Paternidades: la personificación del padre

Al estar inmersos en un mundo donde se suscitan ininterrumpidos cambios en las dinámicas sociales, es difícil mantenerse centrado y no dejarse jalonear por las tendencias. La priorización de la agenda emancipadora de la mujer ha provocado, al menos a nivel teórico, una confusión entre el objetivo de la equidad y la liberación de la mujer. Sin lugar a dudas, mucho tendrá que ver la equidad de género con el desarrollo de una agenda que contemple y modifique el ejercicio en la vida de las mujeres: proveerles de más y mejores opciones, aumentar su participación política y empoderarlas social, cultural y económicamente; empero, la equidad de género no puede tratar exclusivamente asuntos de mujeres si su objetivo es construir un entorno cultural en el que, tanto mujeres como hombres, puedan gozar de sus derechos, desarrollar su persona y construir la vida que elijan, esto, también implica que se hable de los hombres, de su masculinidad, de la transformación que están viviendo hacia dentro de ellos, en los nuevos paradigmas de comportamiento y en su relación con la mujer.

En esta ocasión, reflexionaremos sobre una de las figuras más abandonadas: El padre. Repositorio de autoridad, estabilidad y bienestar, el padre de familia, en muchas ocasiones, es identificado como signo de un régimen dictatorial de antiguos tiempos.

Así, bell hooks, ahonda en este fenómeno al atreverse a decir en voz alta lo que muchas mujeres sólo dicen para ellas mismas: “anhelo los momentos en que no hay una presencia masculina a mi lado”. (hooks, 2004:xii)  La mujer, muchas veces, percibe el estar junto a un hombre, ya sea su padre, hermano o esposo, como un estado de opresión, en donde ella no puede ser auténtica. Incluso, adopta un lenguaje, postura, vestimenta y expresiones que de ordinario no manifiesta. Es por ello, que cuando se ve “liberada” en su soledad puede experimentar un descanso. Sin juzgar las múltiples razones por lo que esto puede suceder, volvamos la mirada a los hombres. ¿Qué se sentirá saber que soy causa del fingimiento de una existencia inauténtica? Aún más, ¿qué experimentaré al saber que mi ausencia provoca alegría? Si pensamos que esto no tiene consecuencias en la vida psicológica, emocional y social estamos en grave error.  La presencia masculina será percibida como “peligrosa” para la plena manifestación de la feminidad, si ponemos como ejemplo al padre encontraremos múltiples casos en los que sus hijos, pero particularmente sus hijas, llevan una doble vida: la de la niña “buena” o “decente” y la de la chica normal y hasta subversiva que quiere experimentar el mundo. En los casos más moderados, la transgresión a la figura paterna está ligada con la mentira, en muchos otros se polariza la reacción y, efectivamente, puede presentarse una inhibición de la propia personalidad e incluso el rompimiento  de límites sólo por el hecho de mostrar la equivocación de los juicios sobre la vida que tiene el padre.

Sin embargo, el padre no quiere ni la represión, ni el malestar de sus hijos. En la mayoría de los casos busca su bien, y ante el temor del riesgo o la caída, se impone. Preguntémonos si esta reacción no es también producida por el mismo régimen patriarcal del cual se ha querido escapar. La falta de conocimiento, el mal manejo de las emociones, la empatía y la persuasión, le dificultan el poder llegar al objetivo de mostrar lo que él considera un mayor bien para sus hijos, los cuales, incluso, pueden interpretar estas reacciones como falta de amor, cuando lo que hay es un ser humano asustado ante las incertidumbres de la vida que asume la responsabilidad del bienestar de su familia. Si a esto, además, le sumamos el imaginario social que lo sigue posicionando como el principal sostén económico y una fortaleza casi sobre humana, podremos encontrarnos a hombres profundamente incomprendidos y confundidos en el ejercicio de su paternidad.

El cambio social que necesitamos no demanda una sustitución de la figura del padre por la madre, el Estado o la Comunidad, exige que repensemos la paternidad de cara al bienestar de todos los miembros de la familia en concordancia con un cambio de época real que implica de nosotros valentía y compromiso: padres en mayor contacto con sus emociones, con capacidad de diálogo y aprendizaje, que reconozcan que cada integrante de su familia tiene un trayecto de vida distinto y de la cual, él es una pieza fundamental, mas no es quien toma todas las decisiones. En definitiva, hombres más humanos no sólo para los demás sino para ellos mismos.

hooks, bell (2004): The will to chang: men, masculinity, and love, washington square press, New York.