Por Giampiero Aquila|
El trabajo doméstico es la actividad en la que todos nos vemos involucrados en mayor o menor medida, pero es evidente que, tradicionalmente, gran parte de la carga laboral recae sobre las mujeres.
En nuestras sociedades la expectativa más generalizada sigue siendo que la mujer es quien debe asumir esta responsabilidad en la casa. A los hijos varones se les exenta de esas tareas, aún de las más elementales; así como el padre que trabaja afuera llega a la casa para descansar, cuando la mujer, que también trabaja afuera, llega a la casa y sigue trabajando.
Si bien este fenómeno se está modificando en las parejas jóvenes, este cambio acontece en un grupo sociocultural todavía muy restringido.
El 90% de las 2.3 millones de personas empleadas formalmente en este sector son mujeres; a estos números hay que añadir a todas aquellas personas que no están registradas y entran de manera indiferenciada en el sector informal (INEGI, 2020). Otra razón muy importante por la que la mujeres son empleadas con mayor frecuencia en las casas a diferencia de los hombres, deriva de un fenómeno cultural ligado al proceso de industrialización que ha determinado ya desde el siglo XIX la figura del varón como no apto para el hogar.
Un interesante estudio de Fernando Vidal (Vidal, 2018: pos.1833) demuestra cómo, a partir del último cuarto del siglo antepasado, la necesidad de orientar la figura del padre en su papel de obrero ha hecho de él un inadaptado al hogar:
Se redefine al hombre como un ser peligroso por su voracidad sexual. Se hipersexualiza la masculinidad y eso forma parte de la sanción contra lo que en los varones no sea función paterna. Pero además también contribuye a la animalización del hombre, funcional a su papel de trabajador. El hombre se convierte en un ser peligroso cuya presencia y acción en el ámbito doméstico hay que controlar y evitar. Lo mejor para todos –menos para el propio padre– es que esté trabajando.
La figura del padre, y del varón en general, no ha permanecido idéntica con el paso del tiempo, por el contrario ha ido modificándose respondiendo a las circunstancias culturales y asumiendo formas expresivas distintas. Por lo que nos atañe el resultado es que sólo en época recientes estamos volviendo a ver un reacercamiento de hombres y mujeres en las responsabilidades del hogar. Aún así, entre los empleados domésticos es raro ver varones en trabajos que sean intra muros, en todo caso se encargan de la jardinería, la conducción y mantenimiento de vehículos, así como de la recepción y mandatos: actividades rigurosamente extra muros. Basta pensar en nuestra reacción de tener a nuestro lado a un hombre que nos ayude en la limpieza, en la cocina o que atienda a nuestra madre anciana en su higiene personal. Esa sensación no derivará de un impedimento físico o genético, si bien es ampliamente demostrado[1] que sí existe una predisposición genética femenina para aciertas actividades de cuidado, hay enfermeros y cuidadores varones, aunque en menor número. Como ya se mencionó anteriormente, el desconcierto se origina de la misma visión cultural sobre el papel del hombre que en la sociedad se le considera no apto para el hogar.
Este sector de la Población Económicamente Activa (PEA) que trabaja en las casas ayudando en el quehacer doméstico están incluidos en la Clasificación Mexicana de Ocupaciones, con el título de Trabajadores en servicio doméstico:
Los trabajadores clasificados en este grupo principal realizan labores de limpieza, preparación de alimentos, lavado y planchado de ropa en casas particulares. Estas actividades se realizan a cambio de una remuneración económica o pago. Se clasifica aquí a los trabajadores encargados de organizar y administrar el trabajo doméstico a cambio de una remuneración o pago […] Comprende a los choferes, jardineros, vigilantes y porteros que trabajan en casas particulares, unidades habitacionales o residenciales.También se clasifica aquí a las personas dedicadas al cuidado de ancianos, enfermos y niños en casas particulares (INEGI, s.f:197)
A diferencia de lo que nos imaginamos, el trabajo doméstico requiere competencias que van desde la administración doméstica, la higiene, la salud, especialmente de las personas más vulnerables, la jardinería, la seguridad y la mecánica.
En tiempos de COVID-19, de asaltos y de inseguridad, es necesario reflexionar que los trabajadores domésticos siguen estando en una de las categorías más desprotegidas en lo que se refiere a las prestaciones, a pesar de desempeñar un papel crucial en el cuidado de las casas y de las familias con las que colaboran. En este tiempo de pandemia apenas nos estamos percatando de lo importante que es tener competencias firmes en términos de higiene doméstica. Así mismo es necesario reflexionar sobre la seguridad en un contexto donde la posibilidad de sufrir violencia es un evento no sólo posible sino probable; de allí la necesidad de considerar las exigencias de formación permanente y de profesionalización de sus actividades.
