Por Nuria Mendizábal.
Violencia e injusticia han sido las constantes de nuestro pasado más inmediato, pero las dimensiones que hemos alcanzado, nos colocan como pueblo mexicano, ante un reclamo genuino y urgente por la paz en nuestra tierra.
El 64.2 % de la población refiere que su principal preocupación es la inseguridad.[i] Aunque somos conscientes del riesgo y peligro que esto significa, la impunidad que existe nos neutraliza y nos mantiene atrapados en el miedo, confiados ingenuamente en que no nos tocará ser una víctima más de la estadística. En cambio, la construcción de la paz nos pide acción y no parálisis.
Construir la paz también requiere método y una lectura de la realidad sin prejuicios, porque en este delicado ámbito humano no hay recetas, por lo que la inteligencia debe ser educada para este fin y en cada contexto “tejer” acciones adecuadas cuyo fruto sea la paz.
Johan Galtung fue un reconocido sociólogo, además de matemático, que trabajó por décadas en este empeño. Hizo notables aportes desde su mirada científica y reflexiva, de ahí que no se encerró en conceptos rígidos porque precisamente al observar la realidad se dejaba enseñar por ella. Galtung planteó que la paz tiene dos lados, uno negativo y otro positivo. Para Galtung, la paz positiva consiste en el “despliegue de la vida” y la paz negativa a la superación de las tres formas de violencia que él identificó: la directa, la estructural y la cultural. Las dos últimas son de cierto modo “invisibles” y comprenden ciertas formas sociopolíticas y culturales de la sociedad, pero de ninguna manera son inofensivas, pues son las raíces de la violencia directa. (Ameglio, 2024)
A fin de dejar más en clara la distinción entre paz negativa y paz positiva, podemos tomar ejemplos de nuestra compleja realidad. Las acciones de mera pacificación, consistentes en el cese al fuego o los operativos policiacos y militares para repeler las agresiones del crimen organizado, se encuentran en el ámbito de la paz negativa -por cierto, acciones que debieran implementarse con responsabilidad e inteligencia táctica- pero que no se dirigen a resolver los conflictos subyacentes. La paz negativa se encamina a reducir la violencia directa pero no alcanza a producir paz estructural, pues la paz positiva es un proceso.
El pensar en la paz positiva inicia como un ejercicio teórico, pero se conecta inmediatamente con las propias realidades de quienes vivimos en ambientes violentos, como es nuestro caso en México. La noción de paz positiva nos invita a identificar las formas concretas en que actúan estas violencias en nuestras vidas y los procesos sociales con los que se relacionan, lo cual “abre un enorme horizonte de toma de conciencia y también de posibilidades de intervenciones directas, sea para enfrentarlas, detenerlas o prevenirlas.” (Galtung, 2003; 11) Como derivación de estos postulados fundamentales de Johan Galtung entendemos que lo más importante en el trabajo de paz está en conocer lo que no se ve a simple vista, sino que está sumergido en otras profundidades y complejidades del orden social.
En México no parece haber mucha claridad ni contundencia en las acciones gubernamentales para alcanzar la paz negativa, así lo muestra la alta percepción de inseguridad de la ciudadanía y dolorosos casos como el del rancho Izaguirre en Teuchtitlán, Jalisco y la situación de violencia generalizada en Culiacán, Sinaloa por el enfrentamiento entre dos poderosos cárteles desde hace más de un año. Eso no significa que la exigencia al Estado en ese sentido deba cesar, pero sí debe hacerse acompañar de otras acciones y actitudes relacionadas con el concepto de paz positiva.
Empezar a entender nuestra realidad en estos dos términos, paz negativa y paz positiva nos permite visualizar el campo en el que las personas, las organizaciones, la sociedad podemos construir. Nuestra lamentable experiencia frente a la violencia nos ha llevado a una desprogramación de lo humano: somos testigos en primera fila de las dimensiones del problema, pero no se activa nuestra humanidad para afrontarlo.
Las actuales circunstancias nos reclaman a los mexicanos precisamente lo contrario, tenemos mucho trabajo que asumir, no podemos abdicar de nuestro futuro como Nación; por ello debemos ayudarnos a salir de ese lugar deshumanizantemente acrítico en el que estamos instalados. Ante un panorama así, Galtung nos brinda una clave más: cualquier aspecto de la vida real tiene a la vez rasgos de armonía y de discordia. Cuando domina el aspecto discordante estamos ante un conflicto, pero ello no debe impedir que veamos los aspectos cooperativos y hasta armoniosos, porque con esa base podemos llevar a cabo una transformación positiva del conflicto. (Galtung, 2003; 118)
Construir la paz en tiempos violentos, requiere precisamente la audacia de hacerlo a través de medios no violentos y de resistencia civil. Hoy repensar la paz, para escapar de la cárcel del miedo, es el acto inicial de resistencia en una sociedad como la mexicana que ha normalizado los horrores de la violencia. Sin embargo, en las personas hay un deseo profundo de volver al cauce donde se despliega la vida. Galtung nos recuerda que la paz positiva significa profundidad y anchura de vida que, sin prescindir del drama humano, tiene la capacidad de “ligarse con otras vidas prestándoles apoyo, apoyándose en ellas y constituyendo así un tejido formado por hechos que son sus hebras y sus nudos, forman estructuras que les dan sostén y cultura que lo alienta”. (Galtung, 2003; 11) La paz positiva tiene esa potencia, trasciende como tejido de vida a la violencia.
Los mexicanos lo entendemos bien con el testimonio incansable de las madres que buscan a quienes aman y han sido desaparecidos. Ellas, más allá de hurgar la tierra, hacen emerger de modo discreto, pero tenaz el tejido social que puede superar la violencia que padecemos y además muestran un método: el compartir la vida diaria, lo que no se hace público, en donde se mueven con creatividad, chispa, empatía, afanes y emociones, con estrategias de supervivencia y logro; experiencias todas que son el subsuelo de lo público.
[i] De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2025 del INEGI, realizada sólo a mayores de 18 años, en México hay 23.1 millones de personas víctimas y 11.4 millones de hogares víctimas. De los 33 millones de delitos que se cometen, sólo se denuncian el 9.6%, pues se considera que la denuncia sólo es una pérdida de tiempo, ya que existe una profunda desconfianza en la autoridad investigadora.
Referencias
- Presentación ejecutiva de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2025. INEGI. https://www.inegi.org.mx/programas/envipe/2025/
- Ameglio, P. (2024). Pensar en Voz Alta a Galtung en México y Gaza. Revista de Cultura de Paz, 8,30–47. https://doi.org/10.58508/cultpaz.v8.230
- Galtung, J. (2003). Paz por medio pacíficos. Paz y conflicto, desarrollo y civilización. Gernika Gogorakuz, 1-181. https://www.gernikagogoratuz.org/wp-content/uploads/2020/05/RG07completo-A4.pd




