Por Sagrario Chávez Arreola|
Convocados a un espacio como éste, se vuelve importante decir algo a la diversidad de personas que pueden leer este breve texto que tiene como objeto reflexionar filosóficamente sobre la pandemia global. Además, creo que todos estamos viviendo esta pandemia con niveles de sensibilidad y capacidad de juicio tan diferentes que, apostando por que este espacio sea educativo para todos, me atrevo a invitarles a que ustedes también se sumen de manera consciente a la reflexión. Pues no sólo la pandemia sino también la filosofía es un asunto que reclama la atención cuidadosa de todos y cada uno.
Así pues, como dice Ortega y Gasset (2012), hagamos presente desde ahora esa “dimensión filosofante” que toda persona posee. O, siguiendo lo escrito por Mauricio Beuchot (2020) en un artículo a propósito de la contingencia que atravesamos “(…) todo ser humano es filósofo porque todos tenemos un cuadro de valores, un esquema en el que ordenamos nuestros principios, nuestras creencias, nuestras ideas valiosas; es decir, lo que nos hace vivir, aquello por lo que, incluso, daríamos la vida” (p. 20).
A esto yo agregaría que no es posible tomar una postura reflexiva sobre algún tema fundamental para toda experiencia humana (tales como la muerte, el amor, o la vida misma), al margen de la tradición que -desde múltiples ángulos- le ha ido dando forma a estas cuestiones y que llega a nosotros como una valiosa herencia de personas que dedicaron su vida a ello. Y como con toda herencia en serio valorada, es necesario no sólo vivir de ella sino actualizarla y hacerla fructificar, a través de nuestros propios esfuerzos, tanto personales como en comunidad.
Ahora bien, si es verdad que toda persona posee una dimensión filosofante y que tal no se puede desarrollar sino apoyada en la tradición filosófica ¿qué podemos ofrecerle, a partir de esto, a quienes tenemos a nuestro alrededor en tiempos como los que vivimos? En lo siguiente quisiera desarrollar dos “tipos” de respuesta humana a la pandemia global: por un lado el llanto y, por otro, el escepticismo.
Empecemos por el llanto. En el Diálogo platónico del Fedón (1988) se lee que, el día que Sócrates cumpliría su condena de muerte, este le pide a su amigo Critón que se llevara a casa a su esposa Jantipa (que estaba en la celda de Sócrates desde temprano, incluso antes de que llegaran los amigos), pues en cuanto esta los vio “se puso a gritar, como acostumbran a hacer las mujeres” (60 a).
Y, hacia el final del Diálogo, cuando Sócrates empieza a sentir el frío y la rigidez en las piernas como efecto del veneno bebido, sus amigos se muestran bastante conmovidos, ante lo cual Sócrates les dice “¿Qué hacéis, sorprendentes amigos? Ciertamente por ese motivo despedí a las mujeres, para que no desentonaran. Porque he oído que hay que morir con un silencio ritual. Conque tened valor y mantened la calma” (117 e).
Desde luego hay varios elementos que merecen una interpretación filosófica sobre estos pasajes del Fedón. Pero en esta ocasión, lo que les propongo rescatar es la expresión del llanto como motivo de censura entre los varones que rodean al moribundo Sócrates. La imagen que se me presenta es la de un soldado en pie de guerra, herido pero dispuesto a mostrarse infranqueable a las penas de las que pueda ser testigo o al dolor que pueda sentir. Todo en carne propia pero como con una capa que sea impermeable a lo que le pueda ocurrir.
Entiendo que en el Diálogo del Fedón, Sócrates razona sobre lo que pueda haber más allá de la muerte y, apoyado en ideas como la inmortalidad del alma y la benevolencia de los dioses, concluye que no hay razón para temer o estar intranquilo. De ahí que la conmoción expresada ante la escena de dolor esté fuera de lugar.
Pero es curioso que no es el caso que Sócrates censure todo llanto. Censura el de sus amigos y para el caso de las mujeres, entre ellas su propia esposa, pide que se las lleven de la celda, mas no que no lloren. Si las mujeres se quedaban en la celda desentonarían con los gritos y el llanto. Y cuando los amigos hacen lo mismo, les pide silencio, valor y calma. ¿Qué hubiera pasado si también a sus amigos les hubiese pedido lo mismo que a las mujeres? “Si no puedes dejar de expresar tu conmoción, retírate”. Entonces quizás hubiese muerto sin la compañía de sus amigos, o por lo menos de alguno de ellos. Tampoco hubiese tenido la ocasión última de filosofar sobre el placer, la justicia y la muerte como hizo esa vez. Es decir, se habría quedado sin interlocutores, lo que probablemente sea peor para alguien que dialogaba con sus amigos por amor a la verdad.
