La democracia entre “votos útiles”, “abstencionismos”, “males menores”, “males tolerables” y “bienes posibles”

La_Democracia

Por José Miguel Ángeles de León[1]

 

 

Introducción

En ocasiones, cuando se acercan las elecciones y nos aproximamos a discernir nuestro voto, nos percatamos de que, al ejercer nuestro derecho, si juzgamos la trascendentalidad de tal acción, es preciso deliberar el sufragio efectivo según nuestros criterios morales. Sin ahondar demasiado, entendamos aquí por “morales” nuestros actos y costumbres que se siguen de nuestra respuesta libre a la realidad conforme al bien verdadero. Luego, tales criterios, en la plena deliberación, suponen un discernimiento que precisa el conocimiento del bien (el conocimiento del sentido de la realidad) y la voluntad (el querer) de actuar conforme a tales conocimientos.

Empero, sucede también que en el “menú electoral” en ocasiones no hay opciones que logren satisfacer por completo nuestros criterios morales para la deliberación del voto, y en ese panorama entonces parece nublarse nuestro juicio, e improvisamos decisiones a partir frases prefabricadas que parecen arrinconar nuestros criterios morales en el sótano donde se guarda todo aquello que le estorba a la política coyuntural. Sin duda, para aquellos que reducen la política a la consecución/conservación del poder, los criterios morales, que los políticos suelen llamar “escrúpulos”, “quisquillosismos”, “exquisitismos”, etc. son un estorbo. Para la “política coyuntural”, es decir, aquella que considera que “el fin justifica los medios”, el discernimiento moral de nuestro actuar en y a partir de la realidad, es un impedimento para sus fines. Es un baño de humildad, a partir del sentido de la realidad, que les recuerda que la realidad es superior a las ideas, que el todo a la parte, que la unidad al conflicto, y, sobre todo, que el tiempo lo es al espacio. La coyunturalidad maquiavélica suele nacer de la desesperación de querer conseguir inmediatamente una posición que garantice conseguir o conservar una posición de poder, sea como sea, pues el fin (que se supone un bien), justifica los medios (los actos para conseguir tal fin bueno), aunque estos sean inmorales. Y recordemos que la persona humana siempre es un fin, jamás un medio. Por ende, la acción política no puede estar por encima de las personas.

Algunas de tales frases hechas que se emplean cuando no hay satisfacción con las opciones electorales ofrecidas son: “hay que ejercer el voto útil”, “para qué votar si todas las opciones son iguales” (abstencionismo), “hay que elegir el mal menor”, “hay males tolerables frente a un bien común expandido y posible” y también “hay que elegir siempre el bien posible, no hay que ver la política como una respuesta perfecta” a la realidad. Analicemos estas expresiones.

 

 

A. El voto útil (o voto estratégico)

El voto útil suele referirse a la elección de una preferencia electoral imperfecta, e inclusive defectuosa, con tal de que no llegue al poder, según el discernimiento del sufragio, una opción electoral más imperfecta y defectuosa aún. El voto útil tiende a polarizar la elección en dos facciones que se impondrán dialécticamente mientras no se “divida el voto”. Quien llegue más compacto a la elección, la ganará. En los sistemas electorales bipartidistas, como es el caso de los Estados Unidos, el “voto útil” suele ser el discernimiento electoral más común, entre otras razones porque se asume que ninguna opción representa perfectamente a los electores individuales, y también porque dentro de cada opción hay “lobbies” que favorecen o reprueban ciertas causas, a sabiendas de que el verdadero mal es el rival que se intenta vencer. Por estas razones es que el voto útil también suele ser un voto negativo, pues se vota por A para evitar que gane B. Entonces, realmente la opción manifiesta en favor de A es para que pierda B. Aquí, el bien posible de A es que derrote y detenga a B, y si A también implica males, estos serán menores a los de B, por lo que serán “males tolerados”. Lo que moralmente justifica la deliberación por A.

El voto útil o estratégico, que más bien se puede considerar el “voto negativo”, comprende un discernimiento moral más profundo, sobre el tipo de males que pueden ser tolerados, y los que no. Por ello, en este caso, habría que juzgar con mayor detenimiento aquello que se está dispuesto a tolerar con tal de que sea vencido B. El voto útil muchas veces puede caer en la frase, también muchas veces prefabricada, de que “el fin justifica los medios”. Lo que justifica la inmoralidad.

