Cuando un verdadero maestro muere…

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Por Sagrario Chávez Arreola.

 

El maestro Nuccio Ordine falleció el 9 de junio de 2023. Esta noticia triste ha conmocionado a muchas personas, en distintos lugares del globo. No es necesario que el motivo de esa conmoción conlleve haberlo conocido personalmente. Entonces ¿a qué se debe esa respuesta? En mi tarea como docente de filosofía hay tres ideas que leí en su ensayo La utilidad de lo inútil, las cuales me han acompañado, desde hace varios años, para comprender las razones detrás de algunas adversidades del mundo contemporáneo.

La primera de ellas: el proceso de madurar, de pensar, de admirar la belleza de la realidad nos pide ser pacientes. Hoy en día la paciencia ha sido suprimida de muchos ámbitos, incluido aquel que más reclama esperar con sutileza y ternura: el educativo.

Los verdaderos poetas saben bien que la poesía sólo puede cultivarse lejos del cálculo y de la prisa: «Ser artista -confiesa Rainer Maria Rilke- en un pasaje de las Cartas a un joven poeta– quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera, sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano». Los versos no se someten a la lógica de la precipitación y lo útil. (Ordine, 2017: 10)

Recuerdo que la imagen del árbol que no apura su savia, de Rilke, me llevó a caer en la cuenta de la premisa con la que asumía mi formación académica y profesional: si aceleras el paso, llegarás antes a la meta. Eso implicaba, concretamente, concluir los estudios de maestría antes de los treinta años y luego seguir con los de doctorado. De esa manera, estaría en condiciones de ser una “persona adulta”, capaz de relacionarme con los otros “adultos” como de igual a igual, y así contribuir a cambiar este mundo tan fragmentado y hostil.

Pero Ordine -en su manifiesto por la cultura, las artes y las humanidades (2017)- nos invita a comprender qué es la paciencia cuando se trata de abrirse paso por la vida. Vivir pacientemente significa confiar en lo que somos y no en lo que poseemos. El maestro calabrés, junto con los referentes valiosos que conforman su set para componer ideas (agrupados bajo la categoría “clásicos”), tiene la gracia de poner frente a sus lectores un espejo con el cual descubrir, lentamente, no tanto el rostro exterior, sino el interior, el personal. Sólo desde el rostro personal, desde el yo libre y responsable, podemos procurar relaciones fraternas e iniciar procesos que transformen en el mundo.

Una segunda idea que se clavó en mi memoria al leer la apología que hace Ordine a las artes y las humanidades (2017) es aquella que narra el encuentro entre el pez viejo y los peces jóvenes. Se trata de un breve relato del genio literario David Foster Wallace (1962-2008). Ordine lo recupera en estos términos:

Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: «Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?». Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le dijo: «¿Qué demonios es el agua?». (2017: 21)

Apoyados en la clave de interpretación que brinda el mismo Foster Wallace -el agua es aquello con lo que convivimos de ordinario y es crucial para la existencia, pero al mismo tiempo, es muy difícil de explicar-, así como en la interpretación de Ordine -el desenvolvimiento de directrices valiosas para la existencia supone el líquido amniótico de la cultura, las humanidades, la enseñanza y las artes-, podemos comprender que el agua es el sentido de la realidad que es aprehensible por los significados gestados en la cultura. A partir de lo anterior, si tales significados son comunicados críticamente en el proceso educativo, es claro por qué los peces jóvenes todavía no los reconocen y, por ende, el sentido de la realidad les produce desconcierto.

Para ilustrar este punto, señalemos el hecho de que, con frecuencia, sostenemos que la democracia es un modelo valioso para el gobierno tanto de una nación, como de una comunidad de personas. Pero, tal como argumenta Martha Nussbaum en Sin fines de lucro (2010), las capacidades intelectuales y disposiciones morales requeridas para la democracia no se generan automáticamente, sino que exigen un trabajo educativo que las despierte y ejercite, desde los primeros años de vida. Es así que, quien participa de un verdadero proceso educativo se nutre de la riqueza humana en la que habita y desde la cual se convierte, a su vez, en partícipe y generador de cultura.

La tercera idea de La utilidad de lo inútil (2017) que atesoro desde hace un tiempo es la del profesor como un infatigable estudiante. En este punto, Ordine insiste en la identidad y los valores que orientan la vocación docente, así como el sentido de la universidad: fundamentalmente la gratuidad y el desinterés por el conocimiento de la realidad, en oposición al criterio utilitario de las cosas. Asimismo, el humanista de Cosenza denuncia que la universidad se ha vuelto una empresa regida por la productividad y el rédito; y el profesor no es más que un burócrata dedicado de tiempo completo a las gestiones de índole comercial de la empresa-universidad.

Entre las derivaciones de aquella confusión sobre la universidad y la vocación docente, Ordine (2017) señala que los profesores no tienen tiempo para mantener un vínculo creativo entre la investigación y la enseñanza; y que, para llegar a tenerlo mínimamente, se requiere negociarlo con las instancias correspondientes. Lo que ocasiona, como en efecto dominó, la desertificación de la cultura.

Parece que nadie se preocupa, como debería, de la calidad de la investigación y la enseñanza. Estudiar (a menudo se olvida que un buen profesor es ante todo un infatigable estudiante) y preparar las clases se convierte en estos tiempos en un lujo que hay que negociar cada día con las jerarquías universitarias. No nos damos cuenta de que separando completamente la investigación de la enseñanza se acaba por reducir los cursos a una superficial y manualística repetición de lo existente. (62)

La problemática que enuncia nuestro autor, respecto a la esterilidad del saber producida por la repetición sosa del docente, es lo que -a manera de hipótesis- puede estar detrás del aburrimiento contagioso que se manifiesta en las aulas o salones de conferencia. Frente a esta situación hay quienes consideran que basta con que el docente emplee medios divertidos o entretenidos, como los recursos tipo TIC, para hacer frente a esa somnolencia que se disipa en la hora de clase.

En cambio, es posible afirmar que la esterilidad del saber y su correlativa atmósfera de aburrimiento no es un asunto sobre los medios de enseñanza, sino que pone al descubierto una cuestión fundamental: la relación creativa que el docente es capaz de sostener con el saber. Si esto es así, podemos constatar que la crisis educativa y cultural presente aun en las universidades guarda un vínculo atroz con la lógica utilitarista que antepone la ganancia material a todo. Por eso, duele la pérdida de un maestro que no fue sólo un transmisor de información, sino que por medio de su fértil palabra vivifica el espíritu humano.

 

 


Referencias bibliográficas

Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades (Trad. María Victoria Rodil). Katz editores.

Ordine, N. (2017). La utilidad de lo inútil (Trad. Jordi Bayod). [Libro electrónico]. Acantilado.