Depresión En Adultos Mayores

Por José Enrique Gómez Álvarez[i]

 

Además de los factores clínicos de la depresión, aparece un componente que es clave atender: el sentido de la vida. Las personas requieren verse con propósitos, directrices, metas y aspiraciones que den sentido a su existencia. Ese aspecto es crucial para atender con mayor éxito la depresión. Los adultos mayores, en particular, deben percibirse con dirección en su vida, independientemente de la etapa más avanzada que viven. El sentido existencial es percibirse como un ser radical, único e insubstituible.

 

Introducción

La depresión es un trastorno común en nuestro país. Según la UNAM, el 15% de la población sufre depresión:

En México, 15 de cada 100 habitantes sufre depresión, y la cifra podría ser mayor porque algunas personas jamás han sido diagnosticadas y viven hasta 15 años sin saber que tienen esta afección, que se manifiesta por un estado anímico de nostalgia profunda, indicó Alfonso Andrés Fernández Medina, subdirector de Información de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC) de la UNAM (…) recordó que de acuerdo a un estudio realizado por la Facultad de Psicología (FP), en el país casi seis millones de niños y adolescentes entre 12 y 22 años de edad sufren depresión, con sintomatología de irritabilidad y violencia. Otra población vulnerable son los adultos de más de 65 años, que debido a la falta de empleo, cambio de vida o pérdida de la pareja tienen una sensación de desesperanza (UNAM, 2019: s.p.).

La depresión afecta a las personas cuando ellas perciben un sentido de pérdida que puede ser derivado de un hecho concreto, por ejemplo la pérdida del cónyuge, o más sutil como la percepción de la pérdida de sentido de la vida en una edad determinada. Ese ánimo triste, que es un signo común de la depresión, suele venir acompañado de síntomas somáticos y cognitivos.

 

Desarrollo

En el caso de la depresión mayor los síntomas afectivos, aparte de la tristeza, pueden ser irritabilidad, culpa, vergüenza. Desde el punto de vista cognitivo, los pacientes suelen presentar rumiación, es decir, pensamientos reiterativos negativos. La memoria disminuye, a menudo junto con la concentración. En suma, cuando hay depresión sólo “miramos lo que está mal”, es decir, se produce un sesgo cognitivo. Dentro de los síntomas motivacionales se produce en general una pérdida de interés en actividades que solían producir bienestar o alegría a la persona. Se presenta apatía, pérdida de confianza, desesperación y en ocasiones deseos suicidas.

Desde un punto de vista de la conducta las personas deprimidas presentan baja actividad, aislamiento social y disminución de actividades gratificantes. En cuanto síntomas físicos es común que se presente pérdida o aumento de peso, insomnio o hipersomnia, disminución del apetito y pérdida del deseo sexual. En todo caso la clave de la depresión, la pérdida, suele expandirse hacia el pasado y el futuro. Así, por ejemplo, cuando una persona mayor queda viuda, la sensación de pérdida se proyecta hacia el pasado, por ejemplo, con remordimiento, culpa de no haber sido la “pareja perfecta”. Hacia el futuro un ejemplo es la idea de que nunca se volverá a tener otra relación afectiva significativa.

En los ancianos hay factores de riesgo adicionales a los de la juventud que aparecen y pueden ser detonadores o precipitantes de la depresión: “… la percepción subjetiva de salud, la funcionalidad física, el deterioro cognitivo y la edad también pueden influir en la depresión, aunque en muchas ocasiones dichas dimensiones están mediatizadas por las variables de clase, apoyo social y género” (Rivera, J. Benito, J. Pazzi, K. 2015: p. 105).

Independientemente de discutir los factores clínicos de la depresión, aparece un componente que es clave atender: el sentido de la vida. Las personas requieren verse con propósitos, directrices, metas y aspiraciones que den sentido a su existencia. Ese aspecto es crucial para atender con mayor éxito la depresión. El anciano, en particular, debe percibirse con dirección en su vida, independientemente de la etapa más avanzada que vive. El sentido existencial es percibirse como un ser radical, único e insubstituible.

