El drama de la realización personal en el mundo contemporáneo Filosofía en la poesía de Rosario Castellanos (II)

Sagrario Chávez Arreola

 

Iniciemos con las preguntas transversales que hemos elegido encauzar en esta ocasión para reflexionar en torno (sobre) la filosofía en la poesía de Rosario Castellanos:  ¿encontramos filosofía en la poesía de Rosario Castellanos? ¿A qué nos remite su poesía? Y ¿es ella una de las que hablan desde sí misma a nuestra humanidad? Un primer cauce quedó señalado anteriormente (Filosofía en la poesía de Rosario Castellanos), en donde concluimos: si podemos «escuchar» la experiencia de Rosario Castellanos en su poesía es porque ella imprimió su comprensión sobre lo humano universal, depositado en la tradición, de tal manera que uno mismo -al leer alguno de sus poemas abriendo la propia experiencia personal- capta eso que de lo humano-universal vive en cada poema, pero sobre todo eso que somos cada uno de nosotros.

Otra manera de expresar lo anterior, se encuentra en el ensayo Notas para una antología imaginaria escrito por Castellanos (recordemos que ella escribió en la forma de varios géneros literarios: narrativa, dramaturgia, entre otros):

La poesía verdadera, la que conserva su vigencia al través del tiempo y continúa despertando resonancias en generaciones diferentes y distantes de aquellas que la crearon, no es producto de un capricho ni de un juego. Al contrario, responde a la necesidad humana más profunda de comprenderse y comprender al mundo, de interpretarlo y expresarlo. (2017:102)

Con la sencillez, humildad y autocrítica que tanto caracteriza a nuestra poeta, podemos suponer que en la cita anterior no nos está hablando de su propia obra. Pero cabe considerar que, en efecto, la poesía de Castellanos es poesía verdadera en el sentido de que tiene algo que decirnos a nosotros, personas que viven en un siglo que ella no conoció, puesto que su obra sigue resonando aún a la distancia. Esto es así, porque -como ella misma nos lo hace ver en las líneas citadas- su poesía recoge aquello a lo que no podemos sustraernos en tanto personas: comprendernos y comprender el mundo que habitamos.

Lo único que quiero es comprender

Detengámonos un momento en el significado de esa necesidad o «afán de comprender» que está presente en toda persona, en cada uno de nosotros. Por un lado, corresponde a la búsqueda del sentido de la existencia, es decir, a cierta posición ante la vida cuando hemos dejado de seguir el ritmo inercial del día a día y encaramos cuestiones primordiales del tipo: ¿para qué levantarme de la cama cada mañana? ¿Para qué afrontar las dificultades de cada jornada, más allá de la obligación por cumplir ciertas responsabilidades de distinta índole: familiar, escolar, laboral, profesional, social?

Tener la necesidad de comprender implica enfocar nuestra mirada, en cada caso, a cuestiones tan relevantes para nuestra vida, tales como: qué es lo que más anhelo, cuáles son las exigencias fundamentales que mi presencia le expresa al mundo y a los demás, y por qué es así. Además, la experiencia nos enseña que, al afrontar este afán con franqueza, nos descubrimos a nosotros mismos viviendo de una manera más plena, más de acuerdo a quienes somos.

Por otro lado, ese «afán de comprender», por bien que tiene lugar en la vida de cada uno, de manera muy personal, eso no significa que sea una muestra de individualismo, sino al contrario, pasa por apreciar la presencia del otro en mi vida, y con ello del entorno local y global que habitamos. Así que no es posible pensarme y sobre todo ofrecer una respuesta coherente a la pregunta por el sentido de la propia existencia, al margen del mundo en que vivimos y de aquellos con quienes convivimos.

Afirmamos entonces que la búsqueda por aquello que nos hace asumir la vida atendiendo lo fundamental, es una condición común en tanto que somos personas, pero notemos que la manera de orientarla es muy diversa, porque responde no sólo a la creatividad que genera distintos estilos de vida, sino -de manera medular- a la época en la que nos encontramos. Somos hijos de nuestro tiempo, como dicen algunos.

