Cambio de época

 

Por Jorge. L Navarro|

 

La expresión “cambio de época” parece abrirse paso con cierta discreción entre los analistas sociales y futurólogos, porque tiene cierta utilidad para describir acontecimientos del presente caracterizados por la incertidumbre y la ausencia de referentes básicos para la convivencia humana y la emergencia de nuevas pautas, que ya se avistan, aunque no logran adquirir plena vigencia. Son tiempos de un cambio profundo y dramático, como si hubieran cambiado los sonidos de las notas de una partitura, que seguimos intentando ejecutar con resultados imprevistos y, a veces, desastrosos (Heredia, B., 2017).

Tras la experiencia trágica europea de las guerras mundiales, la clave de lectura de la historia contemporánea cambió drásticamente: del optimismo racional al escepticismo y a la crítica acerva a la racionalidad moderna y al mundo erigido desde ella. El debate entre defensores y detractores de la modernidad, en sí mismo muestra, que las creencias que sustentan a la modernidad se volvieron discutibles.

“Cambio de época”, funge como categoría heurística. En ella se realiza una curiosa inversión de esta otra expresión: “época de cambio”. Por ejemplo, es común escuchar una formulación en la que ambas se ponen en contraste: “Vivimos no en una época de cambios, sino en un cambio de época”. La modernidad puede ser considerada por antonomasia la época de cambios; de lo que podría ufanarse sobre cualquier otra era histórica; aquellos cambios y productos que venían avalados con las etiquetas de “racionalidad”, “progreso”, “cientificidad” y “modernidad”, adquirían carta de legitimidad y de exigibilidad; erigiéndose así lo moderno en sinónimo y regla del cambio.

En nuestro tiempo, sin embargo, hemos derivado a una cultura de la sospecha y a colocar en el banquillo al sistema de creencias y de deberes derivados de la moral moderna, la ley del progreso y la racionalidad del poder. Lo que implica que ni el progreso técnico, ni el dominio instrumental de la naturaleza, están legitimados a priori ni generan unívocamente bienestar o desarrollo humano. La civilización moderna, no puede autoafirmarse como la civilización sin más, ni representa el estadio de la más alta realización de lo humano.

El meollo de este proceso de crisis, advertido como un cambio de época, está en el ser una circunstancia histórica, sometida a una gran mutación cultural, que altera el sistema de significados y de valores de una sociedad o de un conglomerado de pueblos participantes en una civilización; mutación que va de las creencias y vigencias de la modernidad a las incertidumbres y búsquedas del hombre posmoderno que se adentra en el nuevo milenio. 

Una de las mejores propuestas de comprensión de lo que significan los cambios históricos, pequeños o grandes; sean en sus formas más normales y ordinarias hasta las crisis profundas -que alteran radicalmente la figura del mundo-, la encontramos en el filósofo español José Ortega y Gasset (1964:11); quien percibió en su tiempo, -en la transición del siglo XIX al XX- una gran crisis epocal. Para reflexionar sobre ella, trató de mirar, en ese otro momento de gran transformación cultural en la historia de Europa que fue el Renacimiento. El hombre del renacimiento abandonó la fe medieval e hizo su aparición el hombre moderno con una nueva fe en la racionalidad científica y en la capacidad del hombre de hacerse a sí mismo. Los cambios, pensaba Ortega, son la sustancia misma de la historia y ocurren no como una evolución dialéctica de la Idea, ni como la racionalización de las estructuras y del poder, sino en el irrefrenable transitar de las generaciones y el heredar como traspaso cultural. De aquí que las crisis históricas consistan precisamente en rupturas profundas en la cadena de trasmisión intergeneracional. 

Se producen por la pérdida de vigencia de valores y creencias del pasado y la aparición, incierta, de otros nuevos (Ortega y Gasset, J., 1964:93).

