Notas aproximativas al problema de demarcación de la belleza

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Por José Roberto Pacheco-Montes [i]

 

Introducción

            Dentro de mis últimos intereses en filosofía, me he topado con la filosofía del lenguaje; principalmente, con la teoría de actos de habla de Austin (1990) y Searle (1994). En ellos se puede manejar la hipótesis de que hacemos cosas con palabras. Por ejemplo, cuando emito una oración de la forma; ‘te prometo que vendré mañana’, hacemos más que una simple enunciación. De hecho, podría ocupar el verbo (que está en primera persona del singular del indicativo de la voz activa) para nombrar tal acto: prometer. Esto deriva en nuevas implicaciones, pero, sobre todo, abre la puerta a buscar qué hace que legítimamente esté prometiendo. De manera breve, se puede decir que prometer tiene como propósito comprometer al hablante con un oyente de que hará algo en un curso de acción futuro (prometer es un compromiso). Sin embargo, los problemas empiezan a multiplicarse cuando analizamos las aseveraciones. Por ejemplo, observemos la siguiente oración: ‘las obras de Picasso son bellas’. Aquí, a diferencia de las promesas, las aseveraciones buscan describir un estado de cosas y dicha descripción puede ser verdadera o falsa (mientras que las promesas se cumplen o no se cumplen). Por tanto, cuando afirmamos algo no solamente debemos centrarnos en el acto de habla, también en el contenido del acto. En este sentido, al pensar que las obras de Picasso son bellas, nos debemos pasar por alto: ¿qué es lo bello? Hablar implica actuar y, en ocasiones, valores de verdad.

Con lo anterior en mente se buscará recopilar —muy brevemente— una serie de notas aproximativas que den respuesta a la pregunta sobre lo bello. Para ello tomaremos una triada de autores (György Lukács, Sigfried Kracauer y Dietrich von Hildebrand) de manera un tanto arbitraria, pero que permiten ejemplificar algunas ideas. El primero de ellos, en su primera etapa, con el texto Sobre la esencia y forma del ensayo nos dará algunas notas de lo bello como producto de un acto. El segundo, con un breve artículo denominado El ornamento de la masa, nos centrará en la dimensión histórico-material de lo que consideramos como bello. Finalmente, con Hildebrand y su obra El problema de la belleza en lo visible y lo audible, intentaremos recuperar la noción perceptiva y espiritual de la belleza. De este modo, en términos de filosofía de la ciencia, daremos respuesta al problema de demarcación1 de la belleza.

 

György Lukács

            Nuestro autor comienza su libro de El alma y las formas con una carta a su amigo, Leo Popper, donde busca dilucidar cuál es la esencia del ensayo. Para ello, parte de una distinción básica, a saber, la existencia de las ciencias y el arte. Esta básica diada cobra una real importancia porque para saber la esencia del ensayo debemos entender si es una ciencia o si es un arte. De hecho, Lukács (1985) da por sentado que la tradición ha demarcado al ensayo como una forma de arte, ya sea porque es un texto que ‘está bien escrito’ o que es ‘estilísticamente similar y valioso a un poema’. Sin embargo, como él bien precisa, el problema se desvía a saber si es cierto que todo aquello que está bien escrito, es arte; o, en términos de nuestra pregunta y presuponiendo arte como equivalente a lo bello; si todo aquello que está bien escrito, es bello.

Es así como llega nuestra primera nota crítica de lo bello. La pregunta sobre si lo bien escrito es lo bello, nos remite a entender por qué una buena escritura nos parece algún tipo de experiencia estética. Regresando a la distinción entre ciencia y arte, ambas disciplinas nos afectan en algún sentido. “De la ciencia, lo que nos afecta son los contenidos, en el arte, las formas; la ciencia nos ofrece hechos y sus relaciones, el arte, por su parte, las almas y los destinos” (Lukács, 1985: 227). Por eso lo estético tiene que ver con las formas que el artista produce y con las cuales busca afectarnos. De este modo, cobra sentido nuestra introducción sobre los actos de habla. Así como hacemos cosas con palabras, producimos efectos con las formas, con nuestros actos. Lo bello tiene una dimensión performativa.