Según Daniel Innerarity (2020), la descomplejización de la democracia, que es una tendencia de los sistemas bipartidistas que simplifican la realidad a esquemas dialécticos A-B, alimenta la polarización, y por ende, entorpece la auténtica participación ciudadana. En este sentido, el “voto útil” contribuye a la descomplejización de la democracia. Pues para que subsista una sana democracia, es preciso que existan multiplicidades de opciones y de mecanismos para que garanticen no sólo que las personas se encuentren políticamente representadas, sino también que participen activamente (democracia compleja). Evidentemente, negando la reducción de la participación democrática a los poderes ejecutivos y legislativos. Una democracia compleja es aquella que puede garantizar la pluralidad en diálogo, y que en el diálogo plural encuentra una forma de unidad. Tal forma de unidad tendría que ser, por antonomasia, el Estado de Derecho. Y de ahí nacen el resto de las instituciones estatales.

 

 

B) El abstencionismo

El abstencionismo es el acto por el cual un elector no ejerce su derecho al voto. Existen varios tipos de abstencionismo, si bien en los resultados electorales todo el abstencionismo se mide en el mismo conjunto, pues es imposible conocer las razones por las cuales un elector no ejerce su derecho al voto. El abstencionismo se puede generalizar en dos tipos: el voluntario y el involuntario. El involuntario se da cuando por algún impedimento técnico o social, el elector no acude a las urnas. Impedimentos técnicos pueden ser el extravío o la no renovación de la credencial de elector, que no haya casillas accesibles al elector, que por algún tipo de discapacidad no se pueda sufragar, o que simplemente el elector no tenga conocimiento de la realización de los comicios, etc. En una democracia sana, la instancia encargada de organizar las elecciones debe poner a disposición de todos los electores, todos los medios posibles para evitar el abstencionismo involuntario por motivos técnicos o sociales.

En cambio, el abstencionismo voluntario se da cuando por motivos ideológicos se decide no emitir el voto. Algunas razones para no votar son: que ninguna opción electoral satisfaga la voluntad del elector, la inconformidad con el sistema electoral y con la organización de las elecciones o, simplemente, el escepticismo ante la democracia directa. Generalmente el abstencionismo voluntario es una señal de protesta contra las formas actuales de la democracia. Una forma de abstencionismo voluntario, si bien se acude a las urnas, es el voto en blanco o nulo. Para mitigar el abstencionismo, algunos países, por ejemplo, Argentina, Australia y Brasil, han impuesto el voto obligatorio, si bien permiten el abstencionismo voluntario a partir del voto en blanco y del voto nulo. El abstencionismo, sobre todo cuando es generalizado, así como el voto útil, también tiende a la polarización de las elecciones, pues “no divide” el voto. Cuando una elección tiene un alto índice de abstencionismo es muy importante estudiar si tal síntoma es por motivos voluntarios o involuntarios. Los motivos involuntarios significan que es muy deficiente la organización de la elección, mientras que los voluntarios suponen una gran inconformidad no sólo con el sistema electoral, sino con la realidad de la democracia en tal sociedad. Alto abstencionismo voluntario significa inclusión y opciones de participación en democracia deficientes.

El abstencionismo ideológico también se puede leer como una “suspensión del juicio” en materia electoral, si bien no es una posición activa que no siempre niega la validez de la democracia, sino que suele negar las formas en las que la ciudadanía participa activamente en la toma de decisiones. El abstencionismo ideológico suele ir acompañado de una crítica a los partidos políticos, sobre todo enfocada a las formas con las que ellos representan a la ciudadanía. Mientras más alejados se encuentren los partidos políticos de las inquietudes ciudadanas, es más probable que los electores no acudan a las urnas voluntariamente. La “suspensión del juicio” en materia de elecciones también se puede seguir de juzgar inmoral decantarse por alguna opción electoral, porque se considera inmoral elegir alguna opción, aunque sea el “mal menor”. El abstencionismo ideológico no siempre niega la validez de la política y su necesidad, sino que más bien suele ser un reclamo que exige nuevas formas de participación democrática, sobre todo en lo que respecta a la representación y a la posibilidad de elegir el bien posible. El abstencionismo ideológico, incluyendo los votos en blanco y nulos, por lo tanto, suele ser un voto en contra del sistema electoral y de la organización de la democracia.

