Han lastimado a la humanidad y es ahí en donde les pedimos que nos mantengamos unidos, en el dolor, el sufrimiento, el coraje y la ira para exigir la presentación con vida de nuestros muchachos… El sufrimiento humano no se negocia… Las vidas humanas no tienen precio».
Felipe de la Cruz Sandoval, padre de uno de los estudiantes
desaparecidos de Ayotzinapa
Un país que devora a sus hijos cava su propia tumba. La desaparición de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa nos llena de inquietud a todos los mexicanos, de por sí atravesados por el dolor y la indignación: le da rostro a quienes sufren y han sufrido anónimamente el cáncer de la injusticia que cimbra nuestra patria. Quienes conformamos el CISAV no somos ajenos a este grito que demanda justicia y paz, y nos unimos al gemido de los padres de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa y a todos los mexicanos de buen corazón.
Mas es preciso seguir este grito hasta su cauce y descubrir el anhelo de paz de donde procede. Ni la voluntad de dominio, ni la política, ni el mercado tienen en sí el poder de reconstruir el tejido de una nación desgarrada. Creemos que a los males públicos hay que empezar por oponer una profunda transformación del corazón de los mexicanos, en cuyo fondo, sabemos, late el anhelo de una paz justa y digna. Creemos también que ese es el horizonte de una sociedad que aún tiene mucho por hacer en la solidaridad contra la barbarie.
La ausencia indebida de uno solo de nosotros es posible solamente por la indiferencia que nos hace cómplices de los violentos. También queremos decirle basta a nuestras omisiones, las de la sociedad civil. Rechazamos las complicidades con los violentos, empezando por las nuestras. Queremos asumir e invitar a asumir la creciente injusticia desde un incremento del compromiso hacia nuestros hermanos y en la reconstrucción solidaria del tejido social; queremos oponer a la violencia que lastima la humanidad una invitación a la solidaridad que la acoja y resguarde. La violencia nos interpela como un llamado a ser corresponsables de la esperanza de nuestros hermanos, para que la muerte no tenga la última palabra.