Por José Miguel Ángeles de León|
I Parte
Hoy para nada es extraño escuchar, sobre todo entre los millennials, expresiones como “es preferible no tener hijos, ya somos demasiados en el planeta, hazle un bien al mundo y no te reproduzcas”; que suelen ir acompañadas de otros clichés contemporáneos como “sería terrible el planeta que les heredaríamos: guerras, pobreza, corrupción, etc”. Dichos como éstos, propios de un neo-maltusianismo cultural, aunados a los métodos anticonceptivos artificiales; a la sobrevaloración del placer sexual; a un paradigma cultural individualista-hedonista, que muchas veces deviene en lo que el Papa Francisco ha llamado cultura del descarte; e inclusive a teorías de género que consideran a la procreación una norma heteropatriacal, son el trasfondo filosófico e ideológico, desde la llamada Revolución Sexual, de uno de los “paradigmas culturales hegemónicos” de nuestro tiempo, de este cambio de época.
Este paradigma, muchas veces criticista y catastrofista, también suele asociar la reproducción humana al paradigma de la “familia tradicional”, que se relaciona a los sectores conservadores, que suelen identificarse con las personas que profesan alguna religión, sobre todo, abrahámicas. Para estos neo-maltusianos, bajo la influencia del post-estructuralismo francés (principalmente de Michel Foucault), la defensa de la vida es un biopoder: un dispositivo que pretende someter la voluntad humana a mecanismos de control, que sobre todo, pretenden controlar la vida y sus relaciones (Foucault, 1996, 2001, 2007). Algunos otros autores, como Roberto Esposito, han considerado que tanto la defensa de los derechos humanos, o simplemente la noción filosófica y jurídica de persona, son dispositivos propios del biopoder hechos para el mismo fin del que sospechaba Foucault (Esposito, 2009, 2011). También, desde el feminismo secularizante, Judith Butler, Luce Irigaray y Rosi Braidotti defienden que tras todas estas concepciones sobre la concepción humana y la vida, reside una norma heteropatriarcal (que al final también es un biopoder) que somete a la mujer a la maternidad (Butler, 2001, 2006), (Irigaray, 2009), (Braidotti, 2004, 2015).
Dialécticamente, y casi siempre desde la víscera, y también desde el cliché, los “defensores de la vida” (que muchas veces se limitan a la defensa de la reproducción), quienes se oponen frontal y violentamente a las primeras posturas que hemos expuesto (que suelen englobar en las “ideologías de género), muchas veces sin criterio (aunque con buenas intenciones), han considerado que estas ideas responden a una suerte de conspiración mundial, financiada maléficamente por un orden que pretende exterminar a la “familia tradicional” y, en consecuencia, a la cultura cristiana.
Estos encontronazos dialécticos han ocasionado una polémica cultural, política, y sobre todo religiosa (o más bien, en torno a lo que se entiende por religión), que parece ser una consecuencia lógica del presente cambio de época. Un cambio de época se da cuando lo viejo no deja de morir, ni lo nuevo de emerger. Esto ha hecho aparecer, en nuestro tiempo, en ambos polos, extremismos ideológicos donde lo habitual es juzgar a las personas y sus vidas según estas “ideas fijas”, que en no pocas ocasiones, distan mucho de una sana razón y de un sano discernimiento, y más bien se construyen desde oídas, prejuicios, alarmismos, o peor aún, desde miedos sembrados malintencionadamente. Porque como ya hemos dicho, ambos extremos consideran que, tras su antagónico, se esconde un dispositivo o un biopoder (usando jerga de Michel Foucault); o una“nuevo orden mundial”, financiado por enormes capitales. Es evidente que a ambos paradigmas les es común la aspiración a ser posturas hegemónicas, desde las que pretenden que se rija y se guíe culturalmente la sociedad; principalmente en lo respectivo de la vida. En este sentido, lo que reside en ambas posturas es una lucha por la hegemonía cultural al respecto de lo que sea de lo humano; efectivamente, una ambición de convertirse “biopoderes culturales”, en ambos casos, pasando sobre la dignidad de la persona humana.