“Cambio de época” evoca, en nuestro tiempo, el ocaso de una era, nada menos que la modernidad, que no acaba de periclitar y el advenimiento, que aún no es claramente perceptible, de otra edad. En cierto modo, la expresión, sólo ofrece un esquema de “hipótesis” de lectura histórica e impone el esfuerzo de mirar y de comprende nuestro tiempo; no, da una anticipación profética del futuro; ni consiste en el andamiaje conceptual predictivo de las ciencias; ni intenta situar los datos históricos dentro de una gran teoría social. Su valor, se destaca en el contraste con las ideologías, que reducen la complejidad histórica a simplificaciones de izquierda o de derecha; o a la dialéctica revolución o contrarrevolución, progresista o retrograda, liberal-conservador, etc.

Se puede afirmar que “cambio de época” nos coloca en un “punto de vista”, el de la vida humana, de la experiencia del hombre concreto como persona y como sujeto social. Se trata, por ello, de una perspectiva, un “modo de mirar” los acontecimientos de nuestro tiempo y descubrir nuestra circunstancia; esto es, otorgar la primacía a la realidad sobre las ideas y sobre las construcciones ideológicas preconcebidas; es una mirada humana que solo esta traspasada de asombro por lo que acontece y de la apertura a la novedad, que llama a la responsabilidad del sujeto.

Este es el inicio del pensamiento circunstancial, que para Ortega se traducía en una tarea humana primordial: salvar la circunstancia, salvarse en la circunstancia.

En efecto “cambio de época” significa toma de conciencia de que algo está muriendo, que pierde vigencia social, en ello van incluso valores nuestros muy queridos, que ya no ofrecen certidumbre ni son fuente de certeza para la vida común… y la toma de conciencia, concomitante, de que algo está naciendo. Quizá no es propiamente el manifestarse de valores nuevos, sino formas o expresiones nuevas de los valores fundamentales: verdad, justicia, bondad, belleza, etc. Por lo cual, esto también significa la aparición de una nueva sensibilidad, que capta tales formas y expresiones nuevas.

“Cambio de época” como perspectiva podría coincidir con el movimiento o la temporalidad propia de la vida: la experiencia vivida en la que se entrelazan la memoria, la observación y la imaginación, es decir, la pervivencia y la anticipación, en el presente, del pasado y del futuro. No adopta, por tanto, la perspectiva del conservadurismo reaccionario o la fuga progresista. La vida, en efecto, siempre es “aquí y ahora”, presente. Pero también siempre “viene de…” el pasado y “va hacia…” el futuro. Esta es la estructura de la temporalidad humana personal y social; una estructura que no puede conciliarse con una actitud reaccionaria o una defensa a ultranza del pasado o de las tradiciones, y sin embargo, no se desentiende de la tradición que “no es adoración de cenizas, sino transmisión de un fuego” (Mahler). La tradición es la oferta de una “hipótesis” razonable, verificada con la propia vida, para construir el futuro. Tampoco es la fuga progresista que se afinca en la certeza que da el poder, sea en la promesa del proyecto político, sea en el poder tecnológico, que se ofrecen como mecanismos para dominar la Historia.

Es de llamar la atención que la perspectiva “cambio de época” no siendo un constructo específicamente religioso ni teológico, haya encontrado cierta carta de ciudadanía en la reflexión pastoral del catolicismo latinoamericano.

Los obispos mexicanos en su Carta Pastoral Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos (Conferencia Episcopado Mexicano, 2000), introdujeron esta expresión como clave de lectura social y de “discernimiento eclesial” para “ver” la realidad de México: “Los mexicanos vivimos no sólo en una época de cambios, sino en un verdadero cambio de época que transforma los referentes tradicionales de la existencia individual y colectiva en mayor o menor medida. Estos cambios son amplios y profundos e involucran todas las dimensiones de la vida” (CEM, 2000: n. 246)

También encontramos la misma expresión en el llamado Documento de Aparecida, en un apartado en el que propone “mirar la realidad”, una realidad que es concreta interpelación a los cristianos en tanto que discípulos de Cristo: “Vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios…” (Condejo Episcopal Latinoamericano, 2007: n. 34)

Ultimamente la expresión aparece frecuentemente en discursos y alocuciones del Papa Francisco, pero también en el primer documento programático de su pontificado: la Encílcica Evangelii gaudium, que recoje la expresión para señalar un “giro histórico” de grandes contrastes: los grandes avances en el desarrollo técnico en el campo de las tecnologías de la comunicación, de la educación y de la salud, y la perdida del sentido y de la “alegría de vivir” manifiesta en ciertas patologías sociales y en una cultura de exclusión y muerte (Francisco, 2013:51).