Al respecto, el filósofo Francesc Torralba nos ayuda a entender que cada época ofrece una visión global acerca de la realidad, un conjunto de referentes, a partir de los cuales, las personas que se hallan inmersas orientan su existencia. Dicho en sus propias palabras:

Cada tiempo elabora su propia imagen del mundo que sirve como referente a los hombres y mujeres que viven en ese tiempo, les sitúa frente a la realidad y frente a los otros. El ser humano necesita construirse una imagen del mundo para poder ubicarse y saber a qué atenerse. (2001: 113)

En este sentido, el «afán de comprender» se nutre y ordena de acuerdo a una forma global de ver la realidad. Se trata de imágenes del mundo que nos sirven de referente para conducir nuestro paso por la vida. Llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿cómo se construyen tales imágenes? ¿Quiénes las elaboran? ¿Quiénes se dedican a pensarlas, a pasarlas por el tamiz de la crítica? Además ¿de qué manera las integramos en nuestra vida? ¿Puede ocurrir que las asumamos sin percatarnos de ello? Y en ese caso ¿qué implicaciones tiene en la vida de cada persona?

Un primer problema: la adopción de imágenes falsas

Podemos afirmar, en primer lugar, que esas imágenes se producen al interior de la dinámica cultural de cada pueblo, se hacen patentes históricamente a través de múltiples manifestaciones en el arte, la ciencia, la filosofía, la religión, entre otros ámbitos de lo humano, y se realizan en la existencia singular de cada uno.

En segundo lugar, advirtamos que dichas imágenes prevalecen en el tiempo a la manera de una herencia que las generaciones pasadas ofrecen a las generaciones presentes. Cabe preguntarnos -siguiendo con la metáfora- cómo valuar esa herencia que se nos ha legado, si acaso resulta un bien para mi vida, o no es sino una pesada e inútil carga. Así que puede haber imágenes del mundo, en el sentido que ya señalamos arriba, más verdaderas que otras, más valiosas que otras. Y, tal como ocurre con las cosas valiosas, su permanencia en la vida se debe a que corresponden con lo fundamental de quienes somos.

De momento, podemos decir que la vida de cada uno, en primera persona, es la oportunidad para juzgar al respecto. Una vida, por cierto, que requiere la orientación de otras personas y que cuando lo que nos ofrecen de su experiencia es verdadero, eso nos hace crecer. Entonces ¿qué pasa cuando lo que se nos brinda es una imagen distorsionada de la realidad, de los demás y de nosotros mismos? En La mujer y su imagen nos dice Rosario Castellanos

La hazaña de convertirse en lo que se es (hazaña de privilegiados sea el que sea su sexo y sus condiciones) exige no únicamente el descubrimiento de los rasgos esenciales bajo el acicate de la pasión, de la insatisfacción o del hastío, sino sobre todo el rechazo de esas falsas imágenes que los falsos espejos ofrecen a la mujer en las cerradas galerías donde su vida transcurre. (2017: 141)

Enfaticemos la idea que tratamos de mostrar a modo de un problema: la realización de una vida cada vez más plena se fundamenta en lo que nos hace ser quienes somos; además, dado que participamos de una vida cultural, de una tradición que nos antecede, puede darse el caso en que la imagen de lo humano que se nos transmite (más que favorecer una vida plena, o sea, más conforme a nosotros mismos en un sentido fundamental) sea una imagen falsa, esto es, una reducción arbitraria de la realidad.

Pero hagamos una pausa: puesto que estamos en ocasión de reflexionar sobre la filosofía en la poesía, es importante tener presente que lo que nos permitirá acercarnos al poema, más que una argumentación racional y abstracta (como ocurre con la filosofía), es otra cosa. Sobre este punto, vale la pena traer a colación un momento breve, pero interesante, en la entrevista de Emmanuel Carballo a Castellanos, cuando el entrevistador introduce “el deslinde entre poesía y filosofía”. A lo que Castellanos responde: “Entre los géneros literarios ninguno se aproxima tanto a la filosofía como la poesía.” (2003: 503)