Estos extremismos ideológicos, cuyo asunto y fin central es imponer su visión de lo que sea la vida y lo humano, que han devenido en una gran confusión cultural, aunados a la sobre-información, a la falta de discernimiento (aunque ambos extremos se consideren hipercríticos) y, sobre todo, a la pos-verdad (es decir, a la idea de afirmar que algo es verdadero con fines ideológicos, aunque a todas luces no sea así), han creado un caldo de cultivo perfecto para que, a partir de estos espinosos asuntos, surjan movimientos políticos reformistas que pregonan a los cuatro vientos estos clichés y que construyen sus agendas desde estas polémicas, Estos movimientos políticos reformistas en esencia son populismos, tanto progresistas como conservadores, tanto a la izquierda como a la derecha; y ambos, en los extremos, disuelven a la persona humana, así como el respeto a su dignidad, y atentan contra su libertad y su discernimiento.
Sin embargo, más allá de toda la polémica al respecto de los biopoderes, ambos extremos suelen tocarse en un punto común: el desprecio al pobre (aporofobia), y la tendencia inmisericorde a la marginación del distinto. Aunque en sentidos bien distintos. Mientras que los progresistas consideran desde el siglo XIX, sobre todo en sectores ilustrados-liberales, que es preciso controlar demográficamente a la población para una mejor administración de los recursos, lo que devino en posturas de gran influencia en la presente “cultura de la no-natalidad”, que vemos culturalmente instaladas cuando escuchamos expresiones como “es mejor abortar una vida a que viva en pobreza”. En ocasiones, los “conservadores” han sido partidarios de un capitalismo cultural en el que un hombre vale por su capacidad de consumo. Lo anterior muestra claramente que la inclusión en el mercado se ha convertido en el nuevo “criterio cultural” para considerar digna a una persona. Estos criterios han cambiado según la época histórica y según el paradigma político-ideológico de fondo; por ejemplo, en la URSS, desde 1944, se otorgaba el título de “Madre Heroína” y la Orden de la Gloria Maternal de Primera Clase a la mujer que hubiera procreado 9 hijos o más; de Segunda Clase a las madres de 8 hijos; y de Tercera Clase, a las de 7 (libussr.ru, 2016). Stalin instauró esta Orden en plena Gran Guerra, no sólo para fomentar la reproducción ante la crisis poblacional que entrevía la URSS tras el conflicto (a 1945 URSS sufrió casi 24 millones de fallecidos, entre militares y civiles; en 1940 la URSS contaba con 170 millones de habitantes; es decir, tras la SGII, la URSS perdió aproximadamente el 15% de su población), sino también para mostrar que antes de la familia, los hijos son propiedad del Estado. Esto muestra que, cuando es por el bien del Estado, puede fomentarse la natalidad; lo que evidentemente trata a la vida humana y toda su dignidad de forma utilitaria; lo que también, a su vez, desintegra la noción de “familia” como núcleo básico. Todo esto tiene que ver con teorías en torno a la propiedad que aquí no abordaremos con profundidad. Pero parece que algo propio de todo biopoder es considerar que la vida, y por lo tanto las personas, pertenecen a alguien: ya sea a la propia persona (aunque a veces sea reducida a un cuerpo inmanente), a la familia (como lo es en el Derecho Romano), al mercado, al Estado, o inclusive a Dios. Es imprescindible indagar en torno a estos paradigmas antropológicos para vislumbrar el sentido de toda política demográfica (Fin de la primera parte).
Referencias:
I PARTE
- Braidotti, Rossi: (2004). Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Barcelona, Gedisa.
- (2015). Lo posthumano. Barcelona, Gedisa.
- Butler, Judith: (2001). El género en disputa. México, Paidós.
- (2006). Deshacer el género, Barcelona, Planeta.
- Esposito, Roberto: (2009). Tercera persona: política de la vida y filosofía de lo impersonal Buenos Aires, Amorrortu Editores.
- (2011). El dispositivo de la persona. Amorrortu Editores, Buenos Aires.
- Foucault, Michel: (1996). Tecnologías del yo, Barcelona, Paidós.
- (2001). Vigilar y castigar, México, FCE.
- (2007). El nacimiento de la biopolítica, México, FCE.