En torno al humanismo político y al humanismo mexicano

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Por José Miguel Ángeles de León.

En días recientes, Andrés Manuel López Obrador ha llamado “humanismo mexicano” a la ideología de su proyecto político, la autodenominada “Cuarta Transformación”. En la llamada “Marcha del pueblo”, el presidente de México presentó 110 acciones y “logros” que, a su parecer, afirman tal ideología como el modelo político de su gobierno. En palabras del titular del ejecutivo, el humanismo mexicano no sólo responde a la máxima de Publio Terencio (“Hombre soy, nada humano me es ajeno/ “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”) sino que también es una ideología “nutrida de ideas universales y de la grandeza cultural milenaria de México, así como de su fecunda historia política”. (Sáenz: 2022).

Tal pronunciamiento del presidente ocasionó reacciones en el Partido Acción Nacional, que históricamente ha definido su ideología como “humanismo político”, y también como “humanismo trascendente” (Partido Acción Nacional: 2020). Por ejemplo, el 28 de noviembre de 2022, el Partido Acción Nacional, en su página institucional, emitió un comunicado en el que denunciaba que “López Obrador pretende plagiar el postulado de humanismo político en el que Acción Nacional ha fundamentado su misión histórica”, y demandaba, ante los órganos electorales, “el derecho de usar este postulado, al ser el único partido que los lleva en sus documentos básicos”. Además de afirmarse como “el único partido humanista de México, que ha propuesto evitar el dolor evitable”.  (Partido Acción Nacional: 2022). El 1 de diciembre, el titular del ejecutivo respondió que su ideología no se parece a la de Acción Nacional, consideró que las influencias del “humanismo mexicano” son “el pensamiento de Morelos, Hidalgo, Juárez, Madero, Villa, Zapata, de los Flores Magón, Lázaro Cárdenas” y agregó que “aun así los dirigentes del PAN dicen que les estamos plagiando lo de humanismo”, López Obrador concluyó su “réplica” afirmando que Acción Nacional surgió como una oposición reaccionaria a la “política popular patriótica del general Cárdenas”, porque a su parecer “estaban en contra del reparto agrario y de la expropiación petrolera”, y remató declarando que no hay ningún parecido entre el PAN y su proyecto político, pero que invita al respeto mutuo (Villa: 2022). Resulta claro que, por “humanismo mexicano”, López Obrador comprende los ideales del liberalismo mexicano, que es la ideología y “cultura política” tras las “transformaciones” de las cuales se considera que su proyecto político es continuador. Esto resulta paradójico, pues si bien Acción Nacional jamás ha negado el legado de la Revolución, sí se fundó para denunciar y combatir los abusos de esta, sobre todo a partir de su “institucionalización partidista” (con la que hoy, irónicamente, Acción Nacional se alía para frenar al proyecto de la autodenominada “Cuarta Transformación”). Decía Gómez Morín (2013: 10), en su célebre ensayo “1915”, escrito en 1927, sobre los abusos de la Revolución Mexicana que inspiraron la fundación de Acción Nacional:

La necesidad política y el ciego impulso vital obligaron a los jefes de un bando a tolerar expresamente estos postulados que tácitamente el pueblo perseguía desde antes. El oportunismo y una profunda inspiración de algunos permitieron el feliz cambio que estos nuevos propósitos vinieron a obrar en una revuelta. que para sus líderes mayores era esencialmente política. Del caos de aquel año nació la Revolución. Del caos de aquel año nació un nuevo México, una idea nueva de México y un nuevo valor de la inteligencia en la vida.

Mas allá de los dimes y diretes en la disputa política, y del históricamente accidentado uso del término “humanismo político” que Acción Nacional afirma, inspirándose en el humanismo integral de Jacques Maritain y en general en el pensamiento humanista demo-social-cristiano, así como de la tormentosa y compleja relación de Acción Nacional con la Revolución Mexicana, y sobre todo con el priísmo, es preciso aclarar que el humanismo político más que una ideología/doctrina, un modelo de gobierno, o inclusive “eslogan político”, es una ética: un modo de actuar que parte de una consideración delimitada de las formas y medios de la acción política. El humanismo político se puede testimoniar en las acciones de un actor político, más allá de los discursos retóricos, al considerar la dignidad humana como algo eminente, que es el principio, fundamento y destinatario del bien común, por lo que el fin nunca justifica los medios. Comenzando por una particular actitud frente al conflicto y al adversario político, como lo declara Efraín González Morfín (2018: 287):

