Todo acontecimiento y hecho de la vida ordinaria es digno de atención. Hasta donde alcanzo a ver, no hay razón alguna para pensar que un vaso de agua de jamaica es menos digno de atención que una nueva exposición en el museo de antropología o ciertas expresiones risibles de una candidata a la presidencia de México.
La vida toda tiene siempre un colorido que vale la pena mirar con detenimiento. Se me objetará que, por ejemplo, los acontecimientos políticos tienen una urgencia diferente a la jamaica, o a la noticia de que un niño se haya espinado con una tuna. Podrá decírseme que, quizás, necesidades como una reforma política que permita reelección a nivel municipal y candidaturas independientes, o que la necedad estúpida de mantener a los diputados plurinominales, o que el polifacético e interesantísimo movimiento #YoSoy132 son hechos que, por su influencia y trascendencia en la vida política de todos los mexicanos, tienen una importancia mayor al de, por ejemplo, pelar patatas. Sin embargo, debemos reconocer que todo acontecimiento político, desde la más nimia manifestación de colonos hasta la más grande y multitudinaria de las marchas, surgen de la exigencia de contar con la posibilidad de pelar patatas, beber agua de jamaica y espinarnos la mano en la comodidad de nuestro hogar y con la tranquilidad del domingo.
Si la política es, pues, digna de atención, es solamente si ella se dirige a contribuir con su pequeño granito de arena en la vida pacífica de paz y de trabajo. Si no, ella se trata solamente de los mordiscos y peleas callejeras entre perros hambrientos y sedientos de poder. De la barbarie, pues. Lo único que, a mi juicio, sí es verdaderamente indigno de atención, son las teorías de la conspiración que apelan a superpoderes secretos que dominan el mundo, la política de un país o los intereses de una institución y que, de alguna manera, infectan la relación que tenemos con nuestra vida inmediata, despojándola de su verdad. Como si los misteriosos grupos con muchísimo poder económico o con muchísimo poder político o con muchísimo poder bélico –y que nadie conoce– pueden afectar nuestra vida más que lo que nosotros mismos podemos hacer con ella. Son abstracciones. Hay que hablar, siempre, de lo concreto.
Toda la vida es digna de ser pensada, no solamente lo que ocurre en los noticieros con gente que parece importante. Las tunas, ver el beisbol en familia y las tortillas son sin duda alguna poseedoras del valor real de la existencia. Pero igualmente es necesario pensar esos rostros de la vida cotidiana, sobre todo para reconocer cuándo esa cotidianidad y esa situación de normalidad ha salido de todo borde y estamos en una situación de completa anormalidad. Si todo acontecimiento de la vida ordinaria es digno de atención, debemos decir que hay momentos de la historia cuando la vida ordinaria es más bien infrecuente.
Y creo que México está, al día de hoy, en una situación completamente anormal y extraordinaria. No me refiero a las campañas electorales, que han resultado la barbarie. Me refiero a que cruzamos la calle y, como si nada, miramos personas sin techo, débiles y famélicos. No es posible que miremos con normalidad que el 13 de junio pasado Los Zetas hayan asesinado en Veracruz al periodista Víctor Manuel Báez Chino y que tal estado se haya erigido como el lugar más peligroso del mundo para ejercer el periodismo1. Esto exige acción y pensamiento y viceversa.
Pero tampoco podemos abandonar la belleza de la jamaica, ni la delicia de las tunas, ni sus pequeñitas espinas, ni los concursos de poesía, que no son para nada inútiles sino que son, precisamente, la posibilidad de que el mal se vea colapsado por lo que verdaderamente vale en la vida. No podemos hacer del mal la vida cotidiana, pues lo primero que pide para reproducirse es precisamente que nos acostumbremos a él.