Por: Fidencio Aguilar Víquez|
Las causas históricas de la Independencia de México, desde su inicio hasta su consumación y su posterior ejercicio, fueron múltiples y variadas. En primer lugar, hubo una ola bastante extendida (por no decir «mundial») que llevaba las ideas de la Enciclopedia francesa: tales nuevas ideas acerca de la democracia, la libertad, la igualdad y la fraternidad fueron contrapuestas como legítimas alternativas frente al «antiguo régimen» representado con categorías como religión, Iglesia y sacerdocio. Esos planteamientos levantaron pronto, al menos en sus fervientes seguidores, “el culto de la Razón, de la Ilustración, de la Ciencia, de la «libertad» de pensamiento.” (Bravo 1953, 163).
En segundo lugar, hay que considerar que la hegemonía de mando de los españoles peninsulares, representantes de la Corona, fue generando hasta su estallamiento el recelo, la desconfianza y el odio de los criollos -que por diversos motivos no podían acceder a los puestos públicos. Aunque esto último puede ser cuestionado porque, en realidad, muchos peninsulares venían a la América española en condiciones de pobreza que, ante la riqueza de los criollos y su influencia social, no podían sino asimilarse a la sociedad novohispana, aun cuando vinieran a gobernar. Para algunos historiadores: “Las rivalidades entre peninsulares y criollos, muy exageradas por algunos autores, deben descartarse como causa de la Independencia” (Alemparte 1953, 276).
Es más plausible, en tercer lugar, que la política de la Corona española haya dado lugar a su decadencia política mundial: por un lado, sus conflictos con Francia, Inglaterra e, incluso, Italia; y, por otro lado, la hegemonía burocrática implementada por las reformas de los Borbón, a nivel interno, fue minando la capacidad de adaptación a los «tiempos modernos» de manera abierta. Lo anterior explica en buena medida que los inicios de la Independencia, no sólo en México sino en Santa Fe de Bogotá, Caracas y Buenos Aires, se hayan dado al grito de «¡Viva Fernando VII!», el rey español obligado a abdicar de la Corona por Napoleón Bonaparte. Aunque, en México, un poco más adelante -en el Congreso de Chilpancingo de 1813- se haya omitido toda referencia a la monarquía (Koren 1953, 278).
Como quiera que sea, en cuarto lugar, Inglaterra y Francia jugaron a su propio favor (más tarde lo harían los Estados Unidos) para minar al imperio español, como lo difundía El Correo Americano del Sur, el medio de comunicación de José María Morelos y Pavón (Carreño 1953, 453). Otro factor más a considerar en todo este cúmulo de causas y antecedentes de la Independencia de nuestro país (y también de los demás países de América española) es la reacción de los pueblos precolombinos. En ellos crecía una mezcla de inquietud y abulia que terminó con una sola convicción: unos amos han sido sustituidos por otros.
En términos numéricos y económicos, el proceso de Independencia de México, del inicio a la consumación, costó la vida de 600 mil personas, la producción minera se redujo a menos de un cuarto de lo que se producía antes de las gestas, la agricultura a la mitad de su producción y la industria a un tercio (Lynch 2004, 319ss). Además, luego vino la recesión y el estancamiento económico. Hacia 1823, las finanzas del país estaban en un completo caos.
Eso no fue lo peor, durante las gestas, y luego de éstas, la forma de acceder a los poderes públicos era mediante el método de repartición de cuotas; los gobiernos que llegaban estaban compuestos por caudillos y sus clientelas, cuyos miembros, algunos, llegaban como nuevos burócratas que no tenían gran idea del servicio público. En la práctica, sigue diciendo el mismo Lynch (2004, 348), las instituciones republicanas fueron hechas a un lado y prevalecieron -en línea de continuidad con el régimen anterior- los liderazgos carismáticos y el uso el poder público en beneficio de una facción o en beneficio propio. Si a esto se añade la situación del endeudamiento con las potencias extranjeras, se puede afirmar que, México como estado-nación y los nuevos estados nacionales, en muchos rubros nacieron sometidos a esas potencias y endeudados hasta comprometer a generaciones enteras venideras.
El panorama no fue grato, prevaleció la lucha entre facciones y grupos y, a final de cuentas, un grupo fue sustituido por otro grupo; muchas cosas siguieron igual, sobre todo respecto a los indígenas y a la forma de gobierno: buscando el propio beneficio y entablando vínculos clientelares. Hay un casi aforismo o epígrafe respecto a la Independencia: “En Méjico, la independencia la proyectaron los criollos en 1808, la iniciaron los mestizos y los indios en 1810 y la consumaron los españoles en 1821.” (Tena 1953, 507).
¿Significa todo esto que las luchas por la Independencia no tuvieron ningún sentido? ¿O que los grandes ideales de libertad y de derechos de las personas se difuminaron y no dieron frutos? En el contexto de influjos externos (la Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa) y de crisis internas, el México independiente, y en general los nuevos estados-nación de Hispanoamérica, pronto despertaron de sus sueños libertarios (Díaz y Aguilar 1994, 172ss). La sociedad como sujeto histórico (el «pueblo» en sentido histórico-ontológico) fue relegado de la dinámica política por las élites dirigentes. Este divorcio generó una incoherencia histórica que pesa aún en nuestro tiempo: la cultura de la negación.
Negamos al «otro» que no es como nosotros. A los pueblos precolombinos, los pueblos originarios, los indígenas. Negamos nuestra tradición novohispana que tanto aclamamos cuando de cultura se trata. Negamos la vena liberal que también generó algunos grandes beneficios de tipo jurídico-político. O negamos los aportes de la Revolución que generó una nueva conciencia ante el mundo moderno. Hasta que dejemos este «espíritu de negación» no podremos reconciliarnos con nosotros mismos. Y ello no se dará si no cobramos nuestra conciencia histórica que nos descubrirá que, más allá de la libertad humana, se encuentra una mano que conduce, de alguna manera y a nuestro favor, los destinos históricos de nuestro pueblo mexicano, al que pertenecemos.
Referencias bibliográficas:
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Alemparte, Julio. 1953. Hegemonía de mando de los españoles peninsulares que dio lugar al odio de los criollos. En Congreso Hispanoamericano de Historia. Causas y caracteres de la independencia hispanoamericana. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica. Pp. 273-6.
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Bravo Ugarte, José. 1953. Difusión de las ideas enciclopedistas francesas. En Congreso Hispanoamericano de Historia. Causas y caracteres de la independencia hispanoamericana. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica. Pp. 165-174.
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Carreño, Alberto María. 1953. La agitación sembrada por Inglaterra y Francia deseosas de destruir, en provecho propio, el imperio español. En Congreso Hispanoamericano de Historia. Causas y caracteres de la independencia hispanoamericana. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica. Pp 452-62.
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Congreso Hispanoamericano de Historia. 1953. Causas y caracteres de la independencia hispanoamericana. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica.
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Díaz Cid, Manuel A./Aguilar Víquez, Fidencio. 1993. Sociedades de pensamiento e independencia. Puebla: UPAEP.
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Koren, Franc. 1953. Los graves errores de la política seguida por la Península y su decadencia política mundial. En Congreso Hispanoamericano de Historia. Causas y caracteres de la independencia hispanoamericana. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica. Pp. 277-9.
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Lynch, John. 2004. Las revoluciones hispanoamericanas, 1808-1826. Barcelona: Ariel.
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Tena Ramírez, Felipe. 1953. La reacción de los pueblos precolombinos. En Congreso Hispanoamericano de Historia. Causas y caracteres de la independencia hispanoamericana. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica. Pp. 504-7.