El interés principal de la vida y el trabajo es convertirse
en alguien más, en quien no eras al principio.
-Michel Foucault
La diferencia entre biopoder y biopolítica – mirada bajo la perspectiva fundacional de Foucault – es, para decirlo de manera rápida, puramente ética (o si se quiere “ético-política”) porque se basa en una distinción trazable entre, por un lado, la estructura alienante de la vida cotidiana y, por el otro, la decisión ética propiamente hablando. Hagamos entonces un breve análisis de cada una de las dos y las implicaciones que conllevan, para definir con claridad la distinción.
Primeramente, la estructura alienante en la que nos hallamos inmersos en muchos de los aspectos de la vida cotidiana tiene como característica esencial el hecho de que ofrece posibilidades uniformes en todo momento, es decir, posibilidades que representan una pérdida en todo caso. En otras palabras: en el acto de escoger un curso de acción, siempre perdemos algo que no es meramente sacrificable o sustituible, sino que sostiene o es la condición necesaria de la cosa misma que hemos escogido. Un ejemplo claro – y clásico – de esto es la noción de “libertad del esclavo” en Hegel: basándose en el clásico eslogan “Libertad o Muerte”, Hegel sostiene que si de entre las dos escogemos la libertad invalidando la amenaza de muerte, no tendríamos manera de demostrar nuestra independencia, es decir, de demostrar que nuestra elección ha sido libre. Entonces, la única verdadera elección sería la muerte, ya que prueba de facto que nuestra elección ha sido libre. Sin embargo (y he aquí la paradoja), una vez tomada la decisión pierdes tu libertad porque estás muerto.
Es por esto que la necesidad de la decisión ética propiamente hablando entra en escena. Aquí se vuelve visible una dimensión que la estructura de la alienación no es capaz de percibir. Es muy simple: escoger una opción no hace que automáticamente perdamos a la otra, sino que más bien ganemos algo de ella. La elección por la muerte, en realidad y a contrapelo de Hegel, nos otorga libertad. ¿Por qué? Aquí Jacques Lacan – el famoso psicoanalista francés – es el que se ha encargado de hacer la anotación crítica y pertinente al respecto, cuando sostiene que en el punto en que la muerte intercepta a la libertad (es decir, al sujeto mismo) la muerte cesa de ser concebible, como puede ser obvio. O para parafrasear al otro psicoanalista de fama mundial, Sigmund Freud: la muerte no tiene contenido alguno para el hombre mas que el de un vacío negativo. Y como no deberíamos de perder de vista que estamos hablando de la muerte como hecho biológico corporalizado, la relación entonces entre el sujeto y la muerte – otra vez paradójicamente – no es ni puede ser biológica, sino antes bien de sublimación o placer. La sublimación, para Lacan, toma la forma de la clásica pulsión de muerte, que se vuelve el único indicio que tenemos para entablar una relación “subjetiva” con la muerte, permitiendo la posibilidad de que la opción por la muerte sea vista como un acto ético (y aquí “ético” tiene todo que ver con entablar un acto que no menoscabe la libertad).
El punto clave aquí es fijarnos en cómo es que concebimos a la sublimación. Hay que tomar siempre en cuenta que ésta no hace desaparecer a la satisfacción, contrario a lo que se cree, y por eso hablaba de placer hace unas cuantas líneas. Para Foucault, el placer se vuelve el locus de la acción que se entabla entre el trabajo y el cuerpo. El ejemplo más simple de este tipo de sublimación libre sería aquello que llamamos sacrificio.
Entonces, esta “mínima diferencia” entre ambos modelos es lo que muchos teóricos de la biopolítica se han dedicado a desarrollar, buscando algo así como el “lugar de residencia” del ejercicio de la libertad. Claro está que este lugar es el cuerpo, pero lo importante reside en examinar las condiciones de posibilidad de acción y agencia que este conlleva. Por eso mismo replanteamos las características de una sola estructura decisional de cara a dos distintos modos de acción y sus consecuencias. La biopolítica es una categoría puramente negativa, pero no de una manera simple; la decisión ética propiamente hablando “inmortaliza” una dimensión del sujeto en el universo simbólico para su reapropiación subjetiva a través del tiempo.