Más adelante Lukács nos ofrece un segundo componente sobre lo bello; a saber, que “hay experiencias que no podrían ser expresadas por ningún gesto y que, sin embargo, ansían encontrar una expresión” (1985: 231). Por ende, lo bello no sólo puede encasillarse en la forma en cómo se expresan las cosas, pues bastaría un manual para saber cómo hacer arte o producir cosas bellas. Lo bello tiene un cierto grado de inefabilidad y es el genio del artista lo que lo hace alcanzable para los demás. La ciencia, por su lado, nos maneja datos, hechos capaces de ser explicados; el arte, por otro lado, ofrece aquello que no se puede explicar, la vida misma.

Hemos encontrado ya dos notas características. La primera que observa lo bello como una producción de formas; es decir, el modo en cómo hacemos las cosas determina la belleza del acto. Sin embargo, la segunda nota es que ese modo no se engloba en algo meramente técnico, sino en la posibilidad de expresión de lo inefable, en la posibilidad de comprender lo incomprensible, en la posibilidad de representar los destinos de la vida misma.

Finalmente, toca observar lo última nota característica que podemos hallar en el texto de Lukács. Nos referimos al concepto de verdad. Se ha tomado como dogma, que la ciencia apela a la verdad por su facticidad y matematización, al grado de considerarla opositora a las ciencias del espíritu como el arte. No obstante, que se considere que el artista no tiene por qué estar cercano a la verdad, no implica que esto sea realmente así. Por ejemplo, de nada sirve un buen escrito, si el contenido no me incita a reflexionar cómo son las cosas o cómo deberían ser. Vemos que “el ensayo habla siempre de algo que ya tiene forma, o en el mejor de los casos de algo que ya fue; pertenece pues a su naturaleza el no sacar objetos nuevos de una nada vacía, sino sólo ordenar de modo nuevo aquellos que ya en algún momento han vivido. Y sólo porque los ordena de modo nuevo, porque no forma nada nuevo de lo informe, está vinculado a esos objetos, debe expresar siempre «la verdad» sobre ellos, encontrar una expresión para su naturaleza” (Lukács, 1985: 235). Lo estético expresa lo real de nuestro mundo; no a modo de mimesis, sino en la búsqueda inocente de lo utópico. Por eso cuando afirmamos que algo es bello, nos interpela, nos exige vislumbrar la posibilidad o necesidad de su existencia.

 

Sigfried Kracauer

            Con lo anterior en mente, llega una nueva concepción de lo estético; sobre todo, porque se ha visto que la intempestiva terquedad de producción del hombre ha derivado en mercantilizar la realidad. Ahora, la visión de lo estético como producción de formas carece de sentido; toca el turno de que lo estético tenga un valor comercial. Sin embargo, que el arte y la belleza lo conviertan en un producto de consumo, no quiere decir que sea realmente su finalidad última. En consecuencia, la nota característica que debemos de buscar es la teleología de la belleza; es decir, cuál es o debe ser la finalidad de producir obras de arte.

En el ornamento de la masa Kracauer inicia su disertación apelando que la remembranza de una sociedad está supeditada a las manifestaciones que suceden en ella. De hecho, es curioso que esto se vea reflejado, por ejemplo, en los libros de historia del arte, cuya división suele otorgarse por el tipo de manifestaciones y características que se observan en una línea temporal y local específica. Sin embargo, esta concepción de ser lo que manifiestas, puede verse de mejor manera en la fetichización de la obra de arte, cuyo soporte se ve abarrotado por la masa2 (Kracauer, 2006).

