La semana pasada propusimos entablar una discusión sobre los diferentes elementos que constituyen el género: se analizó de manera sucinta el sexo y la sexualidad. Ahora propondremos otros tres componentes: la identidad sexual, la orientación sexual y la identidad de género.
La identidad sexual es la asimilación subjetiva de un sexo determinado, el cual puede coincidir o no con el sexo biológico de la persona. Es el propio sujeto el que se adscribe a un sexo, por tal, es también conocido como el sexo psicológico. Cada una de las personas, al experimentarse en su cotidianidad, reconoce que tiene una estructura somática de mujer o de hombre, independientemente de su identidad sexual. Un caso emblemático de la fuerza de la identidad sexual es el de David Reimer, uno de los primeros transexuales operados por John Money. Reimer fue un bebé mutilado genitalmente en una circuncisión desafortunada, y sus padres, al buscar soluciones, acudieron a Money para pedirle su opinión. La sugerencia médica fue una reasignación de sexo a sus dos años de vida. Desde ese momento fue criado como niña, sin embargo, al entrar a la pubertad, David empezó a cuestionar a sus padres, pues aunque se veía y era tratado como una niña, no se identificaba con ese sexo. Al cabo de algún tiempo sus padres le confesaron la verdad sobre su sexo de nacimiento. David asistió entonces a su graduación de preparatoria como hombre, pues él afirmaba que siempre supo que él no era una mujer. Sin embargo, la afectación en la identidad sexual de David Reimer provocó su suicidio en 2004 (Colapinto, 2001). En el caso John/Joan, como es conocido, esta historia, en el ambiente de la reasignación sexual, poseía una identificación entre el sexo biológico y el psicológico. Sin embargo, también en la identidad sexual puede haber una disparidad, la cual recibirá el nombre de “disforía de género” o Gender Identity Disorder, nombre acuñado por el mismo John Money (1994).
La orientación sexual se refiere a la inclinación de la atracción o conducta emocional-sexual (Inmujeres, 2007). Suele caerse en el error de creer que este es el único elemento definitorio del género de una persona, suponiendo que su orientación automáticamente lo coloca en un género determinado, como sería el ser homosexual, heterosexual, fluido o neutro. Una persona puede tener un sexo biológico de mujer pero pensar que verdaderamente dentro de sí tiene sexo masculino (identidad sexual) y, a la vez, sentir una atracción por los hombres (orientación sexual). A simple vista podría ser un heterosexual, cuando realmente su orientación sexual es homosexual. Hasta hace poco, solía prevalecer la postura acerca de la orientación sexual como una atracción más o menos permanente. Sin embargo, en tiempos recientes esto ha cambiado, acentuando el carácter volátil de la atracción para optar así por el concepto de “preferencia sexual”, para darle mayor valor a la libre adhesión a un estímulo sexual decidido por la persona más que por una tendencia, como sería el caso de la “orientación”, que más bien hace referencia a una pulsión innata.
La identidad de género se refiere a una convicción del sujeto sobre lo que implica para sí mismo poseer un género femenino, masculino u otros (Hawkesworth, 1999:10). Se refiere a una regulación interna de las personas, las cuales se ven a sí mismas como pertenecientes a un determinado estilo de vida ligado al ser hombre o ser mujer. El hombre que siente que por ser hombre debe ser fuerte y formal, y tiene prohibido el llanto; o la mujer que entiende que como es mujer no sabe conducir bien un automóvil, tienen introyectada una identidad de género designada por su sociedad. La identidad de género se encuentra dentro del sujeto, muchas veces a niveles inconscientes. Sin embargo, cada vez es más frecuente reducir la identidad de género a una cuestión mayormente definida por la orientación o preferencia sexual, y no en el interesante carácter simbólico y semiótico de la cultura en referencia al sexo.