En México, por ley, los patrones deben inscribir a sus empleados en los servicios de seguridad social; Sin embargo, fue a mediados del 2019 que el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) empezó a pilotear la norma que regula a estos empleados (Rodríguez, 2019). La circunstancia que hizo que la Segunda Sala de la Suprema Corte atrajera el tema fue el caso de una mujer octogenaria que trabajó 50 años con una familia y fue despedida sin ninguna prestación, demandó a sus empleadores y la Junta de Conciliación absolvió a los acusados,. De allí el contencioso que llevó la revisión de la ley por inconstitucionalidad (Zepeda, 2018).
Es evidente que culturalmente hay una escasa percepción del valor del trabajo doméstico tanto en los empleadores como en los mismos empleados y es importante hacer un recorrido, aún breve, de la natura de este espacio y de quién lo cuida, la familia misma y quienes con ella se dedican a conservarlo, no sólo exteriormente sino sobretodo como espacio humano.
Home sweet home, hogar dulce hogar, recita uno de las expresiones más repetidas en todas las latitudes.
El concepto de hogar, como el espacio de la familia nuclear, íntimo y protegido, tal como se configura en los mismos datos estadísticos de los censos de población no es primigenio en la humanidad.
Al principio de la civilización humana, cuando los hombres fueron nómadas, la misma idea de hogar no correspondía al espacio de la casa, sino a uno con límites indefinidos, un territorio recorrido por una compañía de personas, hombres y mujeres que en buena medida compartían una misma pertenencia étnica, cultural y lingüística que seguían las migraciones y el paso de los animales en un primer momento, luego el caminar de sus propios rebaños. Así que el páramo se fue vistiendo de altares y símbolos, de refugios para pasar las tormentas y las noche a distancias regulares, de ordinario lo que permitía el andar de un día. Las montañas y los ríos tomaron nombres y los espacios se hicieron familiares repitiendo el camino tras el paso de las estaciones.
El hogar no era el espacio cerrado entre paredes y techo construidos por manos humanas sino que el techo era el cielo y las paredes el horizonte que la mirada abarcaba, y la intimidad era la pertenencia recíproca que se expresaba de manera ritual. Las relaciones de parentesco, aún en una sociedad ya sedentaria y predominantemente agrícola, implican un concepto de familia que incluye no solamente el núcleo compuesto por los cónyuges y sus hijos, sino relaciones de parentesco de tercer y cuarto grado, las familias políticas, y relaciones que van más allá de la consanguineidad. Es suficiente consultar los diccionarios y las enciclopedias del siglo XIX‘ o anteriores, y ver la voz “familia”, para darnos cuenta cuán flexible es el concepto en cuanto a las generaciones que incluye, al tipo de vínculo que se establecen, etc.
Es difícil imaginar en un tiempo como el nuestro donde la gran parte de la población mundial, tras la primera industrialización y sobretodo la segunda, se ha concentrado en urbes y vive entre paredes insonorizadas la enorme mayoría de su tiempo. Un cambio abrupto que ha ocurrido en no más de 50 años, cuando a mediados del siglo pasado todavía casi el 70% de la población mundial vivía en poblaciones que no superaban los 2000 habitantes (INEE, 2006: 77).
Para comprender cuán amplio es el concepto de hogar, y erradicar un poco la imagen de las cuatro paredes que delimitan claramente un espacio interno separándolo del externo podemos apelar al camino bíblico del Éxodo, que es una imagen poderosa del itinerario que lleva desde la concepción de lo familiar en su expresión tribal del patriarca Jacob y sus doce hijos que eran nómadas en el páramo, vivían como pastores siguiendo sus rebaños acampanados en tiendas. Ellos al entrar a Egipto entran en el espacio delimitado de un reino teocrático, con sus reglas y su burocracia y sobretodo sus fronteras. Llegan inclusive a participar de la estructura del sistema organizativo. José, el último de los patriarca, también es el primero en la organización del estado, el faraón no cuenta, siendo divino está por encima del sistema es el único libre por derecho natural, todos los demás están vinculados a sus funciones.
La historia del pueblo hebreo sin embargo es paradigmática porque después de un tiempo son esclavizados. Es decir que la experiencia de estar insertos en un estado implica necesariamente la experiencia de la extranjería, mientras que en el mundo nómada sólo existe el concepto del “nosotros” y los “otros”. Los Hebreos son extranjeros en tierra extraña: Egipto no es su tierra natal, en inglés se expresa mejor el concepto: homeland, su tierra hogar.