¿Qué razones ofrece la poeta para sostener un vínculo entre filosofía y poesía, sin que a su vez se confundan? Argumenta: “En una y otra se trata de llegar a lo esencial de los objetos. La diferencia se encuentra en el lenguaje. Si la filosofía tiene su principio de identidad, la poesía también lo tiene es la metáfora.” (2003: 503) Y enseguida Castellanos señala qué es para ella la poesía: “Para mí, la poesía es un ejercicio de ascetismo, un intento de llegar a la raíz de los objetos, intento que, por otros caminos, es la preocupación de la filosofía.” (2003: 503)

A partir de esta perspectiva ofrecida por Rosario Castellanos, encontramos un tema pertinente a la reflexión que aquí presentamos, se trata de lo que hay en común entre la filosofía y la poesía: ambas buscan el fundamento de las cosas, lo que las hace ser así y no de otro modo, pero difieren en los caminos. En el caso de la filosofía ese camino se realiza a través de formulaciones conceptuales (que implica un trabajo analítico y sistemático de abstracciones sobre la realidad); mientras que el camino de la poesía es el de la metáfora, es decir, el de la expresión sintética de la realidad, por medio de símbolos e imágenes. A propósito de esto último, traigamos a colación una idea del filósofo Joan Carles Mèlich sobre el símbolo: “Al símbolo al que dejarle hablar, no se deja traducir a conceptos, fórmulas o gráficos. El símbolo llama. No dice, quiere decir, por eso evoca, convoca y provoca.” (2005: 65)

Después de esta breve digresión, preguntémonos: ¿en qué consiste ese trasminar de las imágenes falsas en nuestra vida? Podemos decir que consiste principalmente en ver la realidad sin relieves, indistintamente, sólo perseverando en mantener un estilo de vida cómodo y adaptado a los gustos particulares, cerrados en sí mismos; así como en la defensa de un individualismo exacerbado que pretende no estar sujeto a leyes ni principios fincados en la realidad, pues la realidad ni siquiera es apreciada en su amplitud y riqueza, sino reducida a aquello que conviene.

En fin, una cierta indiferencia a todo aquello que no encaje con un marco de referencia que -más que abrirnos a las experiencias que nos ofrece la realidad y que nos hacen crecer, que nos humanizan- nos terminan esclavizando a nuestros caprichos y fantasías. Sin mencionar, incluso, las repercusiones sociales que trae consigo este tipo de indiferencia. Así, en Los distraídos:

Algunos lo ignoraban.
Creían que la tierra era aún habitable.
No miraron la grieta
que el sismo abrió; no estaban cuando el cáncer
aparecía en el rostro cansado de un hombre

Rieron en el instante
en que una manzana, en vez de caer,
voló y el universo fue declarado loco.

No presenciaron la degollación
del inocente. Nunca distinguieron
a un inocente del que no lo es.

(Por otra parte habían aprobado,
desde el principio, la pena de muerte.)

Continuaron llegando a los lugares,
exigiendo una silla más cómoda, un menú
más exquisito, un trato más correcto.

¡Querido, si te sirven sin gratitud, castígalos!

Y en los muros había un desorden peculiar
y en las mesas no había comida sino odio
y odio en el vino y odio en el mantel
y odio hasta en la madera y en los clavos.

Entre sí cuchicheaban los distraídos:
¿qué es lo que sucede? ¡Hay que quejarse!
Nadie escuchaba. Nadie podía detenerse.

Era el tiempo de las emigraciones

Todo ardía: ciudades, bosques enteros, nubes. (2020:190-191)

Reparemos en que, pese a todo, nada ni nadie se detiene. Una persona que vive bajo el imperio de las imágenes falsas no es muestra, aparentemente, de inmovilidad o pasividad, sino de una ceguera o un actuar mecánicamente ante diversos acontecimientos cotidianos. Al más puro estilo del «tornillo» o de la «mula de noria» que Castellanos evoca en varios poemas, por ejemplo, en una parte de Lecciones de cosas:

Hasta que comprendí. Y me hice un tornillo
bien aceitado con el cual la máquina
trabaja ya satisfactoriamente.

Un tornillo. No tengo
ningún nombre específico ni ningún atributo
según el cual poder calificarme
como mejor o peor o más o menos útil
que los otros tornillos.

