Tres Guineas: Uno (fragmento)

Estimados lectores: A continuación les presentamos las primeras líneas de Tres Guineas, uno de los textos más importantes en la historia de la literatura. Hay que destacar que actualmente no existe una traducción al español de este magnífico texto, por lo que mi motivo al publicar esto es provocarlos en la lectura de tan maravillosa obra. 

Tres años es un largo tiempo para dejar una carta sin responder, y tu carta ha estado esperando sin respuesta incluso más que eso. Había esperado que se respondiera a sí misma, o que otras personas la respondieran por mí. Pero ahí está con su pregunta – ¿Cómo, en tu opinión, deberíamos prevenir la guerra? – que aún no ha sido respondida.

Es cierto que hay muchas respuestas que se han sugerido a sí mismas, pero ninguna que no necesite una explicación, y las explicaciones llevan tiempo. En este caso, también, hay razones por las cuales es particularmente difícil evitar malentendidos. Una página entera podría ser llenada con excusas y disculpas; declaraciones de incapacidad, incompetencia, falta de conocimiento, y de experiencia: y serían ciertas. Pero incluso cuando fueron dichas seguirían permaneciendo algunas dificultades tan fundamentales que tal vez probarían ser imposibles de entender para ti, o para mí imposibles de explicar. Pero a uno no le gusta dejar una carta tan importante como la tuya – una carta tal vez única en la historia de la correspondencia humana, ¿Desde cuándo, anteriormente, un hombre educado le ha preguntado a una mujer cómo es que en su opinión se puede prevenir la guerra? – sin una respuesta. Así que hagamos el intento; inclusive si está condenado a fracasar.

En primer lugar dibujemos lo que todo escritor de cartas dibuja de manera instintiva, un bosquejo de la persona a la que está dirigida la carta. Sin alguien que respira y está tibio del otro lado de la página, las cartas son inútiles. Tú, entonces, el que hace la pregunta, estás un poco gris de las sienes; el cabello ya no es grueso en la punta de tu cabeza. Has alcanzado la mitad de tu vida no sin esfuerzo, en la Barra; pero en general tu viaje ha sido próspero. No hay nada seco, malvado o insatisfecho en tu expresión. Y sin desear elogiarte, tu prosperidad – esposa, hijos, casa – ha sido merecida. Nunca te has hundido en la supuesta apatía de la vida madura, ya que, como lo muestra tu carta que viene de una oficina en el corazón de Londres, en lugar de voltearte hacia tu almohada y pegarle a tus puercos, podar tus árboles de peras – tienes unas pocas hectáreas en Norfolk – estás escribiendo cartas, yendo a juntas, presidiendo esto y lo otro, haciendo preguntas, con el sonido de los disparos en tus oídos. Para hablar del resto, empezaste tu educación en una de las mejores escuelas públicas y la terminaste en la universidad.

Es ahora cuando la primera dificultad de la comunicación entre nosotros comienza a aparecer. Déjame indicar la razón de manera rápida. Ambos venimos de lo que, en esta era híbrida, aunque los nacimientos están mezclados, y las clases aún permanecen estáticas, es conveniente llamar la clase educada. Cuando nos vemos en carne propia hablamos con el mismo acento; usamos los cuchillos y los tenedores de la misma manera; esperamos que las sirvientas cocinen la cena y limpien después de la cena; y podemos hablar durante la cena sin mucha dificultad acerca de la política y el pueblo; guerra y paz; barbarie y civilización – todas estas cuestiones que de hecho has sugerido en tu carta. Aún más, ambos nos ganamos la vida. Pero… aquellos tres puntos marcan un precipicio, un golfo tan profundo entre nosotros en el que durante tres años o más yo me he estado sentando de mi lado de la costa preguntándome si tiene algún sentido tratar de hablar a través de él.