El penoso acontecimiento centrado a partir del impedimento por parte de algunos países europeos para que el avión presidencial boliviano con Evo Morales a bordo pudiera sobrevolar su espacio aéreo, así como el concomitante aterrizaje forzoso y retención en el aeropuerto de Viena durante largas horas de espera para poder volver a su propio país, todo a causa de la “sospecha” –y subrayamos, sospecha” – de que el mandatario sudamericano pudiera tener escondido en su aeronave a Edward Snowden, antiguo empleado de la CIA y la NSA, constituye un evento que podríamos calificar de surrealista, si no fuera por la gravedad y la torpeza del proceder de los gobiernos de Portugal, Francia, España e Italia, pero sobre todo porque tal proceder fue, evidentemente, producto de la presión ejercida por el gobierno norteamericano, paranoico desde tiempos inmemoriales y hasta límites insospechados, que, mientras que se obsesiona con estos “monstruos” creados por ellos mismos, desde Bin Laden hasta el propio Snowden, pasando por muchos otros de sus “golem”, deja pasar tranquilamente a terroristas que se entrenarán en su propio país para poder pilotear aviones comerciales y dirigirlos contra ellos mismos, como ocurrió en el caso límite de los atentados de 2001, pero también, a menor escala aunque bajo el mismo esquema y lógica similar, el reciente atentado durante el maratón de Boston.
Y no es que no pudiera haber razones para que las sospechas del gobierno de Obama pudieran estar fundadas, sino que, una vez más, los Estados Unidos vuelven a auto-erigirse como policías mundiales, como garantes universales de lo que debe ser, al mismo tiempo que sancionadores de lo que no debe ser. En su deontología maniqueísta no cabe ninguna forma de prudencia.
Pero la torpeza mayor, quizá, haya sido, por parte de los Estados Unidos y los países aliados que actúan como sus obedientes lacayos, entregar en bandeja de plata al propio Evo Morales –personaje impresentable, siniestro y oportunista – así como a sus secuaces incondicionales más allegados –desde Ahmadineyad, presidente iraní esquizoide y negador de la historia, hasta Cristina Fernández, mentirosa profesional ante la que hasta Pinocho parecería paladín de la verdad, pasando por los lamebotas chavistas como Correa y el propio títere creado por el Pigmalión venezolano fallecido, el oligofrénico de Nicolás Maduro- argumentos y razones de condena legítima a un hecho objetivamente condenable, como el de impedir a un avión presidencial sobrevolar el espacio aéreo, fundando tal acción en meras sospechas, así como las graves acciones de ahí derivadas, a saber, un aterrizaje realmente “forzoso” en su sentido más literal, lo que además implícitamente supone el poner en peligro la vida del mandatario en cuestión, independientemente de quien se trate; a la condena de los distintos gobiernos mundiales –no sólo los proclives a Evo Morales, o de tendencia claramente izquierdista – se une la condena de la opinión pública internacional. Objetiva, inevitable. Como prueba de esto, es suficiente recordar que hasta el mismísimo Mario Vargas Llosa, furibundo y visceral crítico de Hugo Chávez, Evo Morales & Co. condenó la acción de los europeos y la retención, considerando que los gobiernos mencionados trataron al presidente boliviano de manera inaceptable y se ha referido al mandatario de origen aymará como a “una víctima del entramado de Wikileaks”. Parece que la pelota está del lado de la cancha de los capitaneados por el presidente que utiliza chompas de alpaca en lugar de casimires ingleses. No sabemos por cuánto tiempo, pero la ventaja está de este lado.
Un desacierto grandísimo del gobierno de Obama. Éste ha vuelto a caer nuevamente, como algunos de sus predecesores, en la actitud de “el niño que pone el ‘coco’ y luego le tiene miedo”, en las inmarcesibles palabras de la gran Sor Juana. Por ahora, al momento de escribir estas líneas, Snowden permanecía en el aeropuerto moscovita de Sheremétyevo, en una reedición de la vicisitud de Mehran Karimi Nasseri, encarnado por Tom Hanks en la conocida cinta La terminal, y esto introduce en la historieta (pues eso es lo que es este suceso) a otro personaje: Vladmir Putin, presidente de Rusia, clave para tratar de desenmarañar la surrealista trama producida. Pero esto será otra historia… perdón, historieta.