El camino de la paz fraterna

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Por Darío García Luzón.

La importancia de Ucrania en la geopolítica mundial motivó una breve disputa de paradigmas entre Samuel Huntington y John Mearsheimer en el primer capítulo (titulado La nueva era en la política mundial) de El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1996). Lo interesante es que ya fuera desde el paradigma llamado “realista” en las relaciones internacionales como desde el paradigma del “choque civilizatorio” la situación de Ucrania se mostraba en extremo precaria (o se armaba con arsenal nuclear o se desintegraba territorialmente). Ucrania como país internaliza lo que Samuel Huntington ha denominado “línea de fractura civilizatoria” ya que, según este distinguido politólogo, el confín de los países occidentales divide culturalmente a Ucrania. Esto significa que su existencia como Estado no es sólo un punto de tensión geopolítica entre Rusia y Occidente, sino de tensión geo-cultural. La narrativa contemporánea en torno al conflicto bélico ha reforzado esta dimensión “existencial” tanto para Rusia como para Occidente.

Esta dúplice frontera que se internaliza en el actual territorio ucraniano ha tenido y tiene graves implicaciones para la paz mundial. El itinerario de la escalada incluye tanto la intención de la OTAN de incorporar a Ucrania a la alianza militar, como la invasión de Rusia y la inédita colaboración militar de Alemania con la resistencia ucraniana. No obstante, si se considera la polarización interna y la crisis política ucraniana de 2014, emerge la audaz perspectiva del economista Jeffrey Sachs, quien evalúa este último período de guerra como el último peldaño en 9 años de agravamiento del conflicto. El riesgo de una mayor extensión y expansión de la guerra ha encendido las alarmas en otros actores globales, que han comenzado a movilizar inteligencias y voluntades para evitarlo. El necesario “alto al fuego”,  sin embargo, es solo un primer paso en el complejo camino de la paz auténtica.

La opinión del profesor Mearsheimer sobre la agresión a Ucrania se ha mantenido esencialmente invariable desde el inicio del conflicto militar, primero publicada en una entrevista que ofreció a The New Yorker, y recientemente, al canal internacional de noticias CGTN, de China. Por otra parte, el involucramiento más directo de los actores que han velado por la seguridad internacional después de la Segunda Guerra Mundial hace destacar con fuerza una tesis del cuadro comprensivo trazado por el profesor Huntington, cuando consideraba especialmente que un orden mundial basado en el reconocimiento y la representación de todas las civilizaciones era la única opción para evitar una tercera guerra  mundial. El tránsito hacia este nuevo equilibrio en la comunidad internacional, aún si se estableciera como la tendencia geopolítica del siglo XXI, tiene en el alto al fuego en Ucrania una prueba exigente en una ruta que requiere la modificación de las actuales estructuras e instrumentos en el orden internacional. Desde este paradigma, la búsqueda de la paz en Ucrania y el reconocimiento de las distintas civilizaciones parecen objetivos condicionantes intrínsecamente vinculados. Sin embargo, la adecuada representación en las instituciones internacionales de los distintos núcleos civilizatorios, o que estos consigan un cierto equilibrio en la correlación de fuerzas, no constituye el verdadero horizonte de la paz en el mundo.

A pocos meses de la llamada crisis de los misiles en Cuba (1962), la mayor amenaza a la paz después de la Segunda Guerra Mundial, el papa Juan XXIII, en su última carta encíclica Pacem in terris (Paz en la Tierra), alertaba que: “En nuestros días, las relaciones internacionales han sufrido grandes cambios. Porque, de una parte, el bien común de todos los pueblos plantea problemas de suma gravedad, difíciles y que exigen inmediata solución, sobre todo en lo referente a la seguridad y la paz del mundo entero; de otra, los gobernantes de los diferentes Estados, como gozan de igual derecho, por más que multipliquen las reuniones y los esfuerzos para encontrar medios jurídicos más aptos, no lo logran en grado suficiente, no porque les falten voluntad y entusiasmo, sino porque su autoridad carece del poder necesario” (Juan XXIII, 1963, No. 134).

Se reparaba así, con realismo, en la paradoja entre la igualdad jurídica de los Estados y el desequilibrio de sus respectivas potencias políticas en el contexto de las relaciones internacionales. Y también se captaba con especial agudeza (en la noción de “bien común universal”) el horizonte moral de la dinámica socioeconómica designada con el término “globalización”. Ante el acontecimiento, entonces reciente, del surgimiento de la Organización de Naciones Unidas (ONU), la carta encíclica pedía asimismo la creación de “ambientes” en que los diferentes actores de la nueva realidad global, “no sólo los poderes públicos de cada nación, sino también los individuos y los grupos intermedios, puedan con mayor seguridad realizar sus funciones, cumplir sus deberes y defender sus derechos” (Juan XXIII, 1963, No. 141). Esta observación contribuye de manera original en una senda nueva: la paz global como responsabilidad no únicamente de los gobiernos sino del conjunto de los actores sociales. Así, ante la advertencia de Huntington sobre el potencial conflictivo de las fronteras civilizatorias, en tanto escenarios de disputa de las nuevas guerras mundiales, el actual pontificado del papa Francisco responde a los graves problemas de la humanidad contemporánea con una mirada desde las periferias no solo geopolíticas sino también existenciales.

La encíclica Pacem in terris anunció el camino que, en el espíritu del Concilio Vaticano II, ha guiado al Magisterio de la Iglesia católica ante las continuas amenazas a la paz mundial. Baste recordar, en septiembre de 2015, las palabras del papa Francisco en la Asamblea General de las Naciones Unidas: “La guerra es la negación de todos los derechos (…) Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y los pueblos” (Francisco, 2015). Si apenas unos días antes, en La Habana, a casi 53 años de la llamada crisis de Octubre, ante la mirada de unos jóvenes arracimados, Francisco identificaba el bien común con la “amistad social”, y definía la guerra como la “más grande enemistad”, en Nueva York, ante los representantes de las naciones del mundo, a 14 años del atentado a las torres gemelas, asociaba la soberanía del derecho con el ideal de la “fraternidad universal” y sostenía, como una idea implícita en el concepto de derecho, la limitación del poder. Estas dos ideas, íntimamente articuladas en el camino de la paz verdadera y anunciadas en el marco de un mismo viaje apostólico a Cuba y Los Estados Unidos de América, informan la encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos) como nueva Pacem in terris para el siglo XXI.

 


Referencias

  • Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris, 11 de abril 1963, Libreria Editrice Vaticana.
  • Francisco, Encuentro con los miembros de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, 25 de septiembre 2015, Libreria Editrice Vaticana.