La familia, un plexo relacional

La_familia

 

Por Jorge L. Navarro.

 

Ha sido un gran paso, que en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), en la que “…por primera vez se expresaron claramente los derechos y las libertades a los que todo ser humano puede aspirar de manera inalienable y en condiciones de igualdad”, se haya incluido la familia como instancia vinculada a la realización efectiva de los derechos humanos y a la protección de la dignidad de la persona. El derecho de hombres y mujeres a casarse, mediante libre consentimiento, a fundar una familia y a vivir en igualdad dentro de ella, se enlaza con la consideración de la familia como, “elemento natural y fundamento de la sociedad” (art. 16), por lo cual tiene derecho a la protección del Estado.

En las últimas décadas, hemos visto desarrollarse e intensificarse los debates sobre la familia. Los más ruidosos son los debates ideológicos (irreductible “guerra cultural”) entre los que defienden la “familia natural”, para asegurar su estabilidad y permanencia y los que consideran las familias como un producto cultural, sujeto a las transformaciones que determinen las voluntades de sus constructores. El naturalismo inevitablemente fracasa porque la familia no es un producto biológico y porque es incapaz de comprender los cambios históricos, sociales y culturales por los que ha transitado y transita la familia. El construccionismo, por su parte, nulifica hasta la misma pregunta por la realidad de la familia y priva de significado la misma palabra volviéndola una voz vacía que se puede llenar de cualquier contenido.

En la época que se elaboró, la inmediata posguerra, y se promulgó la DUDH, en 1948, las concepciones de la familia no eran un debate tan encendido ni tan polarizante como el de nuestros días. Se daba por sentado que la idea de familia se podía generalizar, como derecho universal, aun cuando se sabía que no era una estructura homogenea en todo el mundo y que existía con diversas modalidades. Había, sin embargo, un mensaje claro, los derechos y la dignidad de la persona encuentran salvagarda y promoción en la familia, más que de parte de los Estados y de sus legislaciones; lo cual es evidente, si se tienen presentes las experiencias recientes de atropellos y violacines en los Estados totalitarios. La DUDH, por el contrario, manifestó una clara determinación de imponer a los Estados, los límites que debería respetar, dentro de los cuales puso la familia.

Pero “ya corrió agua por el río” y por diversas razones se ha hecho necesario “repensar la familia”, y no sólo por motivos teóricos o para encontrar una definición más abarcadora de la diversidad de formas familiares. En una época de transición tan radical como la que vivimos, llámese posmodernidad, tardomodernidad, etc., lo referentes fundamentales que dieron figura a la modernidad, se licuan, se vuelven inestables e inconsistentes. Dos de estos grandes referentes, bajo cuyo poder se colocó a la familia, hoy están perdiendo capacidad de orientar la complejidad da la vida social, económica y política. Me refiero a la idea moderna de soberanía del individuo y soberanía del Estado.

El individuo como sujeto racional, inalienable y libre, sustento de la construcción social, sometido a obervación en el psicoanálisis, casi desaparece en el laberinto de sus pulsiones instintivas; o bien, es nulificado bajo el poder y el protagonismo de las masas. El Estado, forma y figura del poder de una nación y el gran proyecto-instrumento de la burguesía moderna, se reveló, desde hace tiempo, como lo que era, según, el Leviatán,  una maquinaria inhumana de poder o “el más frío de todos los monstruos” (Nietzche).

Al “repensar la familia” hay que considerar su relación con el individuo y con el Estado. Ante el declive del individualismo moderno, se comienza a destacar la figura de la familia, como una estructura relacional, en vez de un agregado de individuos que cohabitan. Aunque pueda parecer contradictorio, la familia, plexo de relaciones, antecede al individuo. Y por esto hay que contrariar la impresión común que considera que la familia procede de un acto de voluntades individuales, una construcción convencional. La observación empirica, consistentemente elaborada desde diversos enfoques antropológicos y sociales, hace cada vez más evidente, que la familiaridad constituye un sustrato relacional generativo, lugar donde se generan las personas, se forma su identidad y se genera su inserción a la realidad, a una cultura, a una sociedad.

Como plexo relacional en toda familia, en la diversidad de formas históricas y siempre condicionadas culturalmente, se perciben algunos rasgos relacionales muy patentes, aunque a veces, por causas concretas, pueden estar disminuídos o anulados, estos son: la relación entre géneros-sexos (masculino-femenino) a través de un vínculo socialmente reconocido (matrimonio) y estable, que genera un proyecto de vida común y orientado a la procreación (vínculo intergeneracional). De modo sintetico, son relaciones de: conyugalidad, pater-maternidad, filiación, fraternidad, parentalidad, etc., las que constituyen la estructura básica de la familia.

Estas relaciones son operativas, y por ello dotan a las familias de una funcionalidad ad intra y ad extra, interna y externa: ad intra, el compromiso de la pareja, la procreación, la crianza, la educación, la convivencia fraterna, la transmisión cultural, la comunicación generacional, etc.; ad extra, la sociablilidad, la formación de “capital social”, el  control social, etc.

Estas reflexiones, en sociológos como José Pérez Adán, invitan a establecer una nueva categoría de comprensión social y antropólogica, teórica y práctica, a saber: la soberanía familiar.

De igual manera, hay que repensar como la noción de familia, puede tener un alcance universal y al mismo tiempo, servir de criterio heurísitco y de observación, de la diversidad de formas familiares para revisar las clasificaciones convencionales que ya se utilizan en sociología para la investigcación y en los medios de comunicación: como ocurre con nociones como “familia tradicional” o “familia nuclear” y con “familia monoparental”, las “familias separadas” o “recontruidas”, etc., si hay analogía o aproximación nocional entre estas realidades o no. La duda que se plantea respecto a la llamada “familia homoparental”, ¿tiene alguna analogía con las estructuras fundamentales de familiaridad?

Sobre la relación de la familia con el mercado, es decir el trabajo, la producción, los desequilibrios entre las funciones internas de la familia y las externas, como se inserta la familia en el gran mecanismo de producción y de transformación social, hoy también encontramos que se ha vuelto un tema de preocupación y de observación. Habrá que dedicarle una atención aparte.

 


Referencias

ONU, (2015), Declaración Universal de los Derechos Humanos. Prólogo. Edición Ilustrada. P. iii