Imagina una niña de unos trece años: está recostada en una cama a la que le falta una pata. Su cabeza se recarga en una cortina que huele a tabaco y polvo. La luz que apenas ilumina el cuarto es la que se logra filtrar a través de los agujeros de las cortinas. La pequeña sólo lleva puesta su ropa interior. Está temblando. Su maquillaje se ha corrido siguiendo la trayectoria de sus lágrimas. Espera a su cliente, el último, el número cuarenta. Del día.
Ahora imagina un niño pequeño, no mayor de diez años: lleva ropa vieja, demasiado reducida para su talla, llena de manchas. Sin sonreír, ni siquiera actuar una sonrisa, se acerca a tu auto, golpea tu ventana y te ofrece caramelos. Reparas en que sus manos están golpeadas y tienen marcas de quemaduras. Sólo puedes bajar el vidrio, darle una moneda y seguir.
Al salir a trabajar escondes la llave detrás de una maceta. Esperas que, mientras estás en la oficina, llegue una señora a limpiar tu casa. Pero la señora no llegará: aceptó un trabajo nuevo y, en su lugar, a tu casa irá su hija, hijo o sobrina. Cualquiera de ellos, a quien tú no conoces, limpiará tu casa, acomodará tus cosas y se iría sin dejar ni una huella de su infancia porque hace un tiempo que el niño o niña ya no es un infante.
Después de escuchar esta clase de testimonios, ayer, en las instalaciones de la universidad, guardé silencio y pretendí no sentirme ajena. Estos son los testimonios que Rosi Orozco utiliza para mostrar la importancia de homologar la leyes de trata de personas locales con la Ley Federal sobre Trata de Personas. Querétaro sería el tercer estado en homologar su ley, siendo Coahuila el primer y Puebla el segundo.
La afirmación de Rosi, para provocar una reacción que se traduzca en la exigencia de una ley que realmente haga justicia frente a la trata de personas es que, sí, las víctimas podrían ser nuestras hermanas y hermanos, nuestras primas y primos, amigas y amigos, hijas e hijos. Nadie, absolutamente nadie, está a salvo de la trata de personas. Por eso son tan importantes las campañas como “Corazón Azul” o aquellas que se oponen a la prostitución de menores de edad.
Desde el 2000, a nivel internacional se ha trabajado por erradicar la trata de personas, conocida como la nueva forma de la esclavitud y no homologar nuestra ley significaría un retroceso. Ésta establece que no sólo el tratante es culpable: también el cliente, aquel que sustenta la red, el que se vuelve ciego para determinar la edad de su acompañante, que se aprovecha de una niña para realizar, más que el sueño, la pesadilla de “Lolita”. Al terminar, el cliente tal vez irá a comprar una muñeca para su hija, quien tal vez tenga la misma edad que la niña que acaba de contratar.
Además, la ley contempla cuestiones de reinserción de las víctimas, trato digno para aquellas y aquellos rescatados, acción policial en conjunto (municipal, estatal y federal), prohíbe la publicación de venta y renta de mujeres y menores de edad en revistas y periódicos.
Aunque la ley suena como el principio de acción, como explicó Rosi Orozco, no funcionará si no va acompañada de un presupuesto, específicamente etiquetado, para la lucha contra la trata de personas.
Este es el momento para que la sociedad rompa el silencio, exija respuestas responsables por parte del gobierno y actúe de forma que se respete la dignidad de las personas.