Independientemente de cómo se aborde el problema, lo cierto es que nuestro país vive condiciones precarias de paz. Técnicamente no nos encontramos en guerra con otro país o en guerra civil; sin embargo, algunas de nuestras ciudades tienen tasas de asesinatos similares a las de zonas de conflicto armado. Todos los días, los medios de comunicación reportan muertes de personas vinculadas de una u otra manera al combate al narcotráfico. Según los últimos reportes oficiales, 47,515 personas han muerto como resultado de este tipo específico de violencia desde el inicio de este sexenio y hasta septiembre de 2011. El Gobierno Federal argumenta que, aunque en términos absolutos éste número de muertes es muy alto, si se consideran todos los estados de la República México tiene una tasa de mortalidad por asesinato que es menor a la de otros países. A pesar de esto, es importante que todos reconozcamos que cada una de las muertes violentas es siempre una tragedia que causa un daño irreparable a las personas y a las sociedades.
Al mismo tiempo, nuestro país presenta otras formas de violencia contra grupos vulnerables, como los embriones sometidos a procedimientos abortivos, las mujeres (especialmente si son indígenas y pobres) y las personas con discapacidades. Las condiciones de injusticia en algunos sectores de política pública también son inaceptables: tan sólo piénsese en nuestro modelo económico, con la correspondiente política social, que no ha logrado disminuir el grado tan acentuado de inequidad de nuestra sociedad. En promedio, las familias más ricas de nuestro país tienen ingresos 21 veces superiores a los de las familias más pobres; 46.2% de la población tiene ingresos inferiores a los 2,114 pesos mensuales por persona (en las ciudades), y no tiene acceso a derechos sociales básicos como agua potable, educación de calidad, salud y seguridad social, y trabajo digno.
Como puede deducirse de lo dicho hasta ahora, la paz no sólo implica la ausencia de violencia (física y de otros tipos) sino también incluye las condiciones necesarias para que las personas y las sociedades puedan desarrollarse armónicamente. En efecto, cualquier tipo de injusticia, aunque ésta no genere actos de violencia física, puede considerarse como un atentado contra la paz. Como famosamente la definió Paulo VI en el no. 87 de la Encíclica Populorum Progressio, “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Para generar y mantener el desarrollo es necesaria la participación continuada de actores e instituciones del gobierno, la sociedad civil y las empresas. La paz no debe ser solamente un objetivo de nuestros gobernantes, sino que se construye todos los días, con la participación y decisión de cada uno de nosotros.
Por estas razones, me parece que el reciente mensaje de Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, titulado Educar a los jóvenes en la justicia y la paz, es muy relevante y merece una lectura cuidadosa. En efecto, muchas de las situaciones de violencia e injusticia que mencionaba al inicio de este artículo podrían disminuir si todos y cada uno de nosotros decidiéramos vivir respetando y promoviendo de manera efectiva la dignidad humana de los que nos rodean.
Lo cierto es que a lo largo de nuestras vidas nos educamos para muchas cosas, pero no sabemos cómo ser instrumentos de paz. Ante la presencia de la injusticia respondemos con indiferencia, cobardía o violencia, muchas veces porque no tenemos ni el conocimiento ni las habilidades para procesar el conflicto de manera asertiva y respetuosa. Ante el menor de los problemas causado por los otros reaccionamos con lógicas que privilegian el ganar sobre el perder, el poder sobre el diálogo. Como no sabemos trabajar en equipo, tampoco sabemos cómo construir en conjunto soluciones a los problemas que nos afectan a todos. Aprender a generar y mantener condiciones de paz es algo indispensable, si queremos ser una sociedad viable hoy.