 

 

El mal menor y el “mal tolerable”

El mal menor suele predicarse cuando se justifica la elección de un mal con tal de evitar uno mayor. El discernimiento y la deliberación del mal menor supone que hay conocimiento de qué mal es más grave que otro, lo cual no es un discernimiento sencillo. El problema del mal menor también aparece como un dilema binario, donde no hay ningún tercer término que le pueda dar solución.

En materia electoral, el mal menor se suele presentar como la justificación del “voto útil”, a partir de una deliberación que considera que es preferible un bien político, aunque su elección suponga “tolerar” ciertos males. Sin embargo, ¿qué tipo de males morales pueden ser tolerados y en qué circunstancias? Esto necesita, sin duda, discernimientos muy agudos en torno a los valores que justifican las deliberaciones políticas, sobre todo conforme a la dignidad de la persona y al bien común. Un buen ejemplo puede ser este: ¿es un mal menor una opción electoral, por ejemplo, que garantice la ilegalización del aborto y la libertad educativa de las familias pero que criminalice y niegue los derechos de los migrantes, mujeres u obreros frente a otra opción que garantice el respeto de los derechos de los migrantes, mujeres y obreros pero que legalice y promueva el aborto y niegue el papel de las familias en la educación? En el primer caso, es un bien moral que se garantice la ilegalización del aborto y el derecho de las familias a educar a sus hijos, pero ello implica tolerar vejaciones y violencias contra la dignidad humana, sobre todo de personas vulnerables. En el segundo, se pretenden guardar los derechos de ciertas poblaciones vulnerables, pero se tendría que tolerar el homicidio de personas aún no nacidas, personas humanas en altísima vulnerabilidad. Desde una visión personalista, resulta claro que todas las vidas humanas valen lo mismo, y que ambas “tolerancias” son inmorales y contrarias a la dignidad de las personas humanas. Privilegiar a una de ambas opciones implica que hay vidas que valen más que otras. Lo que niega el principio de igualdad.

A partir del “mal menor” o del “mal tolerable” parecería que justificamos los medios con tal de conseguir un fin deseable, aunque tales medios impliquen omisiones y la resignación moral ante “daños colaterales”, aunque sean “efectos no deseados”. De los cuáles, al deliberar con conocimiento, no podríamos estar exentos de culpa y responsabilidad. Por esto, la elección de un “mal menor” es una colaboración activa con el mal, aunque sea para evitar un mal mayor. Pues al saber que el “mal menor” es mal, y al elegirlo voluntariamente, somos plenamente conscientes del sentido de nuestra elección. Por ende, la acción del voto desde el “mal menor” es una elección netamente pragmática e inmediatista, que suele negar las consecuencias morales, y que no suele ser consciente de que también está eligiendo voluntariamente el mal, por lo que implícitamente también asume la responsabilidad moral del todos los daños colaterales que tal elección implique, aunque sean efectos no deseados. No habría responsabilidad moral cuando no existe ninguna alternativa a votar por A o por B y además hay cohesión para sólo elegir entre tales opciones. Lo que no debería de suceder en ninguna democracia, por más deficiente que sea. Frente a A o B, es posible optar por la abstención activa. Y llevar la acción política por otros cauces que no sean la vía electoral, que muchos comprenden como la delegación de la participación ciudadana a “profesionales” que hacen en sustitución de los ciudadanos y la única forma como las personas participan, aunque sea indirectamente, en los asuntos públicos.

 

 

El bien posible

Por último, nos queda analizar el bien posible. El bien posible se comprende como aquello deseable que se puede lograr sin pasar por encima de la dignidad humana, lo cual no implica una ceguera ante los daños colaterales y efectos no deseados. A sabiendas de la imperfección de la realidad, y de las acciones humanas en la política. Por ello, la comprensión del bien posible nos conduce a nuestra comprensión profunda de lo que entendemos por política, por democracia, por dignidad humana y por bien común; y también a revisar la antropología que se suele obviar en las visiones en torno a la política. Sólo se puede hablar de bien posible cuando comprendemos la imperfección de la acción humana, pero también las exigencias que la realidad dicta a su moralidad; lo que sólo es concebible a partir de determinadas visiones antropológicas. Para Augusto Del Noce (1945), la democracia es el sistema de gobierno que, sobre todo, pretende evitar la violencia, y que encuentra que la única forma lícita de participar en la política es la persuasión. En este sentido la democracia precisa instituciones sólidas, con una clara vocación al servicio de las personas, a partir del respeto por su eminente dignidad humana y la posibilidad de realizar el bien común. Bajo estas consideraciones, la verdadera democracia sólo se podría dar entre humanistas que parten de los mismos supuestos antropológicos: la persona humana posee, a priori, una eminente dignidad ontológica que implica fines irrenunciables y males intolerables. De lo contrario, la democracia sólo es la antesala de la violencia, que regenta las formas legales para acceder o conservar el poder, una válvula de escape que sin un pacto de paz, o conveniencia, estallará. A partir de tales fines irrenunciables y males intolerables en detrimento de las personas impresos en la realidad, y que la razón humana puede dar cuenta de ellos, es que surgen los Derechos Humanos, que deberían ser las categorías principales de todo sistema y el marco jurídico mínimo en el cual se debería de contener la política.

