Cuando se menciona el nombre de Virginia Woolf la mayoría piensa en: feminismo, defender a la mujer, Un cuarto propio, el rechazo a la maternidad y una crítica al mundo masculino; la realidad es que esta idea que se tiene de la autora no podría ser más falsa.
Para hablar de la bibliografía de Woolf no es suficiente con mencionar un Un cuarto propio, pero el juicio en torno a esta obra, aquella que aleja a los hombres de leerla al tratarse de una obra sobre la liberación femenina, tampoco es suficiente. Sí, en el libro hace una denuncia a la vida universitaria de la mujer, en la que todo está prohibido y el sexo femenino es sinónimo de silencio, pero al hablar formalmente del cuarto propio dice que este es necesario para todos los artistas: el espacio creativo, la libertad económica, el momento artístico, son elementos necesarios para cualquiera que esté realizando una obra, claro está, y mucho más claro estuvo en su época, que era más difícil para las mujeres encontrar ese espacio propio.
En Virginia Woolf hay mucho más, tanto para las analistas de género como para los hermeneutas y literatos. Habla de la multiplicidad de la mujer desde su propia multiplicidad como mujer. En Las olas, Woolf se fragmenta en seis personajes que demuestran la visión que tenía sobre el rol femenino, el que ella tenía y el que quería: Rhoda, una personalidad ligera y transparente la mayor parte del tiempo, la percepción propia que tiene la autora sobre sí misma; Susan, la madre que sólo tiene tiempo para los hijos, que está saturada y aun así es terriblemente envidiada. Woolf muestra constantemente en sus obras el papel de la madre, aquellas mujeres que no sienten vacío, que se convierte en un faro para los hijos; Jinny es todo lo que ella no es: citadina, sociable, constantemente en fiestas y destruida por éstas, una niña roja que pierde la vida por divertirse y al final se da cuenta de que no le queda nada; Bernard el escritor, de personalidad azul y nostálgica, la obsesión calidoscópica del artista; Neville el hombre bueno, el que logra que crezcan sus raíces para tener un vida fija y feliz, una vida simple y ambicionada por la Woolf; finalmente está Louis, para quienes hablan del odio que sentía la autora hacia los hombres, una analogía de su marido, a quien ve como cadenas que impiden que Rhoda se pierda y flote, que la mantienen viva y en la tierra, que concretizan su abstracción de la vida.
Habría que interpretar a Woolf como una mujer, con necesidades y deseos de su género, como una escritora; grande no por no ser varón, sino por el valor de su obra; como denunciante sí, pero no sólo como una denunciante. Yo amo y odio -dijo Susana-. Yo no deseo sino una sola cosa. Mis ojos son hoscos. Los ojos de Jinny brillan con millares de luces. Los ojos de Rhoda son como esas flores pálidas a las cuales se acercan las mariposas al atardecer. Los tuyos son como agua que sube hasta la superficie y nunca se derrama. Pero yo estoy ya lanzada sobre mi pista. Mis ojos ven los insectos en el césped y, aun cuando mi madre todavía teje calcetines y cose delantales para mí, a pesar de que soy todavía una niña, sé amar y aborrecer. (WOOLF, 2004:20). Como está cita tiene cientos más en sus obras donde se define, sobre todo, como una persona.