Hemos esperado de la política más de lo que puede dar, le hemos pedido que sea capaz de eliminar el mal y que nos lleve con toda seguridad por el camino del progreso y la paz, pero el mal de este mundo no puede ser eliminado sin suprimir la libertad. Intentar hacerlo ha costado sangre y sufrimiento a la humanidad.
Tal vez es que hemos confundido la política con la ética, que nos enseña a alcanzar el mayor bien y evitar al máximo el mal, pero la política sólo es la búsqueda del bien posible para la comunidad contando con la libertad de muchos. Lo propio de la política es que con la ayuda de todos podemos lograr bienes imposibles para las personas aisladas.
Ya en el ámbito de la moral personal nos encontramos con la dificultad de nuestras propias carencias y límites, en la búsqueda del bien. En la política hemos de contar además con el límite “acumulado” de la incapacidad, el egoísmo e incluso la oposición de muchos en la consecución del bien de la comunidad. Su problema es convocar y coordinar la libertad de muchos en una tarea común.
A la política le corresponde sólo lograr el bien realmente posible en las circunstancias concretas de la sociedad. La política no puede eliminar el mal de la sociedad y la historia, ésta no es su misión. Su misión es limitarlo lo más que se pueda, a la vez que realizar el bien posible. En ella opera el principio del mal menor y la tolerancia, que en su sentido clásico es la tolerancia del mal. Éste, a su vez, ha de ser tolerado cuando no se lo puede eliminar sin causar por ello mismo un mal mayor.
La aversión contemporánea al poder político tiene su raíz en los intentos que a lo largo de la historia han intentado eliminar el mal a través de la política, provocando con ello un mal mayor, como la eliminación de la libertad o de la misma vida de “los malos”.
El bien posible, a veces, es sólo el mínimo necesario para mantener la existencia misma de la comunidad, su unidad y la paz y el respeto de la dignidad de las personas. Otras veces la política se extiende al logro efectivo de condiciones que permiten o impulsen la colaboración de todos para avanzar en el desarrollo, y la promoción de los derechos fundamentales de la persona humana. Todo ello en cuanto las condiciones reales y las circunstancias concretas de la sociedad lo permitan, pero esto siempre es variable y oscila entre el mínimo indispensable cuando lo que hay que salvar es la existencia misma de la comunidad, a niveles congruentes y satisfactorios con los anhelos de paz y desarrollo, siempre relativo y limitado. El paraíso en la tierra no es posible, pero esto no quiere decir que se pueda cancelar el deber del desarrollo del hombre y la sociedad.
La política no es ajena a la ética, ésta le da sus principios y orienta su realización, pero aquella ha de realizar sus propios objetivos. A su vez la política no es el instrumento para que la ética logre los suyos, pero ha de crear las condiciones sociales que los faciliten. Su relación ha de ser la de un círculo virtuoso, aunque pueda también ser la de un círculo vicioso. Sin ética no hay buena política, y sin buena política se dificulta la vida moral de las personas.
Por otra parte hay que considerar también que los políticos profesionales, los gobernantes y los mismos ciudadanos siguen siendo hombres con sus virtudes y limitaciones, también en esto hemos de optar por el bien posible, porque lo óptimo es escaso y siempre inseguro. También en esto se ha de buscar limitar el mal que nos es imposible abolir.
Esta insuficiencia o limitación de la política no es un defecto, es simplemente el reconocimiento de que la realidad humana y comunitaria es más compleja, de que tiene dimensiones que trascienden el terreno de la política por arriba y por abajo. La persona y las comunidades naturales preceden al Estado, éste tiene supuestos prepolíticos que la política no debe sustituir ni eliminar, sino respetar y servir. Hay bienes superiores y necesarios a la persona y a la comunidad que la política no puede alcanzar, respecto a ellos sólo le compete estar abierta y permitir que otras instancias los realicen. La política debe recobrar su modesta dimensión para que sea manifiesto su inmenso valor.
La política es limitada e imperfecta, no presenta opciones fáciles, ni soluciones totales. Participar en política es optar por lo imperfecto pero con responsabilidad, porque esto imperfecto y limitado es un verdadero bien, posible y necesario para todos, que aún en su limitación está revestido de una gran dignidad. Esta “política de lo imperfecto” es muy diferente a la llamada realpolitik, que sostiene que la política es una lucha de intereses en la que hay que usar cualquier medio, incluso el mal, como recurso eficaz para vencer al enemigo, que intentará hacer lo mismo. En la política o en la vida personal querer vencer el mal con el mal o hacer el mal para lograr el bien, es contradictorio y contraproducente.
El vació en política siempre es llenado por otro, no participar en ella es consentir y apoyar lo que se rechaza y se toma como pretexto para no participar. Pero participar no es sólo votar por votar, es usar los medios disponibles en el contexto concreto para lograr el bien posible y hacer posible el que hoy no lo es.
Participar no es simplemente votar o no un día de elecciones, es más que eso. Es iniciar o continuar un proceso más que ocupar un sitio y realizar una acción aislada en un momento determinado. Es optar por lo que favorezca más la unidad que el conflicto. Para participar hay que analizar y evaluar la realidad social, los hechos y acontecimientos, más que las ideas en torno a ellos, y actuar sabiendo que el bien del todo es superior al de la parte.
La democracia, como toda realidad política, es imperfecta y limitada, ningún sistema, institución o ley resuelve ni sustituye la libertad y la responsabilidad de la persona. El bien posible es el que se puede alcanzar con la acción libre y responsable de los que formamos la comunidad, autoridades y ciudadanos.
Las graves circunstancias del país, la incapacidad o corrupción de buena parte de los implicados en el gobierno y la política partidaria, la violencia e inseguridad, la impunidad, la connivencia de autoridades y delincuentes, la desintegración de la sociedad o la peligrosa cercanía a una profunda crisis del Estado, son para muchos un pretexto para no participar votando en las próximas elecciones. Pero habría que preguntarnos si estos males y dificultades no son más bien un serio motivo para participar no sólo en las elecciones, sino sobre todo en el fortalecimiento de la sociedad y la rehabilitación de la política. Creemos que en lugar de desaparecer o atenuarse nuestra obligación de participación política, incluidas las elecciones, este deber se agrava y se carga de responsabilidad. Claro que las opciones son limitadas e imperfectas, pero son las posibles. De lo contrario nos haremos partícipes de la propuesta nihilista vía el conformismo: estaremos mejor estando peor.