La esquizofrenia del sexo

El sexo se ha posicionado como uno de los más frecuentes tópicos en nuestra vida. Ya sea por que vemos un espectacular, un comercial, escuchamos la radio, vemos las revistas de moda, o leemos los tabloides sobre la vida de los artistas; las imágenes y temáticas sexuales están a disposición 24 horas al día; el sexo vende y a él le hemos vendido buena parte de nuestros intereses. Gran parte de la sociedad se siente «liberada» al poder plantear un ideal de vida sexual autónoma, expresiva y aventurera. Cierto, tal como señala Michael Foucault, apenas el siglo pasado, los temas sexuales estaban reservados a los doctores y psicólogos y propiamente el tema no se manejaba públicamente. Aquí es prudente hacer una distinción. Sí, el sexo se ha posicionado en la arena pública, se ha vuelto un objeto de consumo legal, pero todavía las personas no pueden formular con claridad qué es lo que pasa en su vida íntima, visualizar las consecuencias de sus acciones a largo plazo e identificar verdaderamente qué es lo que buscan. Gilles Lipovetsky señala: «Nuestra sociedad invita a hablar sin complejo del sexo: 7 franceses de cada 10 consideran normal hablar de intimidad sexual en la televisión, pero el mismo número se niega categóricamente a hacerlo cuando se trata de ellos mismos.» (Lipovetsky, 2008:62) La pregunta obligada es: ¿Por qué? Por supuesto, una respuesta comprensible sería: por pudor. Sin embargo, también el pudor debería ser capaz de seleccionar aquello que vemos u oímos. Lo que indican los estudiosos es que el grado de orgullo y satisfacción con respecto a la vida sexual no responde a las expectativas que se formulan. Es increíble que en un mundo en donde el sexo está sobreexpuesto todavía haya tanta ignorancia y frustración en torno a él. Leonor Tiefer, reconocida sexóloga de más de treinta años de ejercicio, comenta: «Con frecuencia he sentido gran tristeza y frustración como sexóloga al ver que para muchas -quizá la mayoría- de las personas, la experiencia sexual se aleja de lo que esperaban y de lo que creen que otras personas pueden estar experimentando. Hay tan poca conversación honesta sobre el sexo que la mayoría de la gente realmente no tiene idea de lo que está pasando en la vida de los otros.» (Tiefer, 1995:2)

En mi experiencia lo que está pasando es que esta saturación de los estímulos sexuales realmente no va acompañada de conocimiento: ni sobre los procesos propios de la sexualidad, ni de uno mismo ni de los otros. Recibimos una información sexual manipulada, confusa, desordenada y simplista. Además, poco a pocos vamos desdibujando el hecho de que estamos hablando de personas. El ser personal es una maravilla por su complejidad y riqueza. Estamos envueltos en pensamientos, creencias, emociones y sentimientos, todos ellos trazados a lo largo de una irrepetible historia personal, con todos los sube y bajas que el tener una vida humana implica. Añadiré también que la sexualidad de suyo es vinculante, es decir, no es un hecho que se haga en solitario, sino que nos pone en contacto a unos con otros. Por lo tanto, no solo estamos hablando de un maravilloso universo personal, sino de dos. Ponerlos en sintonía no es el proceso más fácil, pero sí uno de los más enriquecedores del acontecer humano. Y es que, ¿quién no quiere tener una vida sexual plena y satisfactoria? Sin embargo, nadie nos dice que para que eso pase es necesario esfuerzo y compromiso, autocontrol y respeto, una abundante empatía y capacidad dialógica. Claro, si no nos dan los elementos para poder tener una sexualidad verdaderamente humana, es muy fácil que nos perdamos en el intento y cedamos ante la inercia social que propone un sexo libre, lo cual también se ha vuelto una paradoja: la sexualidad es cada vez más normativa y mandatoria. Ejemplo de ello es la presión real que viven nuestros jóvenes en cuanto al inicio de su vida sexual. No es de sorpresa que en muchas ocasiones se trate de una experiencia tortuosa, dolorosa y traumática; pues al tomar esta decisión por presión social, el otro con el cual se está iniciando pasa a una calidad de objeto. De común no nos detenemos a pensar cómo lo está pasando la computadora en la que estoy escribiendo, el coche que estoy manejando o la ropa que traigo puesta; y si los identifico con bienes fungibles, mucho menos pienso en qué va a pasar con ellos después. Imagínese qué es lo que pasa con la autoestima de una persona cuando es tratada en lo más íntimo de su ser como un objeto. Lo peor es que estas experiencias de cosificación se repiten constantemente.

Para poder resolver esta esquizofrenia entre la promoción indiscriminada del sexo y la acumulación de experiencias infructuosas, quizá deberíamos voltear la mirada al amor, al verdadero amor al otro. Anthony Giddens (1992) nos dice que hemos descuidado el amor de la interpretación de la sexualidad y esto ha provocado una ola de experiencias incompletas. El amor como el fenómeno más propiamente humano nos brinda la posibilidad real de unirnos al otro. Karol Wojtyla (1969) lo decía muy claramente: «El amor no puede en ninguna manera consistir en una «explotación» de la simpatía, ni en un simple juego de sentimiento y de goce. (…) Esencialmente creado y constructivo -y no limitado meramente a la consumación- consiste, por el contrario en una transformación profunda de la simpatía en amistad». Aclararé que esto no es fácil, ni sencillo, pues va de la mano del compromiso con uno mismo y también con el otro, y para ello necesitamos identificar muy bien quiénes somos y qué queremos, y actuar conforme a ello.

 

BIBLIOGRAFÍA

– Giddens, Anthony. The Transformation of Intimacy: Sexuality, love & eroticism in Modern Societies. Stanford University Press, Stanford, California, 1992.
– Lipovetsky, Gilles. El crepúsculo del deber: La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. Editorial Anagrama, Barcelona, 2008.
– Tiefer, Leonore. Sex is Not a Natural Act & Other Essays. Westview Press, Boulder, Colorado, 1995.
– Wojtyla, Karol. Amor y Responsabilidad. Editorial Razón y Fé, Madrid, 1969.