Por Francisco Septién Urquiza
La complejidad de un problema no se soluciona con la negación de su existencia. Durante muchos años, más de un siglo, el orden público en México ha querido creer y hacernos creer que México no es un país religioso y, si lo es, se debe a la profunda ignorancia de sus habitantes. De acuerdo a esta postura la educación, evidentemente “laica” y malogradamente socialista, sería el martillo que rompe las cadenas de una fe arcaica y libera al hombre hacía su destino, cualquiera que este sea. La religión es, por lo tanto, un valladar del Estado moderno, que en la medida que sea superada, el Estado será más avanzado, hacía donde quiera que sea este avance. Si entendemos que esta postura debe ser la esencia del Estado laico, por supuesto quela Libertad Religiosava en contra del laicismo, por el simple hecho de que la religión es un vicio del pueblo inculto.
Esta concepción entiende al hombre como un niño que no sabe lo que es bueno, al mexicano como un hijo al que hay que enseñar el camino correcto. ¿Le es posible al Estado imponer una forma de pensar? o más bien ¿es legítimo que un Estado democrático se funde en la desconfianza de la inteligencia de sus habitantes?
Hay otra forma de entender el Estado laico, muy alejada del anticlericalismo predominante en el discurso de los más “avanzados” pensadores mexicanos. Un Estado laico que considera a la religión como un aporte válido e importante para el desarrollo de la sociedad. Por supuesto que no se trata de instaurar una teocracia donde la religión es el código legal que rige la vida pública y privada de una nación, al más puro estilo de los Estados islamistas de Medio Oriente. Por el contrario se trata de un Estado maduro que reconoce y promueve el aporte incalculable que hacen la religión y las instituciones religiosas en materias como pobreza, cohesión social, educación, cultura, arte y un gran etcétera.
Una postura, la primera, parte de la premisa de que la religión es un engaño y por lo tanto debe ser tolerada mientras se avanza en la tarea de extinguirla. Esta postura se erige como poseedora de una verdad absoluta y es excluyente de todo aquél habitante, en México la gran mayoría, que piensa diferente.
La otra postura reconoce el carácter laico del Estado al considerar que la religión y sus instituciones son una gran riqueza que deben ser preservadas. Esta es una forma incluyente que no aparta al creyente ni al no creyente, por el simple hecho de que no se pronuncia sobre los valores intrínsecos de la religión o del agnosticismo, por el contrario, considera el aporte vivo de cualquier institución que busca la justicia y la paz. Y en el plano individual respeta las decisiones constitutivas de las personas sin considerar al agnóstico como inteligente y al creyente como ignorante… o viceversa.
Es tiempo de que en México se escoja el camino a seguir en este tema. El derecho fundamental ala Libertadde Religión no debe ser entendido como una lucha de poder entre los liberales y conservadores, sinceramente que lugar tan común, sino como un diálogo incluyente entre el Estado y las religiones donde los mexicanos podamos ser libres y nuestras riquezas se sumen y no se resten.