¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no está claro? Pregunta en una de sus obras la célebre poeta mexicana, Sor Juana Inés de la Cruz. Esta frase bien puede representar el estatus actual del feminismo en México. Las mujeres pueden votar, asistir a la universidad, trabajar de manera profesional y consistente; logros que sin lugar a duda son indispensables y combaten una injusticia en la inequidad por género. Sin embargo los problemas aún no acaban. Primero hay que aclarar que estos objetivos no se han logrado en un 100%, que quedan muchas mujeres en nuestro país que continúan en algunas de estas batallas. Segundo, quedan por resolver subproductos de los primeros: la inequidad salarial, las oportunidades reales de desarrollo y el mejoramiento de la estructura social, así como la seguridad o la igual repartición de recursos: salud, vivienda, tiempo de recreación y alimento intelectual. El tercer punto me parece vital para que de hecho se resuelvan los segundos y se pulan los primeros: confeccionar un nuevo feminismo. Por lo que este escrito es más bien un encomio.
Junto con el reconocimiento de estos indiscutibles éxitos ganados, tanto en México como en el mundo, es importante notar que también se ha comprado un estilo de vida, un trazado de metas, un agobio permanente y existencial que alejan bastante a la mujer de adquirir la tan anhelada libertad. ¿Cómo es posible que en la lucha por sus ideales, por combatir la irrefrenable vorágine de la inercia de estructuras masculinas, la mujer haya caído en los mismos juegos de dominación? En ocasiones reproduciendo dentro de ellas mismas y hacia otras mujeres también los mismos procederes que sojuzgaban su condición. La moral del siervo y el esclavo, el capitalismo salvaje, el horario de trabajo indiscriminado y desgastante que a diferencia de la revolución industrial, es autoimpuesto, o por lo menos aceptado en cuanto a las demandas obtenidas al tener una carrera “exitosa”. En muchos casos la mujer ya no es esclava del marido ni del hogar, ahora es esclava del esquema del liderazgo “masculino”. Una competitividad extrema aunada al hedonismo posmoderno hacen que la “líder” femenina mida sus competencias al modo que el hombre lo hace, cayendo en los mismos errores de inapetencia por el otro y su falta de conciencia por el bien común.
Desde sus comienzos el feminismo denunciaba la desigualdad con la que era percibida la mujer. La escasa participación en los ambientes públicos no ofrecía una marcada oposición a las posibilidades de vida que ponían como fines de la autorrealización la preocupación por el otro, al estar consiente de la repercusión que tienen los actos propios en la construcción de los demás. En algún lugar del camino, el feminismo le presentó a la mujer como incompatible para su posicionamiento dentro de la sociedad, figuras como el matrimonio, la maternidad o el cuidado del otro, por presentarlos como fruto de los esquemas de dominación patriarcal. El feminismo buscó crear nuevos modos de manifestación femenina que no tenían porqué estar ligados a una posición de servicio o abnegación con los que la mujer era asociada.
Sin embargo en estas propuestas se construyeron desde una visión eurocéntrica y americanizada, y seguimos haciéndolo. Hace falta una construcción de una teoría de la equidad que mane de América Latina, África y Asia. Esto no pretende decir que no existe el intercambio cultural y que las brillantes reflexiones de Woolf, el dedo acusador de Beauvoir o la denuncia a los paradigmas de Wollstonecraft no sean útiles. Al contrario, son muestra de la universalidad del reclamo. Pero las propuestas deben de ser adaptadas al entorno y confeccionadas a la medida de las necesidades concretas de las mujeres en cuestión. El feminismo que se ha propuesto no obedece a la individualidad de todas y llega a pensar como si fueran una masa homogénea carente de identidad. En concreto, la mujer en México experimenta un desdoblamiento constante en cuanto a lo que le promueven que sea y las tradiciones que la edifican. El resultado: mujeres que si bien perciben una modificación en su entorno al conquistar bienes reales y contundentes, siguen mirándose en un espejo empañado, no sólo, pero muchas veces, por ellas mismas. Abrir opciones y construir una vida rica no sólo para uno mismo sino para los demás. Un feminismo también abandera por los hombres.