Francisco en México, un Papa que no necesita interpretes

 

Hace 37 años y unos cuantos días se despedía de México Juan Pablo II después de la histórica primera visita de un sucesor de Pedro a nuestro país. Esa primera visita tuvo profundas consecuencias no sólo para México, sino también para América Latina e incluso para todo el planeta. Nuestro país fue sacudido como por un profundo sismo que fracturó lozas macizas en muchas conciencias y en ancestrales estructuras jurídico políticas del país.

A nivel continental, la inauguración y realización de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Puebla, fracturó el poder de la tentación de condicionar la fuerza liberadora del Evangelio con mediaciones ideológicas y abrió nuevos caminos de comunión y participación para la Iglesia y los pueblos latinoamericanos en su lucha por la justicia, su identidad y el desarrollo.

A nivel mundial, hoy llamado global, el Papa que vino del frío “descubrió” en el Tepeyac su vocación de peregrino del mundo, que lo llevó a anunciar el Evangelio personalmente en los cinco continentes, descongelando de paso la Guerra fría que condicionó la vida del planeta por casi medio siglo.

Acostumbrados a considerar los acontecimientos humanos y sociales a la luz de sus efectos políticos y económicos, nos es difícil descubrir y evaluar el significado y consecuencias de esos acontecimientos, sobre todo en un tiempo saturado de analistas políticos, geopolíticos, económicos, mediáticos y de opinólogos, que monopolizan los micrófonos y los mass media.

Las consecuencias y significado real de estos hechos se nos escapan, actúan en el interior de las conciencias y en los ríos profundos de la historia, en donde más allá o más acá de las infraestructuras socioeconómicas o culturales de cualquier tipo, se realiza el drama del encuentro de la libertad humana con la libertad divina. Algo entrevemos, pero su significado real se desvelará hasta el día en que todo lo que ha sucedido en lo secreto se manifieste a plena luz.

Después de la visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVI, parece que estos viajes han perdido el glamour de la novedad. Esto tal vez sea verdad desde el punto de vista de la mercadotecnia de la televisión y otros medios que aprovechan la ocasión de estas visitas para explotar la sensiblería y convertir las visitas papales en espectáculo de un rockstar o en lacrimosas telenovelas. Pero si quitamos esta pantalla que desfigura y mediatiza a su modo la religión al tratar de convertirla en un fenómeno emocional manipulable, nos queda otro fenómeno de no menor importancia, la manipulación política de la presencia del Papa en el país.

Autoridades, funcionarios y dirigentes partidistas intentan legitimarse y mover a su favor las encuestas de aceptación popular presentándose como los promotores de la visita y como protagonistas identificados con la figura del Papa ante el pueblo. Por más laicistas, liberales, socialistas, populistas, secularizados o jacobinos, de derecha o de izquierda, los políticos siguen considerando a la religión como una fuerza social que deben disminuir o aprovechar, siempre a su favor. No importa que sean políticos con retazos de ideología o totalmente pragmáticos, la entiendan o no, tratarán de subirse a la ola de cualquier fenómeno religioso con impacto social para controlarlo a su favor. Así ha pasado durante las visitas pontificias anteriores y así está pasando ahora, pero aún con todas estas distorsiones, el fenómeno escapa a estos intentos, nadie puede aprisionar el Espíritu, ni reducirlo a sus esquemas e interpretaciones, ni siquiera los teólogos y los cristianos sinceros. Esto no quita el deber de éstos de estar atentos y disponerse a escuchar y entender su significado.

Es un hecho que la mayoría de los análisis y estudios de estas visitas se enfocan en sus consecuencias sociales, en la descripción o encadenamiento de hechos y sus efectos reales o supuestos. Pero muchos dejan de lado lo que los papas dijeron, hicieron y celebraron, es decir, el significado religioso, evangélico, pastoral y eclesial, para visualizarlas sólo como hechos sociales. Y es obvio que este es un aspecto, y que estas visitas pastorales tienen repercusiones en distintos ámbitos de la vida personal y social, pero eso no es todo. Un ejemplo: podemos ver cómo cae un bulto en una laguna, lo visible superficialmente son las ondas que se propagan, pero lo que sucede en el fondo no lo vemos a primera vista, puede ser un bulto con substancias tóxicas o alimento para los peces que viven en el agua.

Creo que no es necesario insistir en preguntar a qué viene el Papa, lo ha expresado abiertamente con claridad y sencillez, pero tal vez valga la pena atender a algunos cuestionamientos que se han difundido con profusión.

+ Estas visitas no están contra el Estado laico, más bien lo realizan, le dan la oportunidad de ser una realidad efectiva, es decir, garantizar la libertad y el derecho de los ciudadanos para vivir en lo público como en lo privado su religión. Esto no identifica al Estado con una determinada religión, y pese a la buenas, malas o regulares relaciones que tengan las autoridades religiosas con las autoridades políticas, no identifica o manifiesta el apoyo de la Iglesia al gobierno o a un partido x, sino la necesaria relación y distancia que debe haber entre ellas, como con otras religiones, en razón de formar parte de una misma sociedad, pero atendiendo cada una a su ámbito específico y a sus sanas y necesarias relaciones.

El Estado auténticamente laico no es el que impide o ignora la religión o religiones que profesa el pueblo, sino más bien el que reconoce y protege su derecho a la libertad religiosa, a la forma que ésta se concreta en actividades e instituciones, y reconoce la aportación de las mismas al bien común de la sociedad. Esto no quiere decir que el Estado se identifica con una iglesia u otra, sino que se identifica con los derechos de las personas y de sus instituciones, con el respecto a la conciencia y el sentir del pueblo y el bien común de todos.

+ Que el gobierno gaste en dar protección y seguridad en distintos eventos masivos como grandes eventos deportivos, culturales o políticos a nadie extraña. Entre más grande es el movimiento social e involucra más al pueblo, es obvio que las necesidades aumenten. Se cierran vialidades por carreras deportivas, mitines políticos, visitas de jefes de estado, fiestas populares, tianguis, eventos culturales, ferias o conciertos masivos, etc., etc., todo ello en función del número, complejidad e importancia, y no a todos les gusta tal artista, tal partido, tal deporte, tal gobierno extranjero, etc., etc.

+ Hay muchos otros aspectos colaterales, por ejemplo, es absurdo que alguien se enoje porque la televisión o tal medio aumenten su audiencia por la final de un campeonato, la cobertura de un evento que interesa a un gran público, o por la venida del Papa, o porque los comerciantes venden gorras o camisetas… Claro que es otra cosa que los medios intervengan para su interés en el resultado de un evento deportivo, o en la manipulación política, esto sí debe ser rechazado.

Atender a los hechos por sí mismos, interpretarles ante todo desde ellos mismos entendiendo y respetando su propia naturaleza es lo más sano, después veamos sus repercusiones, relaciones y consecuencias, pero sin deformar de antemano su propia identidad.