¿Por qué leer a Foucault?

La pregunta ya supone como respuesta que, en efecto, hay que leerlo. Y los motivos se abultan muy precipitadamente para todos aquellos que, ligera o rigurosamente, se han puesto a leerlo – o más que eso, a estudiarlo – con atención. Me quiero limitar a explicar tres aspectos esenciales en los que Michel Foucault destaca como pensador imprescindible para todo aquél que desea hacerse preguntas (más que respondérselas) sobre la forma y la “naturaleza” de todo aquello que construye nuestro mundo y nuestra visión de él, así como sus prácticas concretas.

Primeramente, Foucault trata de manera especialmente novedosa la cuestión espinosa de la episteme en las ciencias sociales, o como él las caracteriza, las ciencias humanas. Su exploración de la estructura general de reglas que determinan todo lo que debe de ser considerado conocimiento correcto, es decir, “objetivo” y “objetivante”, se fundamenta principalmente en la noción de discurso. El conjunto de las relaciones (mas no los elementos) que dan forma e inteligibilidad a los discursos, hace que estos a su vez generen prácticas específicas que sustentan de manera directa figuras, ciencias o sistemas formalizados de reglas, de los que no podemos escapar fácilmente, y que determinan la forma general de la vida social. Al mismo tiempo, el trabajo detallado que podemos realizar bajo esta lógica de análisis permite comprender a dichas prácticas como partes integrantes de un momento histórico específico, un umbral del conocimiento en el que la sociedad construye su propia historia de cara a la resolución de problemas característicos de su época. Con el riesgo de simplificar demasiado, Foucault llamó a este procedimiento arqueología del saber.

En segundo lugar, se encuentra su prolífico análisis de lo que genéricamente llamamos relaciones de poder. En este “campo de estudio”, Michel Foucault se ha desenvuelto, a lo largo de su obra, de manera muy notable. Lo que le interesa primordialmente es desarrollar una descripción detallada de los procesos de conformación de estructuras de poder en la historia de la sociedad occidental, para que después sea posible examinar con detalle cada uno de ellos a la luz de sus propios principios y prácticas de conformación. Un ejemplo de esto es el paso de la construcción del Estado moderno al Estado disciplinario o “de bienestar”, como mejor se le conoce. Sin embargo, su lógica de análisis no se agota solo con este fenómeno, sino que muy fácilmente puede ser transversalizable. Nos permite pasar de lo “macro” a lo “micro”, ya que Foucault mismo dedicó muchas páginas a analizar la correlación de estos grandes procesos históricos con los pequeños procesos de disciplina del cuerpo instaurados por distintas ciencias, como la medicina. En síntesis, su mirada de las relaciones de poder – que termina conceptualizando con la dupla biopoder/biopolítica – es sumamente heurística y se adelanta al ahora llamado trabajo interdisciplinario.

En tercer lugar, y como último motivo, está su afán por construir una historia crítica de la sexualidad. El subrayado es intencional. Lo que Foucault ha logrado con esto no puede ser demeritado con argumentos fáciles ni escapes neoconservadores. La única manera de confrontarnos con su trabajo es a partir de un cara a cara crítico sin concesiones que valore de la manera más valiente posible sus logros concretos. Lo que Michel Foucault logra de manera convincente es continuar con la revolución freudiana que consiste en confrontar al pensamiento con la sexualidad en sí misma y por sí misma, y no con la culturalización o biologización de ella. El hecho sexual y su poder constitutivo del sujeto son confrontados directamente con la producción intelectual. En este ámbito los frutos también serán mayores, y contribuyen al trabajo de muchas “corrientes” de pensamiento que van desde el feminismo hasta la historia, pasando por el psicoanálisis, los estudios culturales y de género, y las ciencias sociales en general.

Leer a Michel Foucault es imprescindible para comprender a cabalidad nuestros tiempos, no es por capricho y mucho menos por prurito intelectual. Se trata de desenterrar los elementos componentes de la “normativa” sociohistórica con una mirada puramente genealógica en el sentido más general de la palabra, una mirada que se compone – de entre varios otros – por estos tres elementos que en su manifestación dentro de la vida cotidiana se revelan como esenciales para nuestra experiencia de vida. Pero esta es sólo una pequeña parte de la imagen panorámica que compone el pensamiento de Foucault, por lo que su importancia solamente ha sido bosquejada aquí.