Por José Enrique Gómez Álvarez.
El término “cuidado” hace referencia a muchas conductas y motivaciones. Así decimos de los animales que cuidan a sus crías y por supuestos que los humanos nos cuidamos entre sí. Los dos ejemplos citados son análogos pero, como buenos términos de esa clase, hay diferencias importantes. El cuidado de las crías hace alusión que los padres procuran lo necesario para la supervivencia de sus hijos. En ese aspecto es semejante con lo humano: cuidar es proveer. No obstante el cuidado humano implica poder ver la naturaleza del bien abstracto en la situación concreta. Cuidar es visualizar, aquí y ahora, un valor que se tutela y se cuida. En este sentido, cuidar sólo puede darse en un contexto humano de racionalidad. Otra diferencia importante es que el cuidar humano es una decisión de la voluntad, es decir, queremos cuidar a alguien. La naturaleza del cuidado humano es ética, en los animales eso no tiene sentido: algunos animales abandonan a algunas de sus crías o incluso las matan cuando se detectan peligros. Es en pocas palabras una cuestión de supervivencia instintiva.
Los humanos, en cambio, no concebimos el cuidado como una supervivencia. Cuando los padres cuidan a sus hijos, en general, están dispuestos a arriesgarlo todo con tal de que sobrevivan y por supuesto no por razones de utilidad, sino porque creen que hay un valor insustituible en los hijos. Ese valor insustituible es la dignidad humana. Se concibe a cada persona como un ser único que debe tener acceso a cuidados y nosotros, a su vez tenemos derecho a los mismos. Los seres humanos así tenemos profesiones especializadas en el cuidado: los trabajadores sanitarios en general.
Los cuidados que deben proporcionarse quedan en dos niveles: uno al nivel del “care” y otros del “cure” (Reyez, E. 2009). En el “care” proporcionamos cuidados de demanda normal, es decir, cuando la salud está estable, pero no obstante se cubren necesidades de mantenimiento de la vida humana. Hay que insistir aquí que los cuidados de mantenimiento en los humanos siempre están imbuidos por la racionalidad y sentido de los humano. Así, no consideramos un auténtico cuidado sólo el recibir alimentos cuando tenemos hambre. Consideramos que la alimentación humana debe tener condiciones mínimas de higiene y presentabilidad. Esa presentabilidad, por ejemplo, en su refinación máxima humana es la gastronomía. En la gastronomía es tan importante la calidad de los alimentos como su presentación agradable a nosotros. Además, aún en condiciones como podría ser un hospital se considera que el modo de alimentar al paciente también requiere una acción digna.
De manera semejante sucede con la vestimenta: no se trata sólo de cubrirse, sino de cubrirse de modo humano. De ahí se desarrolla la importancia de la moda. La moda es una expresión de la humanización del cuidado. Podemos vestirnos cumpliendo la función meramente biológica de protegernos del frío, pero nosotros necesitamos ir más allá. La cuestión es el reconocer la necesidad de la belleza y el reconocimiento de la belleza en el cuerpo humano. El reconocer esa belleza es reconocer la individualidad bella de cada persona. El hecho de tener opciones para vestirse y buscar la que se acomode a nuestros gustos e intereses no es frívolo: es manifestación de la necesidad humana de diferenciarnos. Incluso en el sentido opuesto, como puede ser el estar uniformado, implica de nuevo la racionalidad humana. No nos uniformamos solo para parecer iguales, sino para reconocernos en comunidad y facilitar esa identificación. Los uniformes, de acuerdo a lo señalado cubren la necesidad de protección, por ejemplo las batas médicas o las filipinas en enfermería, pero también tienen el fuerte carácter simbólico de la identificación del gremio respectivo. En suma, cuando nos vestimos irradiamos humanidad. Así consideramos inadecuado y contrario a los cuidados esenciales el utilizar ropa sucia, regalar ropa desgarrada o en condiciones muy deterioradas.
En cuanto al “cure” nos señala Eva Reyes que son:
… cuidados de curación, relacionados con la necesidad de curar todo aquello que interfiere con la vida, eliminar los obstáculos, limitar la enfermedad, asistir en la estabilización de los procesos degenerativos, viendo a la persona como un ente integrado, con un estilo de vida propio determinado por su grupo, su cultura y su entorno. (2009: p. 72)
En la vida diaria equilibramos o mejor dicho combinamos los cuidados. Así, el limpiar el entorno donde se vive es a la vez una acción del “cure” en cuanto que previene patógenos que desequilibran la salud, pero también puede ser visto desde la óptica del “care” ya que limpiamos no sólo como protección a la salud, sino para mostrar lo bello y agradable del hábitat humano. De hecho, aunque no hubiese peligros reales de salud consideramos correcto (otra vez no por razones utilitarias, sino por una cierto compromiso con las demás personas) que el espacio de quien nos visita esté adecuado a su comodidad y tenga un estilo acogedor. Respecto a eso, Reyes menciona un dato importante: la mediación cultural. Una casa adecuada no será lo mismo en la cultura japonesa tradicional que en México. No obstante, la raíz de fondo se mantiene: creemos que debemos ofrecer (nos) espacios dignos de habitarse como humanos. Cambiarán las divisiones de las habitaciones o lo que consideramos un gusto refinado, pero la raíz ética del sentido de una vivienda no.
La contraparte del cuidado es el maltrato. No obstante, estrictamente, los únicos que maltratamos somos los seres humanos. Maltratar implica una negligencia de un bien debido a otro ser. En este sentido hay verdadero “maltrato animal”. Los animales al merecer tutela por parte de nosotros en ciertas circunstancias como el ser mascotas implica nuestra capacidad de reconocer, de nuevo, el bien de los mismos y por tanto podemos tipificar una conducta irresponsable que merece cierta penalización.
Los elementos analizados previamente nos llevan al concepto de la ética del cuidado.
La ética del cuidado:
… se basa en la comprensión del mundo como una red de relaciones en la que nos sentimos inmersos, y de donde surge un reconocimiento de la responsabilidad hacia los otros. Para ella, el compromiso hacia los demás se entiende como una acción en forma de ayuda. Una persona tiene el deber de ayudar a los demás; si vemos una necesidad, nos sentimos obligadas a procurar que se resuelva (Alvarado, A. 2004: p. 2).
La ética del cuidado es entonces otra manera de expresar las virtudes humanas. Consideramos adecuado, justo, el atender las necesidades de los demás y esperamos lo mismo. La ética del cuidado es una responsabilidad social. La ética del cuidado es vernos como un “nosotros” en vez de un mero “tú”. La ética del cuidado así es concebirnos en una comunidad de personas necesitadas, ávidos de ayudas y cuidados. El individuo así no es visto como el centro de mera autonomía, sino como una persona que, en efecto, requiere respeto a su individualidad, pero dentro de la integración de la comunidad. Lo anterior nos lleva al tema de que el individuo se realiza dentro de la comunidad y su actuar ético, plenamente humano, sólo puede darse a través de aquella. Lo anterior nos queda manifiesto en todas las profesiones y sobre todos las dedicadas al cuidado y preservación de la vida humana como las ciencias de la salud en donde el esfuerzo individual conjugado en un objetivo de bien común permite realizarnos como seres humanos.
Referencias
Alvarado, A. (2004). La ética del cuidado. Aquichan, 4(4). Consultado el 17 de noviembre de 2021. Disponible en: http://www.scielo.org.co/pdf/aqui/v4n1/v4n1a05.pdf.
Reyes, E. (2009). Fundamentos de enfermería. México: Manual Moderno.