Esta última afirmación es aterradora para los románticos de la estética, pues lo bello constituye su valor en la aceptación que tiene por parte de los humanos. Es decir, parece una definición circular ya que podríamos tematizarla de la siguiente manera:  lo bello es aquello que la masa dictamina, pero el parámetro no es la belleza, sino la masa misma. La finalidad de la obra de arte es tergiversada, teniendo nula significación y representación de las cosas. Entonces, vemos casos históricos como las Tiller Girls donde “la danza [que] producía ornamentos que se movían a manera de un caleidoscopio […] tras desprenderse de su sentido ritual, eran cada vez más la configuración plástica de la vi­da erótica, que los impulsaba desde sí y determinaba sus rasgos. Por el contrario, el movimiento masivo de las girls se da en el vacío, como un sistema lineal que carece ya de significado erótico, sino que, en todo caso, designa el lugar de lo erótico” (Kracauer, 2006: 259). La obra de arte pierde su valor referencial, y ahora se convierte en designación. Hay una especie de racionalización, impuesta por el sistema económico dominante y eso se convierte en el reflejo de lo otrora estético.

Así, esta nueva concepción de lo estético nos ayuda a dilucidar el carácter teleológico de lo bello, pues la belleza tiene también como finalidad determinar el ámbito de lo real. Por eso, la designación arbitraria impuesta por modelos económicos genera un gran desconcierto, ya que se confunde lo bello al momento de que el pueblo adoctrinado lo asume como lo que determina su realidad. En este sentido, es el arte quien debe ser liberador de las masas, y no su propio capataz. “Cuando importantes contenidos de realidad quedan sustraídos a la visibilidad de nuestro mundo, el arte debe explotar los elementos residuales que queden, puesto que una representación estética es tanto más real cuanto menos ingrese en ella la realidad exterior a la esfera estética” (Kracauer, 2006: 263)

En consecuencia, podríamos afirmar que uno de los atributos de la belleza es que, si bien busca representar lo verdadero, al ponerla subordinada al juicio de las masas, esa representación se convierte en una falsa verdad. De este modo, debemos cuidar sobre qué parámetros nos estamos erigiendo, y cómo en el arte hay una especie de adoctrinamiento. La belleza, así, en su nota característica de determinar lo real, nos incita a tomar con cautela su uso. No vale, según Kracauer (2006) dejar lo estético en manos de la cultura económica dominante, más bien, la vida humana debe de ser crítica, ponerle límites a la naturaleza y buscar producir al humano tal cual es.

 

Dietrich von Hildebrand

            Hemos observado hasta este punto cuatro notas características sobre la belleza. Todas ellas intuidas a través de algunos pasajes de textos concretos. Sin embargo, quisiéramos catalogarlas de la siguiente manera: por un lado, tenemos las notas epistémicas observadas en el joven Lukács y, por otro lado, una nota pragmático-social en Kracauer. Sin embargo, no debemos pasar por alto algunas consideraciones espirituales y ontológicas que podemos hallar en Hildebrand. Nuestro autor alemán posee dos obras de gran interés filosófico. Por una parte, su gran obra ética y, por otra parte, sus textos sobre estética. En el primer apartado, nos encontramos con una fenomenología del valor, cuya principal nota característica es encontrar las respuestas al valor. Por ejemplo, cuando me topo con un acto de bondad dirigido hacia mí, de forma desinteresada por parte del actor; surge en mí una respuesta. En este caso, cuando capto el bien recibido, surge en mí la necesidad de dar las gracias.

Asimismo, debemos plantearnos cuál es la respuesta al valor de la belleza. Quizá sea un simple estado de contemplación, quizá alguna respuesta de gratitud podría entrar, etc. Sin embargo, lo que debe preocuparnos es qué es lo que me hace captar lo bello y que después generará esa respuesta. Para ello, Hildebrand (2020) nos propone lo siguiente:

Es indudable que una montaña en una bahía puede ser de una sublime  belleza  espiritual  y  que  esta  belleza  no  está  adherida  a  una  «idea» que sólo es «representada» por la montaña —o para cuya representación ésta ofrece un estímulo— sino que está adherida inmediatamente a la montaña, antes de que se vinculen a ella pensamientos (p. 207).

