Por Andrea Munguía Sánchez.
El ser humano es un ser social por naturaleza, sin esta característica y su comprensión sobre lo que ello implica, estaríamos eliminando una parte de su esencia y la estructura de éste se reduciría a una expresión corporal-anímica (Stein, 2003:163). La vida en comunidad inicia con el despertar consciente del hombre en relación con otros hombres.
Si bien, este concepto tiene sus orígenes en el ámbito del derecho romano, específicamente para resolver conflictos de deudas contraídas, la reflexión de la solidaridad en el sentido ético y filosófico comenzó en Francia con el llamado socialismo científico, alrededor del año 1840. Sin embargo, el sentido amplio en cuanto a la reflexión teológica y ontológica de la estructura social del hombre, tiene como referencia dos encíclicas: Summi Pontificatus de 1939 y Rerum Novarum, de León XIII, en 1891. No obstante, es en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) publicada en 2004, en donde a pesar de lo breve de su exposición, prima la dimensión social de la persona. (Rojas, 2019)
Es a esta interdependencia a la que apela hablar de Solidaridad, a “reconocer los vínculos que unen a los hombres y grupos sociales entre sí (…) para ocuparse de un crecimiento común, compartido por todos”. (Pontificio Consejo, 2005)
La solidaridad no puede ser momentánea, no responde como único fin a la satisfacción personal ni a simples acciones altruistas desinteresadas. Se trata de un acto social permanente, que reconoce en todas las personas la igualdad de derechos y de dignidad. Nos hace conscientes de la deuda que tenemos con la sociedad en la que vivimos (Pontificio Consejo, 2005) y nos llama también al bien de las futuras generaciones, superando lo individual, lo particular y lo transgeneracional.
Este principio puede entenderse a partir de dos ejes esenciales:
- La solidaridad como expresión de la interdependencia
- La solidaridad como plano ético-social
El primer eje se refiere a la capacidad ordenadora que tiene la solidaridad como principio social tanto para las relaciones humanas como para las instituciones, ante el evidente vínculo que tiene con el bien común y la superación de las injusticias sociales. A través de la creación o la oportuna modificación de leyes, reglas de mercado u ordenamientos, (Pontificio Consejo, 2005) para la atención de las realidades que no podemos ni debemos ignorar -pobreza, envejecimiento, guerra, migración, endeudamiento social-. (Francisco, 2020) Con tan solo una frase, Silés y Fuentes demuestran que la relación entre los cuerpos intermedios (así nombradas a las instituciones) y el ejercicio político solo puede comprenderse si se comprende que “vivir en una sociedad solidaria implica vivir en una sociedad cuyas organizaciones están regidas por este principio”. (2017)
Al respecto, nadie niega que en México, colocar en el nombre de un programa político la palabra Solidaridad (PRONASOL/1989) fue algo más que novedoso; sin enfocarnos en los límites u errores que esta política pública tuvo, a nivel de análisis socioeconómico, expertos y políticos han reconocido que no solo se trataba de la búsqueda de la erradicación de la pobreza, sino de brindar un sentido de pertenencia. Pues aquellas personas que permanecían al margen de la protección social, se constituyeron en ese entonces como sujetos políticos. Lo importante en este caso, es como aún después de 30 años, el programa sigue siendo referente o tema recurrente cuando se habla de solidaridad.
El segundo eje se vincula a la característica de exigencia y virtud moral de la solidaridad en las relaciones humanas. Es decir, todos somos responsables de todos y debemos mantener firme la convicción de alcanzar el bien común, a través del servicio y la donación con el prójimo. Es así, que la solidaridad se convierte en fundamento de la convivencia, (Pontificio Consejo, 2005) en torno al sentido de pertenencia como miembro de una comunidad y del reconocimiento del valor intangible de la vida humana. (Francisco, 2015)
Este último mensaje queda también expresado en la encíclica Laudato si’, donde queda claro que tan inseparable es nuestra relación con la naturaleza que cuando un espacio se contamina requiere que analicemos el funcionamiento de la sociedad, nuestra economía y nuestra forma de entender la realidad. Lo anterior deja claro que la actual crisis medioambiental es resultado de las relaciones desiguales e injustas con nuestros prójimos y con los seres con los que compartimos este planeta. Mismo dilema se repite en los discursos de activistas ambientales, principalmente de origen indígena, quienes manifiestas que su trabajo, es un trabajo solidario: por ellos, por sus pueblos, por nosotros y por nuestros hijos. A la vez exigen que esta carga no sea solo para ellos; la responsabilidad de buscar revertir o por lo menos detener, los efectos de nuestra actividad en el planeta, tendría que ser de todos, no solo de quienes menos tienen, pero que ya -en su condición de vulnerabilidad- padecen mayormente las inclemencias del cambio climático.
Para finalizar, en este ejemplo es evidente cómo el mensaje de la solidaridad traspasa el fin último de las acciones caritativas o particulares, buscando al mismo tiempo el bien de todas las personas al igual que del medio con el que satisfacemos nuestras necesidades, sea éste directamente natural o instrumentalizado. Este sentido de interdependencia con los hombres y con la tierra, ya no sólo en la cuestión medioambiental, sino acompañada de los principios de subsidiariedad y justicia, la participación y el destino universal de los bienes, tendría que servir como referencia para guiar nuestras acciones, al crecimiento del bien común e integral de todas las personas.
Referencias
-Iglesia Católica. Papa (2013 – : Francisco)., & Francisco, P. (2015). Laudato SI’: Carta encíclica del Sumo Pontífice Francisco : a los obispos, a los presbíteros y a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos sobre el cuidado de la casa común. Lima: Paulinas.
-Pontificio Consejo “Justica y Paz”. (2005). Comprendio de la Doctrina Social de la Iglesia. (1ª. Ed., 1ª reimp.). Lima: Paulinas.
-Rojas, L.E. (2019). Dimensiones del principio de solidaridad: un estudio filosófico. Rev. chil. derecho vol.46 no.3 Santiago dic. 2019 http://dx.doi.org/10.4067/S0718-34372019000300845
-Silés, C. y Fuentes, E. (2017). Solidaridad como principio político. LT (La Tercera). https://www.latercera.com/voces/solidaridad-principio-politico/
-Stein, E. (2003). La estructura de la persona. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid.