Por: Pablo Castellanos L.|
Hace casi una década conmemoramos el bicentenario de la Independencia de México y el centenario de la Revolución. Con poco entusiasmo, si la comparamos con las celebraciones oficiales del centenario de la batalla de Puebla en 1962, o de la restauración de la república en 1967. El desgaste del “patriotismo oficial” con el que se pretendieron legitimar los gobiernos “emanados de la revolución” fue evidente. Y aunque la manipulación de la historia con la misma pretensión se ha vuelto a poner de moda en los últimos dos años, ya no despierta el mismo entusiasmo de antaño, aunque los esfuerzos para ello sean casi cotidianos.
El desgaste de la política, los políticos y sus instituciones, contribuyó al desgaste de la “visión de la historia” en que pretendieron legitimarse. A este último desgaste ha contribuido también el creciente desarrollo de los estudios históricos que sin afán propiamente revisionista, sino de objetividad serena y de riguroso estudio histórico con método crítico y científico, en cuanto es posible en esta materia, ha contribuido al abandono de actitudes apologéticas y polémicas en el estudio de nuestra historia (1).
Esto viene a cuento hoy, 27 de septiembre, en que recordamos la efectiva realización de la Independencia de México, el mismo día, pero de 1821. El significado de esta fecha se ha olvidado, o más bien ocultado, por mucho tiempo, así como la obra de sus protagonistas, en especial la de Agustín de Iturbide.
Este personaje es uno de los más olvidados de nuestra historia, pese a su participación en uno de los más importantes acontecimientos que han marcado el devenir de México desde hace 198 años. Vituperado y calumniado por unos y casi exaltado a los altares por otros, la bruma y el incienso lo han ocultado de la misma manera. Su memoria yace bajo legajos llenos de adjetivos y poco atentos a los hechos.
Apenas desde hace pocas décadas que su imagen empieza a liberarse de los panfletos seudo históricos, empezando por el primero y origen de grandes equívocos, si no mentiras. Uno de los orígenes de ese ocultamiento es el libelo difamatorio por encargo: “Bosquejo Ligerísimo de la Revolución de México desde el grito de Iguala hasta la proclamación Imperial de Iturbide”, escrito por Vicente Rocafuerte, en 1822, en Cuba, y difundido desde Estados Unidos para tratar de evitar el reconocimiento de los Estados Unidos a Agustín de Iturbide como Emperador (2).
Republicanos y envidiosos del momento, usaron a un ecuatoriano para inducir, ya desde el inicio de nuestra vida independiente -y otorgar al gobierno de Estados Unidos el papel de gran elector y garante de la legitimidad de los gobiernos de México-, el veto en contra de lo acordado por el Congreso mexicano.
Según la historiadora Josefina Jiménez Codinach, ese librito difundió mentiras como la de la supuesta Conspiración de la Profesa, que de hecho nunca existió; la especie de que Iturbide y esa inventada Junta de la Profesa lo que querían era oponerse a la entrada en vigencia en estas tierras de la Constitución de Cádiz de 1812, restaurada en España gracias al golpe del general Riego, en 1819; que Agustín de Iturbide era un antiliberal y, sobre todo, que se había opuesto a la Independencia de la Nueva España combatiendo a los insurgentes Hidalgo y Morelos, lo cual sí había hecho, pero no por ser opuesto a la Independencia, sino al modo en que se intentaba realizarla. Según la misma historiadora, y otros más, las mentiras de Rocafuerte fueron repetidas por Bustamante, Lucas Alamán, Cerecero y en general por los primeros historiadores de las luchas de independencia.
Iturbide como algunos otros libertadores de los países hispanoamericanos fueron asesinados o proscritos del país que liberaron. Iturbide fue el primero, se exilió después de ser derrocado para evitar violencia; después fue decretado su destierro, luego nombrado traidor y por lo tanto condenado a muerte si volvía a México, lo cual no se le informó nunca, y finalmente fusilado en Tamaulipas casi después de desembarcar, en 1824.
No se trata hoy de revivir polémicas sin sentido, sino de considerar los acontecimientos de nuestra historia y su significado, sin pretensión de apologética en sentido alguno. Las valoraciones ideológicas no son historia, sino hechos que también han influido en los procesos posteriores y en la conciencia que tenemos de nosotros mismos como nación. Pero esta es otra historia.
Un punto a destacar de la actuación de Iturbide en la consumación de nuestra Independencia, es la manera pacífica y casi unánime en que se consumó finalmente esta gesta histórica de México. Logró la convergencia no sólo de las élites beligerantes de los viejos insurgentes y realistas, que se habían enfrentaron en una lucha intensa, que puede calificarse de guerra civil, que dividió familias y comunidades. Símbolo elocuente de esta división es que Miguel Hidalgo e Iturbide eran primos, o que el mismo Miguel Hidalgo tuvo la oposición de su hermano que estaba a cargo del destacamento realista de Pénjamo, o también que el hijo de la corregidora Josefa Ortíz, combatió a los insurgentes como oficial realista, etc. (3). Convergencia casi unánime de todos los novohispanos de entonces, cansados de la violencia y destrucción que a todos afectaba.
En el ciento cincuenta aniversario de la Independencia, el expresidente Luis Echeverría, en 1971, de hecho, “decretó” que el único consumador de la Independencia había sido Vicente Guerrero, que ciertamente tuvo su parte y su mérito; y del mismo modo declaraba de nuevo proscrito a Iturbide, lo cual vale la pena recordarlo como una muestra de cómo los presidentes del país han pretendido cambiar la historia nacional ilusamente a su favor.
Tal vez sea oportuno releer el Plan de Iguala, los Tratados de Córdova y el Acta de Independencia, documentos que cuentan más que los relatos posteriores.
Dentro de dos años se cumplirán 500 años del nacimiento de México y 200 del comienzo de su vida independiente. Como familiarmente el historiados Luis González y González decía, los que nacen tienen padres y abuelos (4), no surgen de generación espontánea, y nosotros los tuvimos, en este continente y en el europeo; no eran perfectos como tampoco lo son los abuelos y padres de cada uno de nosotros; sin embargo, si no asumimos crítica y libremente esa herencia, no maduraremos como nación, ni entenderemos nuestro lugar en la historia y el futuro que tenemos como nación, en estos momentos de grandes turbulencias. Hay momentos en que es necesario volver a mirar el camino recorrido para no perder el rumbo y corregir los errores en caso necesario. Entramos en el tiempo oportuno para hacerlo.
Referencias:
(1) González y Gonzáles, José Luis. (2002). De Maestros y Colegas. En Obras 6. México: El Colegio Nacional.
(2) Cf. Jiménez Codinach, Josefina. El Imperio de Iturbide. Disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=vLWIN4h1B6Q.
(3) Jiménez Codinach. (2000). México su tiempo de nacer, 1750 – 1821. México: Fomento Cultural Banamex.
(4) González y Gonzáles, José Luis. (2002). Modales de la Cultura Mexicana”, en Obras 6, El Colegio Nacional.