Cuando a Elena Garro le preguntaron si se sentía parte del movimiento feminista ella dijo que no, no porque se opusiera al movimiento en sí, o porque estuviera en contra de la igualdad entre hombres y mujeres sino, porque las mujeres somos incapaces de liberarnos mientras sigamos en orden masculino: Las mujeres manejamos sólo ideas que han descubierto los hombres. El día que manejemos ideas propias, entonces seré feminista, pero mientras manejemos intelecto masculino, no soy feminista (GARRO, 2005:42). La afirmación de Garro es similar a la tesis de Bourdieu en su libro “La dominación masculina”.
Por medio de un análisis social y antropológico, Bourdieu intenta determinar los elementos que han generado la relación de dominación de hombres a mujeres. El problema está en el origen de la cultura occidental, es decir: la cultura griega y la romana; sin embargo debido a que estas culturas han desaparecido se complica el estudio de campo y empírico de las relaciones sociales, por esto Bourdieu busca a la la tribu de los bereberes, porque al ser una etnia no transgredida por globalización, ha conservado muchas de las costumbres tradiciones mediterráneas anteriores a nuestra era.
A través del análisis de mitos y comportamientos determina que son los símbolos y el lenguaje los que han configurado un orden social de superioridad para el hombre y de inferioridad para la mujer; además de esto, explica que la lucha feminista, que consiste en atacar a los hombres contradiciéndolos y bajo las mismas categorías con las que son atacadas no es más que una puesta en escena de la dominación: a la mujer, debido a su fisiología, ha sido considerada como el vacío y lo profundo y esta concepción no se modificará haciendo analogías sobre la anatomía masculina, no se trata de invertir los papeles. Bourdieu dice:
La fuerza del orden masculino se descubre en el hecho de que prescinde de cualquier justificación: la visión androcéntrica se impone como neutra y no siente la necesidad de enunciarse en los discursos capaces de legitimarla. El orden social funcional como una inmensa máquina simbólica, que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya (BOURDIEU, 2000:22).
El problema es que nosotras, las mismas mujeres, hemos estado reproduciendo y participando de un orden social que nos hace inferiores, inconscientemente nos hemos etiquetado con menor valor que a los hombres.
Pensando en la literatura mexicana uno descubre que, se han repetido una y otra vez las estructuras sociales machistas, un machismo que cada vez pasa más desapercibido, silencioso y difícil de detectar, un machismo que también nosotras, en muchas ocasiones, provocamos y actuamos bajo sus normas. Garro en sus libros realiza a veces una crítica, por ejemplo en Inés en contra de la explotación femenina, la violencia física y psicológica y en obras como Los recuerdos del porvenir y en Mariana muestra la situación en la que la mujer queda expuesta, juzgada y maltratada, pero que al mismo tiempo, es obligada a actuar de cierta manera (pensando en los amoríos, la prostitución, el abandono de los hijos) que se opone a la concepción tradicional de lo que es ser mujer y el cómo han de interpretarse los miles de roles (a veces irreconciliables) sexuales que una mujer debe cubrir para ser considerada como un ente completo.
Entonces ¿qué hacer? No se trata de dejar de hablar y silenciarnos como mujeres para evitar repetir el orden masculino, sino de apostar por la deconstrucción, un lenguaje simbólico que no haga menos ni a hombre ni a mujeres. La solución no está, ni en el ataque ni en la destrucción, sino en la creación en común.