La Iglesia, de este modo, invita a un esfuerzo responsable de discernimiento y de lectura de “los signos de los tiempos”, que es una manera de contener el desbordamiento de la “imaginación” apocalíptica de ciertos grupos o influencers católicos o cristianos y así evitar que estas versiones saturen la comprensión cristiana de nuestro tiempo, con sus arrebatos milenaristas, sus cálculos de años y fechas, sus apariciones con mensajes y videntes iluminados que anuncian castigos divinos, etc… O bien, que se imponga como lectura cristiana esas simplificaciones ideológicas que denuncian que detrás de los cambios tan profundos de nuestro tiempo, se encuentran fuerzas oscuras,  deep state”, que conspira para destruir la civilización e imponer el “nuevo orden”.

En la vida cristiana se entretejen la vida personal y la vida comunitaria con la expectación de los tiempos, la profecía y la esperanza, así como la conversión del corazón y los cambios de vida y de las costumbres de los pueblos, todo es parte de una novedad de vida, no imaginada, pero prometida por Jesús. La Iglesia, el pueblo de Dios, se entiende a sí misma como una comunidad en continua reforma, una compañía “semper reformanda”, y por ello, necesita estar disponible a la  escucha a Aquel que la llama -vocación- en las circunstancias y para mirar en la realidad los signos de su Presencia.

 

Referencias 

  • Heredia, B. (enero 2017). Cambio de época, ¿qué significa? El Financiero, págs. https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/blanca-heredia/cambio-de-epoca-que-significa.
  • Ortega y Gasset, J. (1964) Obras completas V. Revista de Occidente. Madrid. p. 11.
  • Conferencia del Episcopado Mexicano, (2000). Carta Pastoral Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos, CEM, México.
  • Consejo Episcopal  Latinoamericano. (2007) V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida. Documento conclusivo, CELAM-CEM, México 2007, n. 34.
  • Francisco. (2013) Exhortacion Apostólica Evangelii gaudium, n. 52. San Pablo. México, p. 51.

 

Notas:

 En las dos últimas décadas el uso de la expresión “cambio de época” y de la frase contextualizadora: “no vivimos una época de cambios, sino un cambio de época”, aparece por aquí y por allá, referida muchas veces en artículos periodísticos sobre temas varios, pero con una clara intención: no podemos seguir actuando con los mismos parámetros, en una situación que los ha vuelto equívocos o inservibles. Cfr. Bárcena, Al (13/11/2008) ¿Época de cambios o cambio de época?, Centro de Prensa. Comisión Económica para América Latina. Recuperado: 13/08/2020. https://www.cepal.org/cgi-bin/getProd.asp?xml=/prensa/noticias/columnas/8/35068/P35068.xml&xsl=/prensa/tpl/p8f.xsl&base=/prensa/tpl/top-bottom.xslt. Menudean los artículos sobre educación, tecnología o management; que intentan  situar los cambios en contexto histórico profundo.  

 

  2 Ortega y Gasset, J., (1964). p. 93. “No puedo detenerme a describir ese diferente cariz con que una misma realidad, la de la crisis, se presenta al hombre maduro y al joven (…) para ambos es el resultado igual: la sensación de hallarse en la divisoria de dos formas de vida, de dos mundos, de dos épocas. Y como la nueva forma de vida aún no ha granado, aún no es lo que va a ser, sólo podemos buscar alguna claridad respecto a ella, respecto al futuro nuestro, volviendo la mirada a la vieja forma de vida, a lo que parece que acabamos de abandonar. Precisamente porque la vemos conclusa, la vemos con máxima claridad. En realidad, sólo ahora tenemos una noción clara de lo que se ha llamado «edad moderna». Siempre acontece esto. La vida, decía yo, es una operación que se hace hacia adelante. Vivimos originariamente hacia el futuro, disparados hacia él. Pero el futuro es escencialmente problemático… 

 

 3 Cfr. Ortega y Gasset, J. (1914) Meditaciones del Quijote. Publicaciones del la Residencia de Estudiantes, Madrid. p. 43-44