Si tuviera que hacer mi apología
ante alguien (que no hay nadie, nunca hubo
ningún testigo de lo que acontece)
diría que estuve en mi lugar y que
giré en la dirección correcta y a la velocidad
requerida y con la frecuencia necesaria.

Y que no procuré ni que me reemplazaran
antes de tiempo, ni me permitieran
seguir cuando había sido declarada inservible.

Y, antes de terminar, quiero que quede
bien claro que no hice nada de lo que hice
por humildad. ¿Acaso los tornillos
son humildes? ¡Ridículo! Y que, menos aún,
mi conducta se entiende merced a la esperanza.

No, ya hace mucho tiempo que el cielo es un factor
que no entra en mis cálculos.

Conformidad, tal vez. Lo que de ningún modo
en un tornillo, como yo, es un mérito
sino, a lo sumo, es una condición. (2020: 309-310)

Una condición que, por cierto, nuestra poeta cuestiona en algunas estrofas de Post-scriptum:

Pero se te ha olvidado decir quién supervisa
la coincidencia exacta
entre el tornillo y lo demás; quién firma
el visto bueno de los hechos. Quién…
y, en todo caso, para qué. O por qué.

Pues, evidentemente, nunca has pensado en esto
sino en salir del paso y ponerte a vivir
como si fuera necesario. En fin, muy femenino.

Pero, por Dios, ¿no tienes vergüenza del mendrugo
que masticas, día a día, tan trabajosamente?
¿No te sublevas contra esa tarea circular
de mula en torno de la noria? Al menos
exige que te pongan anteojeras
para no ver que estás siempre en el mismo sitio. (2020: 310)

Asimismo una imagen falsa se caracteriza por garantizar la fórmula perfecta para atajar los múltiples desafíos de la vida, como en el inicio del ya citado Lecciones de cosas:

Me enseñaron las cosas equivocadamente
los que enseñan las cosas:
los padres, el maestro, el sacerdote,
pues me dijeron: tienes que ser buena.

Basta ser bueno. Al bueno se le da
un dulce, una medalla, todo el amor, el cielo.

Y ser bueno es muy fácil. Basta abatir los párpados
para no ver y no juzgar lo que hacen
los otros, porque no es de tu incumbencia. (2020: 307)

Incluso una imagen falsa se puede presentar como la solución ideal y omnicomprensiva (bajo etiquetas tales como: dinero, poder, diversión, entre otras) para encarar los males que nos acaecen de vez en vez, agravando la ceguera a la que antes aludimos. Algo similar es sugerido en el caso de Mala fe al decirnos:

Y yo, coronación de siglos, en que el cambio
se llama evolución para darle un sentido
de perfeccionamiento y espiral
y no de anillo simple que se cierra.

Se llama evolución, por el mismo prinicipio
utilitario por el que se vendan
los ojos a la mula de noria, vuelta y vuelta,
para que no se eche a morir de aburrimiento.

Se llama evolución. Y yo soy la cerez
puesta sobre la punta del helado.

Pero hay un problema que, a veces, me preocupa:
la piedra en el zapato,
el aire que se agita y me despeina
y el arañazo del que convalezco.

Es el Mal. Con Mayúscula. Es la prueba patente
de que en el Universo algo falló
y alguien tiene la culpa: Dios, el diablo,
nuestros primeros padres o los últimos.

Mas yo pago el rescate
-con actos de bondad, con sufrimiento-
para que se restaure el equilibrio
y todo continúe, como ahora, girando.

Esta idea, en verdad, me pasma y de esta
certidumbre intocable me sustento. (2020: 304-305)

Hasta aquí hemos hecho un esfuerzo por evidenciar lo que llamamos el problema de las falsas imágenes con las cuales corremos el riesgo de conducir nuestra vida. Esto es importante, en tanto que nos pone en situación de afrontar, de responder a la totalidad de lo real, no ya con prescripciones vacías de experiencia, sino en consideración a la dignidad que nos constituye como personas.

Ahora bien ¿cómo podemos entonces nutrirnos de imágenes verdaderas que sirvan de referente en nuestra vida? En este punto es crucial -como ya dijimos antes- el papel de la tradición que se encarna en nuestros padres, maestros, amigos y demás agentes educativos, así como el ejercicio de nuestras facultades intelectivas, volitivas, afectivas y espirituales. Por lo que denostar cualquiera de estos elementos muy probablemente nos alejará de la comprensión de nosotros mismos, de los otros y del mundo.

