no te das aún cuenta de que actúa Dios,                                                                                                                                                                                                                      Señor

 

9 Weil du Bretter machst, in deinem Stolze,                                                             9 Nuestro: porque haces tablas, en tu orgullo

10 willst du wirklich den zu Rede stelln,                                                                    10 quieres en verdad llamar a cuentas

11 der bescheiden aus dem gleichen Holze                                                             11 a quien, humilde, de la misma madera[1]

12 Blätter treiben macht und Knospen schwelln?                                                    12 hace salir las hojas y brotar los renuevos?

 

13 Er begriff. Und wie er jetzt die Blicke,                                                                   13 Él entendió. Y al alzar la mirada,

14 recht erschrocken, zu dem Engel hob,                                                                 14 espantado en serio, hacia el mensajero,

15 war der fort. Da schob er seine dicke                                                                   15 éste ya no estaba. Se quitó entonces

16 Mütze langsam ab. Dann sang er lob.                                                                  16 su tosco gorro. Y cantó en alabanza.

 

Asociar a Cristo y su vida con flores y frutos es un tópico presente a lo largo de toda la tradición cristiana. Mas no sólo Cristo, sino también sus parientes y discípulos fueron relacionados de alguna manera con el mundo vegetal. María misma ha sido como una flor en muchas obras: san Bernardo en el siglo XI escribió Flos nasci voluit de flore, en flore et floris tempore (una flor quiso nacer de una flor, en una flor y en el tiempo de flor(es)); entre nosotros, encontramos uno de los mejores ejemplos de esto en el poema guadalupano que Sor Juana le dedicó al jesuita Francisco Castro.[2]

 

 

La figura de su padre, José de Nazaret, tampoco ha sido ajena a estas asociaciones: por un lado, su oficio lo ubica en contacto directo con los árboles; por otro, José es representado pictóricamente sosteniendo dos flores, una en cada mano: un lirio y a Cristo. Si se considera su ciudad de origen, cabe señalar que, aunque la etimología de la palabra Nazaret es incierta, desde antiguo se ha creído que su origen se encuentra en el hebreo ne ṣer ‏(נֵ֫צֶר‎) “rama”:

 

Una rama saldrá del tronco de Jesé, un brote surgirá de sus raíces (Isaías, 11,1).

 

A pesar de que este poema se enmarca en una obra dedicada en su conjunto a narrar la vida de María, José es en este caso la figura central. Rilke lo describe como un hombre que, ante la noticia angelical, en un primer momento se muestra extrañado, molesto y hasta con miedo, pero que al entender el mensaje metafórico puesto en los versos 11 y 12, depone la duda en favor de una actitud piadosa. Veamos con calma ambos versos:

 

11 der bescheiden aus dem gleichen Holze                         11 a quien, humilde, de la misma madera

12 Blätter treiben macht und Knospen schwelln?            12 hace salir las hojas y brotar los renuevos?

 

En la línea 11, Rilke construye un complemento circunstancial de origen o de separación utilizando la preposición aus (en alemán, regente de dativo; en latín, ab, de, ex, de ablativo; equivalente, por lo demás, a las españolas de y desde) que signa, en su sentido más amplio, el punto o lugar de origen (físico o metafórico) de una acción. Un ejemplo de esto ocurre cuando se dice que alguien “sacó agua de un pozo” o “hizo una estatua de piedra”. Rilke, quien fuera un políglota extraordinario con una conciencia lingüística de primera, tenía muy claro todo esto a la hora de componer. Es así que apelando metafóricamente a la idea de hacer salir una cosa de otra, Rilke describió de forma brillante la relación entre José, Jesús y Dios: así como José efectivamente hace brotar de la madera bienes y artificios humanos, Dios, a su vez, hará surgir a su propio hijo también de la madera (Holz): la casa de José (Nazareth), José mismo. Más aún, Dios, en el papel aquí de un segundo carpintero, asumiendo el oficio de José, le refrenda su papel de co-creador, de continuador de su creación, bajo la encomienda de darle forma ahora a una madera viva, Jesús.

Un genio poético de la talla de Rilke claramente entrevió y supo plasmar la conexión botánica, por llamarla de algún modo, entre José y Jesús —entre el árbol y su flor—, así como la naturaleza co-creadora del hombre, participante en esta perfección de la naturaleza divina.

 

 

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[1] Manera (en el texto original de Soler) en lugar de madera (en nuestra corrección). Aunque puesto como se halla originalmente, el verso no queda privado de sentido, sí da pie a una interpretación carente del entramado que, como veremos, quiso Rilke poner en juego. Se trata evidentemente de un error tipográfico, identificable, no obstante, sólo a partir de la revisión del texto alemán. Rilke, R. M. (2013) La vida de María (Pablo Soler Frost, Trad.). México: CONACULTA, pp. 27-29.

[2] Aquí he recordado la exégesis muy erudita que realizaba de este poema sorjuanino mi profesor de letras clásicas. Fue él precisamente quien nos enseñó en clase el motete en que Bouzignac musicalizó la frase de san Bernardo.