Quizá podrá parecer contradictorio que, en el Día Internacional de la Mujer, el tópico de esta reflexión haga alusión a los niños y los hombres. Pues bien, no es así. Las desigualdades que enfrentan las mujeres alrededor del mundo son múltiples y variadas: menos oportunidades de crecimiento, menos seguridad, menos participación política, etc, etc. Triste, pero lo cierto es que no hemos logrado modificar los patrones de pensamiento de las sociedades y continuamos viviendo bajo regímenes que fijan la mirada de manera distinta dependiendo al sexo que observan. De esta mirada se desprenden ideas e interpretaciones, juicios de valor que alimentan la validación de conductas sociales injustas. Desgraciadamente sigue siendo común encontrarnos empresas que no contratan a mujeres embarazadas, hogares que cuentan con violencia doméstica física, psicológica o sexual y legislaciones que están muy lejanas a la paridad entre mujeres y hombres.
El movimiento feminista, a lo largo de su evolución y múltiples corrientes, ha logrado posicionar una agenda, cuestionar a la sociedad e incentivar leyes. En verdad mucho se ha hecho, pero cuando volteamos a ver el día a día y escuchamos las conversaciones en una cafetería, en la sala de espera de un consultorio o en los períodos de descanso en las escuelas nos seguiremos encontrando con pláticas de muchas mujeres que aún padecen violencia y desigualdad. ¿Qué hacer? ¿Por qué no se han logrado cambios sustantivos que logren erradicar la desigualdad y ensalzar la dignidad de todas las mujeres independientemente de su edad, etnia, nacionalidad, estado civil y religión?
Podrán ser muchas las respuestas, pero me quiero concentrar en una, que, a mi parecer, es la principal. El movimiento en favor de los Derechos de las mujeres y el respeto a su dignidad no puede ser sólo una lucha de mujeres para mujeres. Necesitamos un cambio estructural profundo que nos permita visualizar todas aquellas prácticas inequitativas e injustas. Este cambio de estructura requiere, forzosamente, que los niños y los hombres participen de estos ideales y que nos ayuden a parar, denunciar y contrarrestar cada práctica, cada acción, cada pensamiento que alimente una lógica de dominación y violencia.
Este cambio de mentalidad de la población masculina no podrá ser posible si no les damos las herramientas para hacerlo. Estoy convencida que dentro de la persona existe un llamado para la verdad. Y que la mayoría de los hombres tienen dentro de sí la ternura y la solidaridad; la paciencia y la empatía para entender este cambio. Pero, ¿cómo poder defender la lucha contra la discriminación y el abuso si no se logra diferenciar entre lo que está mal, lo que causa dolor o merma la autoestima?
La educación de los niños por sus padres debe ser el primer punto de partida para entender que, mujeres y hombres tenemos exactamente la misma dignidad, haciéndolos partícipes de las labores de la casa, evitando expresiones misóginas, impulsando un trato de horizontalidad y corresponsabilidad entre las y los hermanos y demás familia que integra un hogar. Además, se tendrán que incorporar dentro de los movimientos en favor de las mujeres a activistas de sexo masculino, para que ellos mismos intervengan. Es indispensable aunarlos en la lucha contra el problema y no encasillarlos en un estereotipo de falta de templanza y animalidad que los hace creer que son víctimas de sus instintos.
Juntos, mujeres y hombres, niñas y niños podemos realizar este cambio de conciencia colectiva y verlo reflejado en los medios de comunicación, la economía, la política, la educación y la cultura. Como dijo Michelle Bachelet en la sesión inaugural de la Comisión para el Estatus de la Mujer 57 (CSW 57): “El tiempo de actuar es ahora”. Y tú, madre, esposa y niña ¿por qué no empiezas a platicar de este tema con los hombres con los que te sientes segura y en confianza? Quizá hoy empieces a cambiar al mundo.