Hace unos días tuve la oportunidad de asistir como moderadora a un foro de alumnos en una universidad pública, en la que alumnos y alumnas de distintas instituciones (privadas y públicas) presentaban su opinión respecto al papel de la universidad y del estudiante en la sociedad. Fue una experiencia sumamente rica.
Me llamaron la atención dos acontecimientos. El primero: un maestro le rebatió a una alumna que, por venir de una institución privada, su opinión era ilegítima. Ante esta situación, tuve que intervenir pidiéndole al compañero que recordara que se trataba de un foro para los alumnos y que entre los objetivos no estaba descalificar a los concurrentes, sino dialogar, y que, por ende, sería prudente respetar la libertad de expresión de los estudiantes, premisa que no pudo debatirme. El segundo: el sentimiento compartido, hasta empático y con cierto optimismo utópico, sobre la importancia de ser profesionistas que contribuyan al bien común y no respondan a las lógicas del poder o del mercado. Me dio la impresión de que los alumnos y alumnas perciben que las autoridades y directivos de sus universidades se encuentran sumergidos en una lógica de entender al alumno como objeto (un número más en el sistema o una colegiatura que representa un ingreso más para la institución), olvidando su estatuto de sujeto. A partir de esta experiencia y de la lectura del libro La universidad por hacer Perspectivas poshumanistas para tiempos de crisis[1], recordé aquella tesis de Heidegger: La universidad sobrevive sin lo universitario.
Podríamos preguntarnos cuáles son los síntomas de esta crisis; si es la segmentación e hiper especialización de las áreas del saber, la masificación del estudiante y el profesorado como consumidores del acto educativo, la sustitución progresiva de las humanidades por las disciplinas funcionales y rentables al modelo capitalista, la burocratización creciente y sofisticada de los funcionarios y los procesos universitarios o la investigación financiada e interesada, en oposición a la libre investigación científica, entre otros (Henry, 2006). Lo cierto es que, si profundizamos en cada uno de éstos, encontramos un origen común: el olvido de lo humano. El homo faber, por eliminar la contemplación, redujo la conciencia de humanidad reduciendo la realidad y la verdad a lo científico (Arendt, 2005).
La universidad perdió su razón de ser, como comenta Giménez Giubbani, por su marcado énfasis profesionalizante, y parte de sus crisis se debe a este exceso de deshumanización, sin ninguna visión global y humanista, olvidando su destino universal en cuanto a pluralidad de saberes y tendencias, amplitud de pensamiento, apertura al diálogo y receptividad permanente a los acontecimientos políticos, sociales, científicos, etc.
Se trata de un problema sumamente complejo y de grandes consecuencias. Este asunto ha sido objeto de reflexión por parte de varios autores contemporáneos como Foucault, Ricoeur, Arendt, Derridá, Nussbaum. En su mayoría, parecen estar de acuerdo con lo que expone Carlos Enrique Restrepo: las relaciones de poder-saber propias de la contemporaneidad han transformado el espacio de la universidad, por lo que el origen de la crisis de la universidad se encuentra tanto en su propia realidad como en los poderes socio-políticos y económicos que la bordean.
En este breve espacio de reflexión, me gustaría detenerme en el síntoma que ya habíamos anunciado al principio sobre la sustitución progresiva de las humanidades por las disciplinas funcionales y rentables al modelo capitalista. No es de extrañarse que en nuestro país se hayan iniciado grandes debates sobre si se enseñaba o no filosofía en la educación media superior. Preguntémonos cómo son concebidas hoy en día, para muchos constituyen materias de “relleno” que simplemente no sirven para hacernos competitivos.
Hoy en día las humanidades son concebidas por los burócratas como “ornamentos inútiles” en un momento en que las naciones deben eliminar todo lo que no tenga utilidad para ser competitivas en el mercado global, tanto en los programas curriculares como en la mente y el corazón de padres e hijos. En consecuencia, la imaginación, la creatividad y el rigor en el pensamiento crítico que definen en gran parte a las ciencias en su relación con las materias humanísticas, se pierden ante el fomento de la rentabilidad a corto plazo que genera la enseñanza de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para el trabajo capitalista (Nussbaum, 2010).
En este sentido, es importante reflexionar sobre la importancia de las humanidades como condición de posibilidad para salir de esta crisis. Es urgente volver a la pregunta por el hombre y más específico por aquello que lo hace ser más humano: la pregunta por el sentido de la vida, por el sentido de lo humano y su realización. Este es el presupuesto para la construcción de posibilidades que lleven al hombre más allá de la racionalidad instrumental, afanada en “producir” como única posibilidad existencial.
Referencias.
Arendt, H. (2005). La condición humana. Barcelona: Paidós.
Henry, M. (2006). La destrucción de la universidad. La barbarie. Madrid: Caparros editores
Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Buenos Aires: Katz
Se retomaron tres artículos de una compilación titulada: La universidad por hacer Perspectivas poshumanistas para tiempos de crisis, Luis Alberto Castrillón López, Director del proyecto de investigación — Medellín: UPB : Universidad Católica de Oriente, 2013.
- “La destrucción de la universidad. Autonomía y éxodo del conocimiento hacia la universidad nómada” de Carlos Enrique Restrepo
- “Crisis y reinvención de la universidad a partir?de las humanidades” de María Ruiz Gutiérrez.
- “Humanismo y universidad. Aportes? de J. H. Newman” de Analía Giménez Giubbani
[1] Una reseña de este libro saldrá, próximamente, en Open Insight, v. V, n.7, enero 2014.