Por Sagrario Chávez.
En medio de las crisis es desafiante reconocer y asumir una postura a la altura de los tiempos.
Una postura como esa está mediada por el saber filosófico, en tanto que se dirige a poner en claro el fundamento de un fenómeno. Así, la preocupación por ofrecer una respuesta integral en cada caso, es decir, que atienda al sentido del fenómeno, conlleva adentrarse en la filosofía.
Ante las crisis en distintos ámbitos de la vida parece que lo más importante es responder con los criterios que predominan en la dinámica social vigente. En ocasiones, estos criterios suelen provenir del fenómeno económico adaptándose, en mayor o menor medida, a situaciones propias de otros fenómenos. Nos referimos a criterios como el rédito, la rapidez y el aprovechamiento máximo de recursos para conseguir los resultados que convienen en cada caso. Y es que seguramente lograr respuestas prontas y eficientes ante una situación crítica en materia sanitaria, por ejemplo, permite salvar vidas de personas concretas en distintas partes del globo; los mismos criterios pueden aplicarse ante una situación de crisis ambiental: se dice que mientras más rápido actuemos, estaremos en condiciones de promover y garantizar el cuidado de la casa común.
Sin embargo, podemos encontrar situaciones en las que tales criterios no sean centrales ni adecuados. Incluso, ahí donde ya se ponen en marcha pueden ser insuficientes. Las situaciones del fenómeno educativo ofrecen una muestra al respecto. Así, por ejemplo, ante la ausencia repetida de uno o más estudiantes -en algún momento desde que inició la pandemia de covid-19-, no basta con emitir una nota reprobatoria que evidencie lo que se denomina desempeño bajo. Aun sabiendo que, entre las responsabilidades de un profesor que trabaja en una institución, ordinariamente está la de emitir una calificación en tiempo y forma, ciñéndose a las normas que se establecen para eso.
Si nos adentramos un poco en este ejemplo, vemos que el profesor emite la nota correspondiente según el periodo de evaluación y aprovechando los elementos que tiene a su alcance. El resultado que se busca, desde esta perspectiva, es muy simple: entregar una lista a la administración del instituto informando los estudiantes que aprobaron y los que no. Pero si el profesor y la comunidad escolar sólo atendieran la situación de los «alumnos faltistas» emitiendo una nota, probablemente estaría respondiendo con rapidez y eficiencia, pero sin detenerse un momento a considerar si acaso la situación demanda otra respuesta en términos de relaciones educativas que sean un apoyo para esos estudiantes.
Un segundo ejemplo de una situación crítica inserta en el fenómeno educativo se presenta cuando un joven está en condiciones de iniciar estudios universitarios pero aún no sabe qué área cursar ni sabe cómo acometer semejante decisión en ese momento de su vida, pero elige una opción considerando únicamente el rédito económico que puede llegar a recibir en el ejercicio profesional. Toma una decisión un tanto empujado por la presión de sus padres o familiares cercanos, así como por el reclamo de iniciar con celeridad su trayectoria laboral. Y no es que elija sin criterio alguno, sino que se apoya principalmente en aquel que le habla de obtención de ganancias para llevar un estilo de vida acomodado, al margen de si el trabajo que efectuará corresponde con su anhelo de realización personal de manera plena.
En los dos ejemplos presentados, que han sido reconstruidos a partir de episodios concretos, podemos advertir que se ofrecen respuestas ante una situación crítica con base en fórmulas que, quizás con el transcurrir del tiempo, resulte que favorecen poco el crecimiento personal y comunitario. En relación con esto, Arendt (1996) señala que una crisis deviene una debacle cuando impera una actitud prejuiciosa, es decir, adormecida ante la realidad que, más bien, exige de nosotros una postura atenta y reflexiva. Y agrega que una postura como esa surge al plantearse preguntas que apunten al fundamento de un fenómeno, en este caso el educativo, así como al responder con viejos o nuevos juicios, pero en relación con la realidad.
Algo parecido puede leerse en el ensayo del filósofo Samuel Ramos Veinte años de educación en México cuando concluye, luego de desarrollar sus observaciones respecto a las reformas educativas de su tiempo: ‘‘De una cosa estoy convencido, y es de que no salvaremos la crisis con doctrinas importadas, con fórmulas hechas de antemano.’’ (2013: 106) Ya sea que hablemos de juicios preestablecidos o de fórmulas elaboradas que carezcan de un fundamento en la realidad, corremos el riesgo de responder «alejados de la vida», pues -como más adelante señala el filósofo-: ‘‘La experiencia de la vida enseña la necesidad de pensar directamente los problemas reales y de resolverlos de acuerdo con sus propias exigencias.’’ (2013:106)
Llegados a este punto, podemos afirmar que ante la acción que reclama una situación crítica lo mejor es responder con los criterios que constituyen de manera fundamental un determinado fenómeno. Y esto es lo que se busca con una visión integral de una situación. Pero la visión integral más que ser un criterio entre otros es la síntesis de los aspectos en orden a distinguir los que son fundamentales y los que no lo son. En el campo de los saberes, aquel que dirige sus empeños a la cuestión del sentido o el fundamento de un fenómeno es precisamente el saber filosófico. Además, es un saber que no se conforma con señalar cuál es el fundamento, sino que se adentra en comprender por qué es así y no de otro modo.
Retomando nuestros ejemplos de las situaciones críticas de índole sanitaria, ambiental o educativa, apreciamos la necesidad de asumir en cada caso una postura integral a la que estarán supeditados otros criterios que permitan la inteligencia de la acción. Sin olvidar que, para llevar a cabo una acción en esos términos, se requiere un saber que apunte al sentido o fundamento de la situación o del fenómeno del que se trate.
Quizás sea esto lo que está detrás de la consigna «educación integral» que tanto se repite. Y si se buscara ir más allá de la expresión de un lema, como seguramente sucede, nos encontraríamos ante las puertas de la reflexión filosófica. Pero una reflexión así ¿se procura entre quienes defienden la «educación integral»? ¿O simplemente se repite una fórmula terminológica sin un contenido fundamentado? En medio de las crisis actuales es desafiante reconocer y asumir una postura a la altura de los tiempos. De lo dicho hasta aquí, parece desprenderse que no podemos dejar de afrontar la cuestión entre acudir a la invitación que nos hace la filosofía o auto-eximirnos de adentrarnos en el fundamento último de lo que nosotros mismos decimos defender.
Referencias bibliográficas
Arendt, H. (1996). La crisis en la educación, en Entre el pasado y el futuro: ocho ejercicios sobre la reflexión política (Trad. Ana Poljak). Ediciones Península.
Ramos, S. (2013). Veinte años de educación en México (1941), en Muñoz, V. (coord.). Filosofía mexicana de la educación. Torres Asociados.