(…) si partimos de una idea razonable del ser humano, tenemos que admitir la existencia de conflictos de todo orden, la necesidad de entrar al conflicto para tratar de resolverlo y llegar a una situación de justicia que no sea ya el conflicto anterior. Esto supone que, por encima del conflicto, estén criterios de equidad y de justicia capaces de resolver los conflictos, en la medida en que sea posible, y supone, además, que se entra al conflicto con el deseo de resolverlo, sin ánimo de exterminio del adversario como posición inconmovible (…) Esto nos lleva a un planteamiento que es el del conflicto desde otro punto de vista: en serio, hablando con claridad, ¿creemos que la actitud humana adecuada para resolver problemas sociales es entrar al conflicto con odio y con voluntad de exterminio del adversario, sí o no? O, con toda la energía que ustedes quieran, ¿postular, inclusive para el adversario, garantías mínimas de derecho, de tal manera que, dado el caso, por criminal el adversario, sea sujeto a procedimientos de justicia penal; pero conservando, al menos, ¿la exigencia difícil de respeto a las personas de los contrincantes?

Entonces, como en toda ética, de nada sirve denominarse humanista, si las acciones políticas carecen de tal ethos. El humanismo político es una acción, inspirada y fiel a los principios que lo sostienen, por lo que el juicio adecuado de considerar a alguien humanista, o no, es un juicio a posteriori según los actos. Por ello, un actor político que respeta los principios del humanismo político, aunque no se autodenomine “humanista político”, lo es; y no aquél que pregone suscribir tales principios y que no es consecuente con ello. Resulta evidente que esto, desde luego, no implica la renuncia a la formación en los principios humanistas políticos de aquellos que consideran militar en ellos, ni en la difusión de tales principios para ganar adeptos, sino todo lo contrario. Lo verdaderamente urgente es la coherencia y la congruencia para que tales valores, cuyo valor es perenne, resulten vigentes en la vida pública, y en la política, que desde el humanismo político se comprende como la construcción colectiva del bien común, guardando siempre a la persona como fin y no como medio. La vida y vigencia de un partido autodenominado “humanista” depende de la coherencia entre sus principios y las acciones de sus militantes y agentes políticos. Si bien, esta renuncia al pragmatismo, al inmediatismo e inclusive al maquiavelismo (es decir, donde el fin sí justifica los medios), puede implicar fracasos electorales y la pérdida inevitable de posiciones de poder.

Los principios del humanismo político, conforme al principio de subsidiariedad, implican que no es necesario tener el poder gubernamental para actuar conforme a los principios del humanismo político. Desde una perspectiva humanista, el poder gubernamental es un medio para mejorar, ampliar y fortalecer aquellas acciones y esfuerzos que ya se han estado realizado por una ciudadanía militante comprometida. Y desde luego, conforme a las exigencias de los principios del humanismo político, se debe de llegar al poder no sólo por medios jurídicamente legítimos, sino también morales. Por ende, como lo señalaba González Morfín (2018: 101), es vano buscar el poder por el poder mismo, y la ciudadanía humanista tiene el deber de exigir tales acciones y resultados a partir de la coherencia en la acción de aquellos que han sido elegidos representantes del humanismo político. Esto, desde luego, queda abierto al debate público. Y el debate público, comenzando por el propio debate entre humanistas, debería de ser una promoción inherente a toda doctrina humanista que se considere democrática y fomente permanentemente la participación política de toda la ciudadanía.

