Apuntes sobre el discernimiento ignaciano y el discernimiento cartesiano. Parte 1

Por José Miguel Ángeles de León[1]

 

«Y un lenguaje es un pensamiento, es un sentimiento común, es una filosofía, hasta una metafísica. No anduvo tan descaminado el que dijo que el cartesianismo es la lengua francesa pensando el universo, y el hegelianismo la lengua alemana en análoga función. ¿Y la lengua castellana? ¿Es que no ha pensado –y al pensar sentido– el universo? No hace mucho leí una historia de la filosofía en cuanto ésta busca la verdad, de un alemán, y en ella –creo que por primera vez– figuraban pensadores, filósofos, si se quiere metafísicos españoles. ¿Quiénes? Loyola, Cervantes, Calderón, por encima del P. Suárez, el granadino que escribió en latín. Y si nuestros místicos no suelen figurar en las historias de la filosofía –más que de la filosofía, de los sistemas filosóficos– es porque los historiadores no saben entenderlos inmediatamente, sin traducirlos al álgebra filosófica, en su propia lengua. Pero esto va pasando y va viniendo nuestra hora».

Miguel de Unamuno, «Hispanidad».

 

  1. Resumen

Este trabajo es un reporte de una investigación más completa en torno a la influencia de la espiritualidad de San Ignacio de Loyola en la filosofía de René Descartes. El punto que aquí compararemos e intentaremos compaginar es la cuestión del discernimiento, base de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola; cuestión que, considero, es también el punto más álgido de la metodología cartesiana. Incluso, me parece, esta cuestión es una de las principales líneas de investigación que han sido asumidas filosóficamente por los “herederos de Descartes”, usando la expresión de Miguel García Baró (2014); tales filosofías, considero, conciben a la filosofía como un ejercicio de discernimiento, previo a un posicionamiento ante el mundo.

 

  1. El discernimiento

El discernimiento, del latín discernĕre («separar, distinguir, reconocer»), compuesto de dis- (“en dos”) y cernĕre («distinguir») –distinguir entre dos–, ha estado presente en la filosofía desde sus inicios; el discernimiento –la distintio—, o al menos la posibilidad de discernir, considero es una de las condiciones inherentes a toda definición de “filosofía”; la filosofía, como requisito necesario, nos impera distinguir, dice el adagio escolástico: “nunquam nego, raro afirmo; semper distingo”.

El discernimiento de Descartes consta de una meditación profunda –ejercicio espiritual filosofante—que requiere una metodología que, bien conducida, nos puede salvar del error, distinguiéndolo; el fin de tal discernimiento es poder actuar, posteriormente a contemplar la verdad, clara y distinta. Esta concepción del filosofar no es ninguna novedad, el mismo Descartes lo acepta;  sin embargo, Cartesio considera que sus antecesores cimentaron “sobre lodo y fango” sus meditaciones (Descartes: 2000, 56). Descartes se refería a la filosofía estoica, que reluce, sobre todo, en la tercera parte del Discurso del Método. Esto, en apariencia, parece ser muy distinto de la concepción de discernimiento de San Ignacio de Loyola,  que tiene como fin distinguir para “ser rectos en nuestro actuar para el que fuimos creados” (Loyola: 1977, 8), distinguiendo todo aquello que proviene de Dios (la gracia) y aquello que proviene del mal espíritu. En estrictos términos filosóficos –considerando que Dios y el mal espíritu no sean asuntos filosóficos— esto podría ser la distinción entre el acierto y el error; lo que en Descartes, sin duda, se encarna con el problema del genio maligno, o en la distinción entre el estado de sueño y el de vigilia. Sin embargo, los fines en ambos discernimientos son distintos: San Ignacio pretende que el hombre se rencuentre con la razón por la cual fue creado, para que en tal dirección oriente su vida; Descartes, en cambio, para librarse del engaño, y a partir de ahí cimentar una ciencia certera.