Otro problema: la carencia de imágenes verdaderas

En su libro El sujeto ausente. Educación y escuela entre el nihilismo y la memoria, el filósofo Massimo Borghesi desarrolla las consecuencias de censurar la memoria (concebida como una facultad que nos permite mantener un contacto vivo con la tradición, con el pasado) como parte del proceso educativo de los niños y jóvenes; al respecto nos advierte:

Al acabar las escuelas medias superiores ¿qué queda de la Eneida, de la Ilíada, de la Odisea, de la Divina Comedia, de Los novios? Obras maestras absolutas relegadas a una dimensión fabulosa. ¿Qué queda de la historia, de la historia del arte? Queda poco y ello se puede constatar por el modo de escribir, cosa que en la universidad se puede verificar en la redacción de la tesis de licenciatura donde el lenguaje se ha convertido en el primer problema. Y no hablo sólo de un problema formal: el problema principal es la carencia de imágenes. Quien escribe es pobre en imágenes. La capacidad lingüística, el don de expresar los conceptos mediante imágenes, se ha reducido a términos mínimos. Las imágenes salen de las grandes obras literarias. (2005: 83)

En este punto aquello que exige nuestra atención, puede ser no ya cómo se nos ofrecen imágenes falsas que se cuelan inadvertidamente en nuestra comprensión de la vida, sino la pobreza de imágenes verdaderas. Este problema que el filósofo citado identifica en un ámbito propiamente escolar, también podemos encontrarlo en otros ámbitos de la cultura, por ejemplo, en el entretenimiento transmitido por los medios de comunicación masiva. Como expresa Rosario Castellanos en las primeras estrofas de Telenovela:

El sitio que dejó vacante Homero,
el centro que ocupaba Scherezada
(o antes de la invención del lenguaje, el lugar
en que se congregaba la gente de la tribu
para escuchar al fuego)
ahora está ocupado por la Gran Caja Idiota.

Los hermanos olvidan sus rencillas
y fraternizan en el mismo sofá; señora y sierva
declaran abolidas diferencias de clase
y ahora son algo más que iguales: cómplices. (2020: 325)

Una estrofa más adelante, el poema nos dice

Porque aquí, en la pantalla, una enfermera
se enfrenta con la esposa frívola del doctor
y le dicta una cátedra
en que habla de moral profesional
y las interferencias de la vida privada. (2020: 325

Y un par de estrofas después continúa diciendo

Porque una novia espera al que se fue;
porque una intrigante urde mentiras;
porque se falsifica un testamento;
porque una soltera da un mal paso
y no acierta a ocultar las consecuencias.

Pero también porque la debutante
ahuyenta a todos con su mal aliento.
Porque la lavandera entona una aleluya
en loor del poderoso detergente.

Porque el amor está garantizado
por un desodorante
y una marca especial de cigarrillo
y hay que brindar por él con alguna bebida
que nos hace felices y distintos. (2020: 326)

Es así que cada persona, en su afán de comprender -del que hablamos al inicio de esta exposición-, puede estar carente de imágenes verdaderas acerca de sí misma y de lo que le rodea, debido a que su acceso a las manifestaciones culturales, como las obras literarias, de las que emanan tales imágenes, ha sido clausurado por el reino del espectáculo y el entretenimiento chato, difundido a escala masiva a través de las pantallas que, en cambio, tenemos al alcance de la mano.

Lo anterior es todavía más inquietante cuando determinados elementos constitutivos de lo humano son usados para obtener un provecho de tipo comercial, tal como nos lo hace ver nuestra poeta en el caso de la menesterosidad (que es una condición propia de toda persona, pero que por eso mismo requiere de los otros para crecer desde esa indigencia); como nos dicen los últimos párrafos del poema recién citado:

Y hay que comprar, comprar, comprar, comprar.
Porque compra es sinónimo de orgasmo,
porque compra es igual que beatitud,
porque el que compra se hace semejante a los dioses.