El sentido existencial se presenta en la naturaleza personal del ser humano en donde  siempre se es fin en sí mismo; el sentido vital no es reductible a la utilidad. Uno de los sentimientos comunes de la ancianidad es sentirse “inútil” como si la existencia siempre fuese una proyección de medios o, dicho de otra manera, concebir la racionalidad y voluntad humanas como instrumentales. La vida humana tomada desde esa óptica conlleva tarde o temprano a “pérdidas”. Si resulta que el valor de la existencia es lo que puedo producir o hacer como medio, habrá circunstancias y limitaciones de índole personal u otros, que producirá el desencanto de la “falta de éxito”. No todo lo podemos realizar. No obstante, el sentido existencial nos muestra que nuestra dignidad es constante en todas las etapas vitales por el hecho de ser.

El anciano, así, cuando se tratan las distorsiones cognitivas de la depresión no deben centrase, a mi parecer, en el sentido de utilidad, sino el de dignidad y sentido del goce de la existencia. El valor de la existencia es ser plenamente. La trascendencia humana es producto de lo realizado y de lo vivido plenamente, independiente de su utilidad. Así el estar agradecidos con el tiempo de ocio que permite realizar acciones por el mero goce de tenerlas es un factor clave para combatir la depresión. Hay que mostrar que la realización humana no es el dominio de las cosas, ni explotarlas ni mucho menos explotar a otras personas. La realización humana es alcanzar la posibilidad de potencialidades humanas: el amor y la entrega a todos. Los medios como el trabajo, el dinero son eso medios para facilitar las condiciones de la realización, pero nunca su fin.

En la vejez hay situaciones que pueden ayudar a recuperar el sentido de la existencia y disminuir la sensación y pensamientos de pérdida. Uno de ellos es la disponibilidad y reflexión. La reflexión en los logros personales y de los valores cruciales de la vida a menudo requieren tiempo y experiencia. El anciano generalmente dispone de más tiempo para ello, así que puede reconocerse y hacer ver a los demás el valor del reposo y el goce intelectual de la reflexión. Otro valor de la ancianidad es la memoria. Por supuesto no la memoria como el recordar “los buenos tiempos” como si el presente no existiese. La memoria es ver la vida como un todo realizado. En el tratamiento de la depresión hay que hacer ver en esta edad, que el esfuerzo sostenido de la vida produce cambios y generan hechos que perduran en el tiempo: el logro de los hijos, si los hay, los productos intelectuales, el haber sido un amigo desde la infancia y haber logrado bienes a los demás y a sí mismo. La vida así se vuelve testimonio viviente y digna de enorgullecer por el hecho de vivirla.

Otro factor antropológico es la experiencia adquirida como sabiduría de vida. Esta sabiduría es capacidad, no de proporcionar datos e información, sino de dar sentido al conocimiento que se tiene en la vida. La sabiduría, aunque no es exclusiva de la ancianidad, se hace presente en algunas áreas y ejercicios de profesiones que requieren maduración. La experiencia da capacidad prudencial, es decir tomar decisiones como en todo momento de la vida, pero a menudo mejor sopesadas y medidas. El sentido de la vida así, está en el presente de la edad avanzada: es lo que se vive y muestra de la experiencia acumulada que sólo el tiempo da, lo que resulta insubstituible.

 

Conclusión

La depresión en cualquier edad debe afrontarse con múltiples estrategias cognitivas y conductuales desde el punto de vista clínico. Estas estrategias, a mi juicio, deben considerar esos criterios antropológicos indicados. Hay que señalar adicionalmente que asimismo se requiere una verdadera solidaridad social para entre todos combatir este problema de salud. Se requieren redes sociales fuertes, que no se constituyen sólo por familiares y amigos de las personas, sino competen a todo el conjunto social.

 


Referencias

Rivera Navarro, J., Benito-León, J., & Pazzi Olazarán, K. A. (2015). La depresión en la vejez: un importante problema de salud en México. América Latina Hoy71, 103–118. https://doi.org/10.14201/alh201571103118

UNAM (2019). De ada 100 mexicanos 15 padece depresión. Boletín UNAM-DGCS-455. Disponible en: https://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2019_455.html

 

 


[i] Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Maestro en Gerontología Social por la UNINI. Maestría y licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana. Investigador afiliado y profesor de la División de Bioética.