El lector poco familiarizado con el peculiar modo de filosofar en lengua española, que proponía Unamuno y que he decidido citar como epílogo, le extrañará que intente concebir una mística filosofante o una filosofía mistificada, lo que desde la perspectiva de la “filosofía cristiana”, podría ser una combinación atroz; y yo puedo estar de acuerdo con tal postura, sin embargo, me parece que la inquietud cartesiana iba por tales derroteros. ¿Un intento de secularizar la mística o de “divinizar” a la filosofía humana? Es posible, pero aquello no será nuestro asunto en este texto.  Justamente, la intención de aproximarme filosóficamente a la espiritualidad ignaciana y de ver los atisbos místicos de la filosofía de Descartes es para sostener la tesis “holista” de que una no puede ser concebida sin la otra, y que es un prejuicio lamentable de nuestra “concepción moderna del filosofar” desvincularlas. Aceptemos o no la posibilidad racional de la mística, o si es posible su abordaje filosófico, poco importa; pues la inquietud cartesiana, en su último sentido, apunta a la necesidad racional de esa realidad inmaterial, donde se fundamentan Dios y la inmortalidad del alma; realidad que, unívocamente, es inaccesible para los hombres de carne y hueso. El Descartes que nos interesa, como nos debería interesar cualquier filósofo,  siguiendo a Unamuno, es el de carne y hueso; el hombre, el hermano; el que soñaba y tenía fe, que quería ganar el Cielo y aspirar a la verdad siendo sólo eso, un hombre, un hermano de carne y hueso que soñaba y que no podía renunciar a su fe. ¿Hasta qué punto Descartes, en la duda metódica del Discurso del Método, pudo dudar de Dios? Ese es otro asunto que desarrollaremos en nuestro trabajo completo posterior.

Pierre Hadot (2003: 9-12) en su Filosofía y Ejercicios Espirituales considera que la relación entre filosofía y ejercicios espirituales, es decir, la necesidad de discernir filosóficamente es inútil en el cristianismo. Hadot considera, siguiendo la tradición estoica –incluso él afirma, siguiendo a Paul Rabbow (2003: 59), que los Ejercicios de San Ignacio son de raigambre estoica, tradición que en Descartes es muy visible, por ejemplo al plantear su moral por provisión–, que el fin filosófico del discernimiento es la posibilidad de decidir, es decir, de actuar. Al parecer de Hadot (2003:60), esto no se cumple en el cristianismo porque, dice, el cristianismo al aceptar el dato revelado renuncia a la posibilidad de concebir una ética, una política, etc., pues estas ya están dictadas por el logos encarnado. Sin embargo, nosotros consideramos que si bien el cristianismo es revelado, requiere de un ejercicio filosófico, de un vaciamiento (kénosis), para que en términos de San Ignacio, encontremos el principio y el fundamento del mundo. Descartes, sin duda, busca también el principio y el fundamento del mundo, pero como lo dice en su Introducción a las Meditaciones Metafísicas, es preciso demostrarlo por una vía distinta a la de la fe, esto para el convencimiento racional de los incrédulos. Sobre si este principio y fundamento de Descartes es o no el principio y fundamento de San Ignacio, mucha tinta de ha derramado y se derramará. Sobre la fe cartesiana, la cuestión es aún más compleja.

En lo que no nos queda duda es en que la filosofía de Cartesio –y en general las filosofías emanadas de ella–, tienen como fin común el ir superando la duda hasta llegar al reconocimiento de un principio veraz que no nos pueda engañar y que, por lo tanto, pase a ser el fundamento de todas las verdades ¿y qué es todo ello si no el más radical de los discernimientos? Descartes, siguiendo la tesis de Hadot, fundamenta su filosofía en un discernimiento, producto de un ejercicio espiritual; empero, si aceptamos a Descartes como cristiano –incluso como filósofo cristiano– ¿cómo puede llegar a un cimiento sólido a partir de su fe?

 

 


[1] Maestro en Filosofía por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, División de Filosofía del  CISAV.

Trabajo inédito. Este artículo se escribió en el verano del 2015. Parte de la investigación completa se puede consultar en “Las Olímpicas, de René Descartes: Su posible trasfondo ignaciano y jesuítico”, en Revista de Filosofía Open Insight, año 2021, Vol. 12, No. 26, pp. 169-198: http://openinsight.com.mx/index.php/open/article/view/533

 


Bibliografía:

Baillet, A. (1650). La vie de Monsieur Descartes, Consultado en: http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k75559n/f8.image

Descartes, R. (2000) Discours de la Méthode. Paris: Flammarion.

(2002). Meditaciones metafísicas. Trad. Manuel García Morente.  Madrid : Tecnos.

Hadot, P. (2003). Ejercicios Espirituales y Filosofía Antigua. Trad. Javier Palacio. Madrid: Siruela.

Loyola, I. (1977). Ejercicios Espirituales. Madrid: B.A.C.

Moreno Romo, J. C. (2015). La religión de Descartes.  Barcelona: Anthropos.

Rodis-Lewis, G. (2000). Descartes. Biografía. Trad. Isabel Sancho López. Barcelona: Ediciones Península.