Érase una vez en el México violento

La violencia es la fuerza desmedida para lograr un fin propuesto. Tironeos, golpes, desapariciones y muertes no es la única manera de ejercer violencia, la violencia física no es la única ni la más perversa. El que poco a poco la persona se vaya perdiendo a sí misma, se mimetice con el resto y se desdibuje su identidad, es quizá el grado último de la violencia. Seres humanos que renuncian a su humanidad. El filósofo contemporáneo Slavoj Zizek plantea que hay dos tipos de violencia, una que es subjetiva y otra objetiva: la violencia subjetiva es la que más frecuentemente encontramos en los tabloides, sujetos que ejercen su fuerza hacia otros. «Mujer muerta a manos de su amante», «Granaderos golpeando estudiantes», «Robo a mano armada».  Quedarnos ahí y ver la violencia subjetiva únicamente implica miopía, y por qué no, también una cierta tranquilidad cuando el azar no te ha seleccionado en estos episodios. Sin embargo, esos estallidos son el resultado de algo mucho más complejo: entornos desiguales que deliberadamente embriagan con frustración, egoísmos, desdén y rencor a las personas; esa es la violencia objetiva, sistema de opresión y desigualdad. Los sucesos que se presentan en el México actual retratan con perfección esta doble dimensión de la violencia. Compra de votos, urnas quemadas, levantamientos, marchas de protesta y detenciones injustificadas revelan que más allá de estarnos enfrentando a una elección con irregularidades, vivimos ambientes de profunda desigualdad social que han ejercido una fuerza desmedida para limitar el pleno desarrollo de las personas.

Por poner un ejemplo, ¿Qué hay detrás de una compra del voto? En un primer vistazo tenemos tres elementos: quién compra, quién vende y el hecho de comprar.  Cada uno de estos elementos debe ser manejado por separado para poder entender el problema real al que se está enfrentando. Trascender el hecho para visibilizar el sistema.

El que compra afirma su jerarquía. Ante una situación de desigualdad económica y de necesidad de resolver aspectos claves para la vida, se sabe que se puede hacer que el otro venda su voluntad de elegir con tal de tener un bien tangible. Para algunos el concepto de democracia resulta tan etéreo que una bolsa de frijol, una de arroz, un litro de aceite y tres latas de atún son mucho más reales que una supuesta representación popular que traduzca sus verdaderos intereses. El que vende su voto muchas veces lleva días y días viviendo en la precariedad pero bombardeado de imágenes que le recuerdan que su vida no está satisfecha si no tiene aquellos bienes que lo validan socialmente.  Es significativo que muchas de las remesas que entran al país se usan para pagar cirugías estéticas, gadgets, antenas parabólicas, motos y automóviles. Llenarse de vacío en medio de la necesidad.  El comprador sí sabe lo que hay en juego, intereses que privilegian a una clase pudiente enfrascada en el poder, pero profundamente temerosos de perderlo, al punto de incluso venderse ellos mismos y prostituir sus ideales. Egoístas vendepatrias, su concepto de Nación no es más que el de una oligarquía ignorante y vana. Si vemos sus posesiones encontraremos la máxima expresión de estupidez, y su gusto estético está emparentado al narco-kitsch, quizá porque abreva del mismo estanque. En fin, la compra se realiza, y es en este hecho, que quizá para muchos tenga pinta de intrascendente, que se pierde una de las posesiones más preciadas del ser humano, su dignidad. Doscientos, quinientos, dos mil o cinco mil pesos no representarán un bien sustantivo. Por mucho durará una quincena. Pero lo cierto es que nuestro pueblo está acostumbrado a sobrevivir pensando en el día a día. Esa es la violencia objetiva, una estructura que privilegia a unos cuantos, enferma los sueños, limita el desarrollo y condiciona la libertad.

La violencia que se vive en México, no es la única, ni la más grave: revela un sistema global en donde las personas no valen por ellas mismas, sino por los bienes que les pueden generar a otros.  Medios para un fin mayor, a entender, la superviviencia del más fuerte. Sin embargo este orden vertical no tiene una razón necesaria, no es el único modelo de organización social. Pero para darse cuenta es necesario contar con la libertad de espíritu y las necesidades básicas resueltas. Si no sabes qué vas a comer mañana, invertir tus pensamientos en la construcción de mejores mundos es poco práctico, Aristóteles lo decía hace mucho. Los cambios de estructura generalmente vienen de una clase intermedia, de intelectuales jóvenes y dispuestos.  El movimiento «Yo soy 132» no es el único en su tipo, ya Víctor Hugo hablaba de esta creación de futuros por parte del espíritu revolucionario de los estudiantes, «Nada mejor que el sueño para engendrar el porvenir. La utopía de hoy es carne y hueso mañana».

Ante un caldo espeso, graso y maloliente, como lo fueron las acciones de nuestros gobernantes durante la dictadura de partido del siglo XX, no es difícil sentir repugnancia y caer en el nihilismo o la anarquía. Mas aún cuando ese pasado se encuentra aderezado con la pobreza e ignorancia de su pueblo, Quizá la indignación es lo único que tiene sentido, pero a partir de ahí se tendrá la obligación de construir. De ahí la respuesta de los jóvenes.  Tristemente, a quien le conviene conservar el estatus quo no le gustan este tipo de manifestaciones, y no se necesitará el «sonoro rugir del cañón», sino una leve chispa para provocar una oleada de represión y violencia física por parte del Estado.

La pregunta que queda es: ¿Los dejaremos morir solos?  O alguna institución o representante los acompañará en la lucha… y entenderá que esto va mucho más allá de una elección fraudulenta o un presidente espurio, esto se trata de una reconstrucción social.  Ahora sí podríamos afirmar  «Lo que hace grande a un país es la participación de su gente». México, ¡despierta!