Cuando no hay opciones electorales que satisfagan el bien posible, es preciso discernir acciones para que sea posible el bien en las opciones electorales, ya sea inmediatamente o a mediano y largo plazo. He ahí la imperiosa necesidad de participar activamente en política para no delegar nuestra acción a los “profesionales” que “gobiernan por nosotros”, es decir, los políticos. La verdadera democracia se da cuando la ciudadanía deja de participar como meros electores o ciudadanos y actúan en los asuntos políticos como personas. Es decir, como valores de suyo que buscan construir colectivamente el bien común. La integración de las personas en la construcción del bien común es una forma de la amistad social que propicia el diálogo fraterno. Una forma para organizar tal “realismo dialogante”, sin duda es la democracia. El demócrata debe saber ceder, y saber ceder supone conocer qué se puede ceder. Dice el Papa Francisco en Fratelli tutti (2020):

Este pacto también implica aceptar la posibilidad de ceder algo por el bien común. Ninguno podrá tener toda la verdad ni satisfacer la totalidad de sus deseos, porque esa pretensión llevaría a querer destruir al otro negándole sus derechos. La búsqueda de una falsa tolerancia tiene que ceder paso al realismo dialogante, de quien cree que debe ser fiel a sus principios, pero reconociendo que el otro también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Es el auténtico reconocimiento del otro, que sólo el amor hace posible, y que significa colocarse en el lugar del otro para descubrir qué hay de auténtico, o al menos de comprensible, en medio de sus motivaciones e intereses.

 

 

La “democracia descomplejizada”

Un rasgo importante de la descomplejización de la democracia es, precisamente, la reducción de ásta al papel pasivo de la participación de las personas en ella, tal papel pasivo es el de electores que deben votar en elecciones, elecciones en las que deben de elegir entre opciones en sí mismas descomplejizadas. Quizás, la mayor descomplejización de democracia es considerar que democracia y elecciones son sinónimos, lo que es lo mismo que afirmar que una sociedad es “demócrata” y “democrática” por el simple hecho de organizar elecciones. Una sociedad es demócrata y democrática en medida en que todas las personas humanas que las conforman puedan participar activamente en la construcción colectiva del bien común, a partir de sus necesidades, deseos y convicciones. Tal sociedad incluida y participativa, que se consolida a partir de la formación de sociedades intermedias, es la semilla de una clase política que diversifica las opciones electorales, y que por ende propicia una mejor y más amplia representación electoral. Que vuelve, cada vez, más impensable la necesidad de recurrir al “voto útil”. La construcción de una sociedad “demócrata” y “democrática” no es responsabilidad exclusiva de las instituciones encargadas de organizar elecciones y de regular a los partidos y actores políticos, sino de <cada una de las personas de la sociedad que desee ser escuchada y contribuir en la construcción colectiva del bien común.

 

 


[1] Es maestro en Filosofía por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Es coordinador y profesor-investigador de la División de Filosofía del CISAV.

 

Referencias:

(1945), Del Noce, A. “Problemi della democrazia”. Il Populo Nouvo, 9 de diciembre de 1945.

(2020), Francisco. Fratelli tutti. Vaticano: Editrice Vaticana.

(2020), Innerarity, D. Una teoría de la democracia compleja. Barcelona: Galaxia Gutemberg.

 

 

En este trabajo se reúnen algunas facetas de la filosofía actual. Recientemente se han destacado algunas de sus corrientes, a las que conviene atender, para estar al día en nuestro conocimiento filosófico. Pues todo depende del diálogo que logremos sostener con esas escuelas o tradiciones. Dentro de ellas se encuentran: la filosofía analítica, la fenomenología, la hermenéutica, con especial énfasis en la hermenéutica analógica y el nuevo realismo.

Perspectivas actuales de la filosofía

Mauricio Beuchot

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