Es así que, tras una lucha, que es política, entre la polis y el espacio sin fronteras, salen de la tierra extranjera, es decir de la esclavitud, para volver al nomadismo, al espacio abierto del páramo dónde forjarse como nación y fundarse en su homeland, la tierra prometida que deberán arrebatar con el hierro y con el fuego a quienes se encontraban antes que ellos en esos valles. “Esta es la tierra que Yo di a vuestros padres”[2] dice Yahveh, esta es, en sentido auténtico, la fundación del concepto de patria: la tierra de nuestros Padres.
Existe una tensión entre nomadismo y sedentarismo así como hay una dialéctica importante que une la casa-hogar al campamento de la vida nómada.
La etimología de hogar es “fuego”, focus en latín, que muda su “f” en “h” como muchas otras palabras del castellano, como facere que se torna en hacer. Pero el fuego es entonces el mismo de la chimenea o de la estufa que de la fogata de campamento.
El dominio sobre el fuego es fundacional de lo humano, es el primer producto de la especie homo. Con el fuego se inicia la civilización actual, se cocina el alimento poniendo a disposición del organismo una cantidad de proteínas impensables antes, pero se cocina la cerámica y se funden los metales. Es así que quien cuida el fuego cuida en cierto modo también la convivencia civil, con los valores de respeto y responsabilidad recíproca que la misma idea de civilización expresa.
Lo que refiere el concepto de hogar entonces es más bien referido a las relaciones de cuidado de las personas que conviven en un mismo contexto y el bien que el trabajo doméstico cuida es referido a las condiciones óptimas para que este cuidado suceda.
El descuido que se tiene respecto a quienes desempeñan actividades de hogar relegadas a nivel de un trabajo de tipo servil, sin protección social y sin un itinerario de profesionalización claramente establecido, es síntoma de una desvalorización de los humano que se expresa en tantas dimensiones de nuestro tiempo. Desde la crisis profunda que atraviesa el matrimonio como instituto, la cultura de la denatalidad hasta el descuido legislativo de la profesión del trabajador doméstico, son los índices de una miopía que está en el origen de las grandes dificultades que estamos viviendo en los que se refiere a la convivencia social.
La urgente necesidad de encaminarnos hacia la que podemos llamar ecología social, pasa seguramente a través de la valoración jurídica, de la recalificación profesional del trabajador doméstico. La capacidad que tendremos para valorar, no sólo emocionalmente, sino jurídica y económicamente será el primer síntoma que está dando un giro importante hacia el esfuerzo de poner las bases de una convivencia civil encaminada a la construcción de el bien común, es decir a las condiciones fundamentales para que todas la personas estén en las condiciones de poder ser protagonistas del propio destino.
Referencias bibliográficas
- Instituto Nacional de Geografía y Estadística. 13 de febrero de 2020. Resultado de la Encuesta nacional de Ocupación y Empleo. Cifras durante el cuarto trimestre de 2019. Comunicado de Prensa No. 70/20. Disponible en https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2020/enoe_ie/enoe_ie2020_02.pdf
- Instituto Nacional de Geografía y Estadística. 2005. Clasificación Mexicana de Ocupaciones (CMO). Volumen I. Instituto Nacional de Geografía y Estadística. Disponible en https://www.inegi.org.mx/contenidos/clasificadoresycatalogos/doc/clasificacion_mexicana_de_ocupaciones_vol_i.pdf
- Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. 2006. Panorama educativo de México 2006. Disponible en https://www.inee.edu.mx/wp-content/uploads/2019/04/CS03-2006.pdf.
- Rodríguez, Nancy. 6 de junio de 2019. ¿Existe sanción por no afiliar a su empleado doméstico? En idc Online. Disponible en https://idconline.mx/seguridad-social/2019/06/06/existe-sancion-por-no-afiliar-a-su-empleado-domestico.
- Vidal, Fernando. 2018. La Revolución del padre. El padre que nace y crece con los hijos. Editorial Mensajero. Bilbao, España.
- Zepeda, Garduño Ignacio (redacción). 2018. Reseña del amparo directo 9/2018. “Es discriminativo que los empleados domésticos no sean inscritos en el seguro social”. En Reseñas Argumentativas del Pleno y las Salas. Suprema Corte de Justicia de la Nación. Disponible en https://www.supremacorte.gob.mx/sites/default/files/resenias_argumentativas/documento/2019-07/res-APD-0009-18.pdf
[1] Para una amplia y profunda disertación sobre las diferentes disposiciones innatas entre la mujer y el hombre véase el libro de López Moratalla N (2007) “Cerebro de mujer y cerebro de varón”.
[2] Nueva Biblia Latinoamericana. Deuteronomio, 1:8 “Miren, he puesto la tierra delante de ustedes. Entren y tomen posesión de la tierra que el Señor juró dar a sus padres Abraham, Isaac y Jacob, a ellos y a su descendencia después de ellos.”