            Por tanto, parece indicarnos que la quinta nota característica de lo estético no sólo está en la forma que se produce, sino en la manera en cómo esa forma es percibida. Por tanto, aunque quisiéramos catalogar el arte como algo fuera de los sentidos, son estos —principalmente la percepción y la audición (Hildebrand, 2020)— los que posibilitan una experiencia estética. Aunado a esto, lo que resulta relevante del caso es que estos componentes perceptuales posibilitan una conexión espiritual de lo bello. Esto se debe porque la percepción de las formas que podríamos considerar como bellas, nos llevan a un terreno espiritual completamente nuevo. Es esta respuesta al dato objetivo que nos lleva a una expresión de regocijo; por tanto, el sexto elemento de lo estético es la posibilidad de una experiencia espiritual, cuasi mística. Sólo el regocijo es capaz de ser producido por la captación de formas de ciertos objetos, o incluso actos.

Así, como observamos en Kracauer, la idea de hacer al hombre más hombre a través de la obra de arte, no sólo implica una resistencia al sistema económico dominante más duro y bruto; sino la posibilidad de captación de datos espirituales que las propias formas nos obligan a responder.

 

Conclusiones

            Para finalizar, podemos decir que este trabajo no intenta ser un trabajo riguroso; quizá tiene un dote de algunas reflexiones y notas críticas surgidas de la lectura de tres autores en textos distintos. De los cuales se concluyen seis notas características que nos permiten elucidar qué es lo bello:1) es necesario tomar como punto de partida que la belleza es sobre las formas producidas3; 2) además, dichas producciones son efectuadas para expresar lo inefable; no tenemos más recurso que la obra de arte para poder mostrar la belleza de las cosas; 3) a la par, dicha expresión tiene la pretensión de verdad, ya sea como manifestación de la realidad tal cual es, o como debiera ser; iv) hay también que tener en cuenta, que dicha manifestación de verdad puede ser corrompida, como se puede observar por el modelo económico dominante; por tanto, la finalidad de la belleza es hacer al hombre tal cual es; v) casi por último, contamos con dos notas características espirituales. Esta quinta nota nos remite a la percepción como condición de posibilidad de captación de la belleza; no sólo importan las formas, sino cómo estas se perciben. vi) Finalmente, lo perceptual se convierte en algo fundamental al ser el puente entre lo físico y lo espiritual; la belleza, en su captación perceptiva, nos permite tener vivencias y valores espirituales.

 

[i] Estudiante de maestría en Filosofía. Lógica y filosofía del lenguaje. Editor adjunto de Open Insight.

 


 

Notas

  1. En filosofía de la ciencia el problema de demarcación se ejemplifica con la pregunta ¿Qué es la ciencia? Por ende, análogamente, el problema de demarcación de la belleza sería: ¿Qué es la belleza o lo bello?
  2. La masa elimina la individualización, “sólo en cuanto que miembros de la masa, y no como individuos que creen estar formados de dentro a afuera, son los seres humanos fracciones de una figura” (Kracauer, 2006: 259).
  3. Alguno podría objetar, llegados al punto del ejemplo de la montaña, que fenómenos u objetos naturales no son propiamente productos humanos. Sin embargo, desde un punto de vista religioso, quizá sí puedan considerarse producciones personales de Dios.

 

Referencias

  1. Austin, J. L., & Urmson, J. O. (1990). Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona: Paidós.
  2. Kracauer, S. (2006). «El ornamento de la masa». En Estética sin territorio. Murcia: Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, pp. 257-274
  3. Lukács, G. (1985). ‘Sobre la esencia y la forma del ensayo’. Una carta a Leo Popper (1910). Anuario de Letras Modernas13, 225-242.
  4. Searle, J. R. (1994). Actos de habla. Madrid: Ediciones Cátedra SA
  5. Von Hildebrand, D. (2020). El problema de la belleza en lo visible y lo audible. Trad. Ramón Díaz Olguín. Open Insight11(21), 207-222. https://doi.org/10.23924/oi.v11i21.412