Por lo tanto, ¿qué sentido tiene disputar una bandera ideológica que se testifica a posteriori y no en los “programas ideológicos” que inspiran “modelos políticos” de un partido político? La ventaja del humanismo político sobre otras ideologías es que su presencia y acción estarán vigentes mientras que sus militantes y simpatizantes procuren llevar a cabo sus principios y doctrinas mediante acciones, aunque sean discretas, silenciosas y al margen del poder político. Tal es la esencia de la subsidiariedad, de la solidaridad y la permanente pretensión de la construcción colectiva del bien común, viendo siempre a la persona humana como fin y nunca como medio. El humanismo político tendría que florecer a partir de esta ciudadanía activa y comprometida, no en la conservación de sus principios e idearios como meros eslóganes de una marca política, a veces ignorados en las prácticas y en las actitudes de sus militantes. Antonio Rosmini consideraba a la política como la educación para que un pueblo elija el bien por el bien mismo, tal es el cometido del humanismo político; el humanista debe educar para que se elija el bien por sí mismo, lo que es realizable independientemente de si se posee el poder gubernamental, o no. Un humanista político por sus intenciones y frutos se debe distinguir del resto de los agentes políticos.

Es cierto que a veces las circunstancias históricas de la política demandan ciertas reacciones a las coyunturas que requieren decisiones complicadas que, sin duda, hacen caer en incoherencias y contradicciones, sin embargo, ¿cuál es la frontera entre la verdadera necesidad histórico-política y la conveniencia acomodaticia para conservar posiciones de poder? ¿cuándo la forma es fondo en sí misma y cuándo es un simple medio chabacano e instrumentalizador para llegar al poder “haiga sido como haiga sido”?, ¿cuándo la aspiración al bien posible se convierte en una omisión cómplice y encubridora de intenciones maquiavélicas para conservar privilegios y beneficios de agendas privadas? Antes de responder estas preguntas afirmando que estas terribles actitudes son inherentes a la naturaleza misma de la política, dada la frágil condición humana manchada por su naturaleza caída, quizás quepa reflexionar sobre la naturaleza de los conflictos políticos y aproximarnos a la lectura de estos desde una lógica no dialéctica, ni dualista, ni maniquea. Como nos ha recordado el Papa Francisco, el conflicto no se debe de negar, sino que debe de reinterpretarse. Y para ello es necesario una “conversión” y la adopción de una lógica en la que no se anule la diversidad, pero que tampoco se nieguen los principios de comunión.

El humanismo político no debe de estar uniformado en las formas, pero tampoco debe renunciar a su comunión con sus principios, para evitar un falso “sincretismo conciliador” que le haga perder su esencia, sobre todo en la praxis política. El humanismo político debe buscar siempre la coherencia en sus acciones, para evitar que su doctrina se convierta en un principalismo nominalista, abierto a la justificación “doctrinaria” de toda práctica, so pretexto de ser “la posibilidad del bien posible”, o peor aún, la terrible colateralidad del “mal menor” tolerable. Que quizás con el tiempo, cuando el cinismo se generalice, normalizará, de facto, e inclusive quizás de iure, todas aquellas prácticas políticas a las que, desde su fundación, el humanismo político ha pretendido combatir. Nunca está de más recordar que sólo en la coherencia se dignifica la política.

 


Bibliografía:

Gómez Morín, M. (2013). 1915.  Ciudad de México: Fundación Rafael Preciado Hernández.

González Morfín, E. (2018). “El Partido Acción Nacional” en Textos Selectos. Ciudad de México: Fundación Rafael Preciado.

Partido Acción Nacional (28 de noviembre de 2022). Comunicado “López Obrador pretende plagiar el postulado de humanismo político en el que Acción Nacional ha fundamentado su misión histórica”: https://www.pan.org.mx/prensa/lopez-obrador-pretende-plagiar-el-postulado-de-humanismo-politico-en-el-que-accion-nacional-ha-fundamentado-su-mision-historica

(2018). Manual de Introducción al Partido Acción Nacional. Ciudad de México: Partido Acción Nacional.

Sáenz, C. (27 de noviembre de 2022). “‘Humanismo Mexicano’ es el modelo de gobierno de la Cuarta Transformación: AMLO”. Capital 21: https://www.capital21.cdmx.gob.mx/noticias/?p=34992

Villa, P. (1 de diciembre de 2022). “No nos parecemos”: AMLO rechaza plagio al PAN por nombrar “Humanismo Mexicano” a su gobierno. El Universal: https://www.eluniversal.com.mx/nacion/amlo-no-nos-parecemos-rechaza-plagio-al-pan-por-nombrar-humanismo-mexicano-su-gobierno

José Miguel Ángeles de León es Maestro en Filosofía por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Coordinador y Profesor-Investigador de la División de Filosofía del CISAV.