Síntesis
Resulta innegable la exigencia ética en el ser humano, sin embargo las respuestas a esta son fácilmente confusas, sobre todo a causa de la falta de un pensamiento serio, de un uso inadecuado del lenguaje y de una engañosa ilusión de autonomía. Frente a ello se precisa de dos virtudes: la reverencia y la sencillez.
Urgencia de la ética
Hace poco, platicando con una amiga, que además había sido mi maestra, me comentaba que recientemente había estado leyendo un libro escrito en el año 1900, y ella se sorprendía al leer que el autor se refería a su tiempo como un momento “de crisis”. Visto a la luz de los acontecimientos que hoy socialmente vivimos: guerra entre cárteles, asesinatos ocurridos diariamente y sin motivo aparente, personalidades públicas que se atacan y calumnian sin piedad ni pudor, secuestros al por mayor, corrupción política campante… uno imagina que aquella época de crisis de hace un siglo sería más bien exageración o pecatta minuta.
Ya en 1830, Leopardi publicaba su primera edición de sus Canti; y escribiendo acerca de la belleza que da sentido y cumplimiento a la vida, llamaba funérea[1] a esta vida (Leopardi, 1994). Y de manera más dramática y casi deprimente, anotaba en su famosísimo canto XXIII Canto Nocturno de un Pastor Errante de Asia: “Nace al dolor el hombre / y es peligro de muerte el nacimiento. / Prueba tormento y pena / desde que abre los ojos, y sus padres / comienzan a enseñarle / a consolarse por haber nacido”.
Más que intentar esclarecer si nuestra época era peor o mejor que otras, lo que quiero decir es que el ser humano lleva consigo una exigencia de plenitud que es inextirpable (Cfr. Giussani, 1998, pp. 22-24) y que se expresa, entre otras formas, en un deseo de felicidad y de bien, así como en insatisfacción. De hecho la experiencia de la valoración moral es una de las más presentes en toda persona. Resulta tan propio de nuestra naturaleza preguntarnos por el bien y el mal, que ese cuestionamiento nos resulta estructural. Es cierto, las circunstancias difíciles hacen que esta pregunta se exacerbe, pero aún en situaciones ‘normales’ la pregunta no desaparece. Podríamos afirmar con razón que toda persona es exigencia de ética, porque cada persona identifica el bien con su plenitud. Este no es el lugar para profundizar si aquello que se identifica como bien realmente lo es. Por ahora basta notar la presencia de esa exigencia de bien, como una urgencia existencial (Cfr. Guardini, 2000, pp. 26-33, 274-279).
Necesidad de razonar con rigor
Curiosamente el primer instrumento que poseemos y que nos permite acercarnos a este cumplimiento de plenitud es el uso adecuado y riguroso de la razón. Necesitamos pensar bien, usar bien la razón. Para ser feliz sólo hay dos posibilidades: la idiotez o la inteligencia, sólo puede ser feliz el idiota o el inteligente; en todas las opciones de en medio, no. “(…) pensar bien va unido con vivir creativamente. A medida que pongamos en juego un pensamiento riguroso, iremos sentando las bases de una vida ética auténtica” (Quintás, 2002, p. 5).
El pensamiento riguroso es sinónimo de un pensamiento sano, inversamente, una pensamiento arbitrario, sin estructura y sin orden es un pensamiento enfermo, achacoso, discapacitado. Pensar bien es indispensable para vivir bien, para optar por el bien. Sólo una persona que piensa correctamente puede elegir correctamente, cargando todas las implicaciones que esto conlleva (Cfr. Guitton, 2000). En este sentido, razonable es aquel acercamiento a lo real según todos sus factores (Cfr. Giussani, 1998, pp. 29-41); dejar fuera algún factor presente es irrazonable y termina inevitablemente en un error. Hacer el bien implica no sólo las intenciones y la elección de los medios adecuados sino las acciones correctas según lo verdadero, lo que dignifica, lo que introduce luz y lo que resulta prudente, para ello es preciso el esfuerzo de tomar en cuenta todos los factores implicados.
Algunos de los enemigos de un pensamiento riguroso son por ejemplo, la conveniencia egoísta, el chantaje, la oportunidad vil, la falsa seguridad, el autoengaño, la debilidad de carácter, la falta de valentía. Lo que afirmo es que pensar no es únicamente un proceso intelectual, sino una capacidad unitaria de la persona.
Por otro lado, un lenguaje adecuado y rico constituye uno de los mejores aliados de este pensar bien. Para pensar bien es preciso expresarse bien. Por el contrario, uno de los errores más comunes al pensar viene de poseer un vocabulario pobre y hasta erróneo, de tener vicios del lenguaje. Por ejemplo, es muy frecuente no poner atención a las frases condicionales –sí, ojalá, de ser posible, podría, por ahora…- o a las totalizadoras –todo, nada, nunca, siempre-. Ni qué decir de un lenguaje francamente insuficiente o de la carencia de habilidades expresivas.
Razonar adecuadamente usando con precisión la palabra, permite distinguir hechos de ideas, suposiciones de verdades, deseos de posibilidades, lo que resulta imprescindible en la vida moral.
La próxima semana publicaremos la segunda parte de este ensayo. ¡Espérenla!
Bibliografía:
Guardini, R. (2000). Ética. Madrid: B.A.C.
Guitton, J. (2000). Nuevo Arte de Pensar. Madrid: Encuentro.
Giussani, L. (1998). Curso Básico de Cristianismo, Vol.1. El Sentido Religioso. Madrid: Encuentro.
Giussani, L. (1985). En Busca del Rostro Humano. Madrid: Ediciones Encuentro.
Hildebrand, D. V. (2003). Actitudes Morales Fundamentales. Madrid: Ediciones Palabra.
Leopardi, G. (1994). Cantos. Barcelona: RBA Editores.
Quintás, A. L. (2002). Inteligencia creativa. Madrid: B.A.C.
Pèguy, C. (1988). El Misterio de los Santos Inocentes. Madrid: Ediciones Encuentro.
[1] Cara Beldad: Si una de las ideas / eternas eres tú, a la que de formas / sensibles no vistió el saber eterno, / ni en caducos despojos / prueba las ansias de funérea vida, / (…)