La violencia (y con ella el miedo, la desconfianza y la desesperanza) ha penetrado a la sociedad mexicana, los acontecimientos ocurridos en diferentes estados del país parecieran mostrar que ya nada es sagrado, pues el cuerpo se veja hasta negarle, incluso, la sepultura: los que lo matan buscan, neciamente, eliminar las pruebas concretas de la barbarie descuartizando y enterrando en fosas la chair que otros anhelan abrazar. Todo ello ha provocado un ambiente de tensión en la sociedad, donde las relaciones entre vecinos y conocidos están marcadas por la desconfianza, hay miedo a ser una víctima más de los males que aquejan al país. Esa es nuestra circunstancia y es lo que tenemos que salvar para salvarnos… ahora bien, ¿en qué medida podemos participar del rescate de nuestra circunstancia?
No somos pocos los que vemos en la educación tierra fértil para hacerlo, los que creemos que las aulas son un lugar propio para comenzar la añorada renovación moral que tanto nos urge en México. Pero la educación, en tanto mera transmisión de conocimientos, no puede ser nuestro fin último, pues, por poner un ejemplo, el conocimiento de lo bueno no es garante de la bondad. Atender el clamor social exige, más bien, que la educación responda no sólo a las dicotomías enseñar-aprender, transmitir-recibir, en las que, cuando mucho se espera conocimiento, y cuando menos información, y cuando mucho menos capacitación, sino, y sobre todo, que sea ella el lugar donde se regeneren las relaciones intersubjetivas.
Y sí se ha dicho ya que en las sociedades del conocimiento sea quizás necesario replantear algunos de los principios que rigen la educación, y que la escuela requiere una transformación de fondo, pues el acto de educar, de por sí complejo (que implica cuestiones simbólicas, afectivas y comunicativas, etc.) adquiere otros matices cuando las telecomunicaciones invaden la vida de las personas; entonces ella, en una sociedad como la mexicana, herida por la violencia, adquiere también otros rasgos, uno de ellos, el de repensar las relaciones dentro de las instituciones, que las más de las veces tienen un carácter llanamente administrativo.
Por ello, sea también necesario considerar nuestra situación actual como un kairós, un tiempo propicio, que si bien no es necesariamente uno de “condiciones ideales” (quizás al contrario, sea un tiempo de condiciones adversas) con la conciencia de que los que compartimos la pasión por la enseñanza podemos ser determinantes en esa reconsideración, podemos marcar diferencia en el contacto con los estudiantes; si asimilamos esto entonces nuestra situación es totalmente un kairós, que representa la oportunidad de que algo no previsto suceda: que estar en el aula sea un encuentro personal, en el sentido de poder conectar con las inquietudes, deseos y esperanzas de los alumnos. Ello sería la reconsideración de la valía que tiene nuestro encuentro con otros en un proceso (el de la enseñanza) que en cada caso involucra a toda la persona, todas las dimensiones del que enseña y del que aprende y que por lo tanto nos incumbe en lo más íntimo.
A cuento viene la película protagonizada por Adrien Brody, Detachment[1], quien interpreta a Henry Barthes un profesor sustituto de preparatoria que, pese al carácter temporal de su trabajo, logra conectarse emocionalmente con sus problemáticos alumnos, de resultados académicos bajos y miembros de familias disfuncionales. Con talento y a través de la literatura, Barthes logra que los muchachos cuestionen su forma de vida, la manera en que se relacionan y los estereotipos que han asimilado, y que empatan felicidad con fama o éxito. Y si bien él pretende mantener distancia para no involucrarse demasiado con sus alumnos, tiene el talento de atraerlos y lograr empatía.
Esta película es una provocadora crítica que cuestiona el sistema educativo en donde las relaciones en el aula tienden a ser meras relaciones públicas, es decir, de carácter administrativo. Y quizás hace falta que la educación deje de ser eso y se convierta en un ámbito de auténtico encuentro personal, hace falta que los estudiantes dejen de ser números de expediente y tentativos proyectos de investigación, o tasas de becados y titulados. Quizás la escuela debe dejar de ser sólo un espacio de crítica a la deficiente actuación de autoridades y gobernantes frente a lo que los desborda, y deba comenzar a ser también un lugar apropiado para tratar las inquietudes más profundas, un lugar para reconocerse en otros, como Barthes en sus alumnos, y ellos en él. Quizás nuestro ahora en la escuela sea un auténtico kairós.
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[1] Puedes ver el tráiler en https://www.youtube.com/watch?v=Xy2I_UffgxY