¿Qué es lo que echo de menos en esto? Que quien es reconocido como el padre de la filosofía haya perdido la oportunidad de filosofar sobre el llanto. Me resulta interesante, repito, que no censura el llanto -con gritos- de las mujeres. ¿Por qué entonces no pedirles a ellas lo mismo que a sus amigos? O ¿por qué no pedir a sus amigos lo mismo que les pide a las mujeres? Si traemos esto a la situación que vivimos, a las personas que han muerto a causa de los efectos del Covid-19, a sus familiares y amigos, quizás la lección que nos queda es la de reflexionar sobre el significado del llanto en la experiencia humana. Y, en este caso, el llanto ante un acontecimiento trágico como la muerte de una persona amada. Se ha dicho que debemos aprender a llorar y que ante las preguntas sobre el por qué de las tragedias en la vida lo mejor es responder con el silencio o con la palabra que nazca de las lágrimas.
Ahora bien, el segundo tipo de expresión humana que quisiera invitarles a reflexionar es el del escepticismo como actitud permanente ante la realidad. Hay quienes sostienen que la pandemia no existe. Aseguran que lo que vivimos es un plan que conviene a los grandes poderes del mundo para incrementar sus riquezas. Y que incluso el personal de salud que día a día se enfrenta a la situación sólo es víctima de los intereses de otros. Si antes había escuchado algo así, no le habría dado importancia puesto que lo vería como algo lejano a mí. Pero hace unos días me llevé la dolorosa e inquietante sorpresa de que personas muy cercanas están seguras de ello.
Luigi Giussani (2006) dice que el escepticismo, no como un momento de paso sino como un estado de ánimo permanente, tarde o temprano, se convierte en fanatismo, es decir, “en la afirmación intransigente de lo unilateral”. Así, la peculiar característica de esta forma de escepticismo es la autorreferencia. No nos ofrecen pruebas o argumentos que nos permitan, si no aceptar, por lo menos entender esa postura.
Luego de preguntarle a un amigo médico -que trabaja en un hospital de la Ciudad de México- qué les diría a las personas que no creen que la pandemia existe, me respondió que en el caso específico de estas personas -jóvenes, independientes, con un empleo fijo, con herramientas para investigar y con un nivel formativo considerable para razonar-, quizás eligen no creer.
Me dijo además que por el buen estado de salud de algunas de estas personas, posiblemente o ya se contagiaron o si se contagiaran sería algo leve. Esto a partir de las proyecciones sobre las personas que puedan llegar a enfermarse, de las que del 80 al 85% cursarán la enfermedad con síntomas leves, el 10% con síntomas moderados, que requieran internarse pero no intubarse, y el 5% con síntomas de gravedad y que necesiten intubación.
Lo preocupante es que hay personas que están viviendo día a día bajo los efectos de este escepticismo. Y no me refiero sólo a aquellos que pueden llegar a sostenerlo o que de hecho lo sostienen sino a las personas con quienes tienen contacto ya sea directa o indirectamente.
¿Qué nos queda por hacer en estos casos? Una vez más recordarnos la importancia de la educación. Pero no de la educación referida al ámbito escolar sino de aquella que atraviesa a toda la persona, durante toda su vida. Haciendo un esfuerzo por ser precisa en estos últimos renglones, diría: una educación que haga posible la realización personal no en un sentido de autosuficiencia sino que nos sensibilice en el sufrimiento del otro, que nos ponga de frente a la compasión y a nuestra propia vulnerabilidad.
Referencias bibliográficas
- Beuchot, M., (2020). Reflexiones filosóficas de la contingencia, En Vulnerabilidad, esperanza y resiliencia frente a la adversidad. Reflexiones interdisciplinares frente a la contingencia por covid-19, Ramiro A. Gómez (coord.). Ciudad de México: Universidad Intercontinental, A. C.
- Giussani, L. (2006). Educar es un riesgo: apuntes para un método educativo verdadero. Oaxaca de Juárez: Editorial Almadía, S. C.
- Ortega y Gasset, J., (2012). ¿Qué es filosofía? (6ª edición). México: Porrúa.
- Platón, (1988). Fedón (Trad. Carlos García Gual). En Fedón, Banquete y Fedro. Madrid: Gredos.