No hay en ello herejía.
Porque en la concepción y en la creación del hombre.
se usó como elemento la carencia.
Se hizo de él un ser menesteroso,
una criatura a la que le hace falta
lo grande y lo pequeño.

Y el secreto teológico, el murmullo
murmurado al oído del poeta,
la discusión del aula del filósofo,
es ahora potestad del publicista.

Como dijimos antes, no hay nada de malo en ello.
Se está siguiendo un orden natural
y recurriendo a su canal idóneo.

Cuando el programa se acaba
la reunión se disuelve.
Cada uno va a su cuarto
mascullando un -apenas- “buenas noches”.

Y duerme. Y tiene hermosos sueños prefabricados. (2020: 326-327)

He aquí una consecuencia de la carencia de imágenes verdaderas: encontrarnos en lo íntimo, en nuestra propia interioridad, con sueños prefabricados, es decir, no con los anhelos o exigencias más profundas de nuestro ser, por ejemplo, con un amor bien correspondido o la revelación de un acontecimiento que se impone por su verdad; sino con remedos de corto alcance, de hechura artificial, que quizás no nos quitan la vida, pero tampoco nos ayudan a vivir de una manera más plena.

A lo largo de esta exposición, nos enfocamos en hacer emerger un par de problemas con respecto a los recursos culturales de los cuales nos valemos para hacer frente al humano afán de comprender que, además, exige una respuesta que se asiente en la certeza de que la vida vale la pena ser vivida. Señalamos dos problemas: la adopción de falsas imágenes y la carencia de imágenes verdaderas. La manera en la que presentemos sus principales características y consecuencias en la propia existencia fue prestando atención a lo evocado por Rosario Castellanos en algunos de sus poemas.

Ahora la cuestión pendiente será: ¿cómo potenciar nuestra comprensión de la realidad, del mundo, de nuestra vida, a través de imágenes verdaderas? A la manera del poema Meditación en el umbral nos encontramos ante la búsqueda de una forma verdadera a partir de la cual comprendernos, pero que en última instancia cada uno de nosotros es libre de aceptar, o no, acorde con la propia realización personal.

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de madame Bovary
ni aguardar en los párrafos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.

No concluir las leyes geométricas contando
las vigas de la celda de castigo,
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,

en la sala de estar de la familia Austen, ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipcíaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser. (2020: 328-329)

Así es que consideramos que nos encontramos sobre todo en una búsqueda que permanece abierta al acontecimiento, al encuentro con los otros. “El acontecimiento como lugar en el que lo universal no disuelve lo particular sino que se revela en lo particular” (Borghesi, 2005: 19) O como se lee en el último párrafo del ya citado La mujer y su imagen:

Pero hubo un instante, hubo una decisión, hubo un acto en que la mujer alcanzó a conciliar su conducta con sus apetencias más secretas, con sus estructuras más verdaderas, con su última sustancia. Y en esa conciliación su existencia se insertó en el punto que le corresponde en el universo, evidenciándose como necesaria y resplandeciendo de sentido, de expresividad y de hermosura. (Castellanos, 2017: 141)

Digamos, por último, que así como ningún poema puede ser comprendido desde elementos extrínsecos al mismo, así nadie puede vivir de manera auténtica sin encarar lo propiamente humano que se concreta, que tiene lugar, en la existencia personal.

Referencias bibliográficas

Borghesi, M. (2005). El sujeto ausente. Educación y escuela entre el nihilismo y la memoria. Encuentro.

Carballo, E. (2003). Protagonistas de la literatura mexicana. (5º ed.). Porrúa.

Castellanos, R. (2017). Juicios sumarios: ensayos sobre literatura I. Fondo de Cultura Económica. Recuperado de https://elibro.net/es/ereader/bibliouaq/109678?

——————– (2020). Poesía no eres tú. Obra poética (1948-1971). (4ª ed.). Fondo de Cultura Económica.

Mèlich, J. (2005). Del símbolo, En: Bárcena, F. y Larrosa, J. Entre pedagogía y literatura. Miño y Dávila. Recuperado de https://elibro.net/es/ereader/bibliouaq/94318?

Torralba, F. (2001). Rostro y sentido de la acción educativa. Edebé.